Después de mi muerte.

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~¿Dónde estoy? ¿Qué demonios me ha pasado?~

Unas cortinas de seda blanca bailaban al son del viento que entraba por las ventanas. Una habitación bien iluminada con jarrones repletos de rosas blancas decoraban cada mesita de la misma. La joven abrió los ojos y comenzó a otear en dónde se encontraba. Miró hacia la puerta cuando una desconsolada criada entró con unas toallas y un balde de agua para lavar a la persona que yacía en la cama.
-¿Dónde estoy?- preguntó la joven que se incorporaba aún muy aturdida, sin comprender bien la situación.
La criada se quedó congelada al ver a la mujer que, por lo visto, acababa de morir incorporarse sin saber dónde se encontraba.
Un grito de terror inundó los pasillos haciendo que la mujer que yacía sobre la cama se asustara más de lo que ya lo estaba.

~~ Ámalo por mí, por favor. ~~

Sintió como una dulce y apenada voz de mujer en su cabeza le suplicaba que amara a alguien, pero ¿A quién?
De repente, una ola de recuerdos, sentimientos y dolor inundó el cuerpo de la joven que comenzó a gritar agarrando su cabeza con ambas manos mientras se retorcía .

La criada intentaba contener a la mujer que se retorcía y gritaba sin cesar.
El dolor por el abandono total por parte de su marido durante más de cinco años martilleaba su corazón haciéndolo estallar.

-Un espejo- masculló incorporando su dolorido cuerpo -¡YA!- gritó mirando a la horrorizada muchacha que lloraba desconsoladamente mientras obedecía las órdenes de la mujer.

-Amelia- susurró para si intentando colocar en orden todos estos nuevos recuerdos que la estaban torturando -Empera...triz- miro a la chica que se acercaba rápidamente siguiendo las órdenes que le había dado. -gracias - dijo mientras alargaba la mano para poder coger el espejo. Apenas tenía fuerzas para nada ya que, por lo visto, llevaba un mes en coma. Se miró en el espejo y pudo ver cómo ya no era la joven que era, ahora, su cabello corto y castaño, paso a ser una frondosa melena con hermosas ondas de un color tan blanco que ni el mejor peluquero podría conseguir. Sus ojos ya no eran de color marrón, ahora, eran de un oro brillante, solo apagados por todo el sufrimiento que cargaba desde hacía varios años. Miró a la criada que no sabía bien como actuar.
-Mi señora, no sabe cuánto me alegro de que esté viva- dijo intentando aguantar sus lagrimas -llamaré al doctor para que la examine-
La nueva Amelia asintió con la cabeza sin decir ni una sola palabra, acto seguido, la criada corrió pidiendo un doctor. No pasaron ni cinco minutos cuando un apuesto joven de cabellos dorados entró al dormitorio.
- ¡¡Su Majestad!!- gritó acercándose a ella. Apenas pudo contenerse el arrodillarse frente a la cama donde estaba ella sentada, se giró hacia él y le sonrió - Jace, gracias por venir no tenías por qué- dijo la joven emperatriz incorporándose de la cama poniendo ambos pies en el suelo.
El joven, corrió para ayudar a su señora, ya que era su guardia personal y una de las pocas personas que sabían cuánto había sufrido Amelia por el total abandono del emperador.


-Mi señora habéis despertado por fin- agradeció el joven que se arrodilló frente a la mujer. Esta, comenzó a acariciar la cabeza del chico que al sentir el cariño, comenzó a llorar.
Los médicos imperiales entraron en tropel a las estancias de la emperatriz que esperaba sentada en un hermoso sillón cerca de la ventana custodiada por un joven que no paraba de llorar.
Una vez los médicos revisaron a la emperatriz, la nueva Amelia se giró hacia Jace -por favor, haz llamar al abogado- Jace asintió y mientras este salía, la criada entró dispuesta a arreglar y mimar a la recién resucitada emperatriz.

- su Majestad, desea que le recoja el cabello con la corona como siempre ¿Verdad?- dijo sonriente mientras preparaba todo lo necesario.


-No hará falta querida- dijo poniéndose de pie sacando fuerzas de la rabia - enséñame todos los vestidos negros que tenga por favor- dijo mientras se acercaba al tocador.

Aún no se acostumbraba a su nuevo rostro, que borraba ya todos los retazos del anterior y no se le quitaba de la mente todo lo que había sufrido.
- Mi señora, solo tenéis este vestido que está sin acabar- dijo muy consternada mostrándole un fino vestido negro, de tirantas y escote pronunciado en forma de corazón, uno de los laterales no estaba del todo cosido así que desde la parte alta del muslo hasta el final del vestido se formaba una raja.

-Es perfecto - dijo mientras se desnudaba -puedes irte, quiero vestirme sola- dijo mientras se metía en el ajustado vestido.

Se miró en el espejo y vio cómo Amelia era una mujer espectacular, pronunciadas caderas y pechos bastante grandes. En uno de ellos, tenía un lunar que lo hacía especialmente sensual. Aun no entendía cómo era posible que el imbécil de su marido no viese lo bella que era.

Intentó atarse el vestido sola sin mucho éxito, justo cuando entró Jace con el abogado.

- Disculpas Majestad, volveré cuando la criada termine de vestirla - se apresuró el joven a decir echando al abogado.

- Entra Jace ayúdame, no puedo atarme el vestido sola - dijo invitando a su guardián y protector y al abogado a pasar.
El joven se acercó a la emperatriz y la ayudó a atar los lazos del vestido mientras esta, se apartaba su frondosa y suave cabellera para hacérselo más fácil.

Se acercó al sillón y se sentó con la ayuda de su fiel guardián ya que aún estaba un poco aturdida.

-Gracias abogado, por venir tan pronto - dijo sentándose frente a él cruzando las piernas con un semblante orgulloso.


-Y bien mi señora, ¿Para qué soy bueno?- preguntó el abogado.


-Coja papel y pluma, voy a divorciarme del emperador-

El emperador y mi divorcioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora