Mi nombre es Susana, yo vivía en Quito con mi mejor amiga y compañera Makaré. Mis padres, mi hermana y todos mis familiares ya habían fallecido. Makaré y yo estudiábamos a distancia y en el local de nuestra casa vendíamos ropa americana para sobrevivir. Una tarde cuando los rayos del sol cubrían el cielo como un tibio manto; recibí una llamada inesperada de una vecina de Macas, el pueblo donde viví mi niñez, diciendo que unos hombres querían derribar la casa que teníamos allí y que con la muerte de mi familia era mi herencia. De inmediato se lo comenté a mi amiga y decidimos viajar a Macas esa misma tarde. Tras ocho horas de viaje por fin llegamos, todo estaba oscuro en los alrededores y tras dar unos cuantos pasos, vislumbré la casa, grande, vieja, sucia y oscura que alguna vez había sido mi hogar. De inmediato entramos y al pasar por aquella puerta que parecía haberse reído cuando entramos, sentí un escalofrío al verlos cuartos vacíos, empolvados y llenos de telarañas. Ambas teníamos hambre por el viaje y cuando nos acercamos a una ventana oscura, espejo de tinieblas, observamos el jardín lleno de maleza y selva; sentí como una lágrima, fría, suave y llena de dolor se resbalaba por mi mejilla al recordar mi infancia en aquel patio que ahora era una jungla, y un minuto después vimos un árbol grande de banano que sobresalía de entre las plantas y de repente, un mar de saliva invadió nuestras bocas al ver unos plátanos dorados colgados de aquel árbol. Ella decidió salir a cortar unos cuantos mientras yo desempacaba las cosas que habíamos traído. Me dirigí al lugar donde era mi cuarto y cuando quise prender la luz vi que los cables habían sido mordidos por los murciélagos que había en el techo y tuve que conformarme con la luz de la luna en mi ventana. Me senté en el piso y empecé a recordar mis momentos felices en Macas... cuando sentí que el aire se volvió denso, pesado al respirar y en ese instante dentro de mi habitación en una noche de luna llena, una mano me cogió del hombro; sentí como cada uno de los vellos de mi cuerpo se pararon y al mirar de reojo mi hombro, no vi nada aunque lo seguía sintiendo, y me vi al espejo del armario y vislumbré una sombra grande que tenía su mano en mi hombro y me asusté mucho. Me dirigí hacia la cocina lentamente para mirar por la venta que daba al patio y a unos cuantos metros de llegar, vi otra sombra que pasó tan rápida como un parpadeo afuera. Me quedé inmóvil, no era la misma sombra que la que había visto en mi cuarto pues esta era más pequeña y ágil; de repente, moví mi cabeza hacia la izquierda al lugar donde solía ser la sala y casi se me para el corazón al ver que en la oscuridad de la habitación aparecieron dos ojos sangrientos, llenos de odio, rencor, ira, enojo, que me miraban, insaciables por su apariencia y ... cada uno de mis músculos se tensaron y no pude moverme, no pude gritar, hasta que vi la luz de la luna que se aproximaba a la criatura y en el instante en que la luz lo iba a alcanzar, cuando no hubo más sudor en mí, cuando se volvía tan insoportable, con un solo parpadeo desapareció en la lúgubre oscuridad de la noche. Entonces pude moverme pero no me tranquilicé en ningún momento y al girar mi cabeza hacia la derecha, vi de nuevo esa sombra que corrió con gran velocidad; yo sin dudarlo y preocupada por Makaré me acerqué rápidamente a la ventana que daba al patio y ante mis ojos solo estaba el árbol con los plátanos dorados aún colgados, toda la maleza se había destruido y solo quedaba la navaja que ella usaría para cortarlos; no había rastro de ella y decidí salir a buscarla. Al dirigirme a la salida, me horroricé al verla tirada en el suelo, sola y sin ayuda, sin respirar... ¡estaba muerta! De inmediato la metí a la casa; empecé a llorar desconsolada pues ella me había visto nacer, me apoyó siempre cuando todos me olvidaron, sin ella yo no hubiese soportado la muerte de mi familia y no hubiese salido adelante; era amable, cariñosa, respetuosa y responsable... entonces justo frente a mí apareció en la oscuridad un espejo; yo lo vi y el espejo me devolvió la mirada. Ya no lo soportaba, tenía miedo a estar sin ella, miedo a enfrentar los problemas sola, miedo a la sombra de afuera y a los ojos de adentro, tuve miedo... y sin pensarlo dos veces, decidí morir también; mis intentos por ahorcarme eran inútiles pues no logré sentir dolor alguno. Al no haber otra cosa con que hacerlo (y decidí no salir a buscar la navaja) rompí con mi puño la ventana como si fuese un cristal y vi mi sangre derramarse como un río por mi mano, me asombré al no sentir dolor alguno en mis heridas y sabiendo que no había otra salida tomé un vidrio y me lo hundí en el pecho traspasando mis costillas y llegando a mi corazón; esto tampoco me dolió y aterrada por lo que sucedía metí mi mano en el agujero de mi pecho y saqué mi corazón. Lo vi muerto, sin latir y duro, pero extrañamente sentí que había bondad en él. En ese instante los ojos aparecieron alado del espejo, tan rojos y vengativos que eran insoportables y se escondían en la oscuridad. Entonces sólo vi al espejo ignorando a esos macabros ojos, inmóviles como rocas de fuego y cuando miré al espejo, ya no vi mi reflejo sino sólo el de Makaré tendido en el piso. Entonces me di cuenta que yo era Makaré.
03/11/2012
Susana Makaré Solis Andrade
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Memorias del tiempo pasado
HorrorEste es mi primer escrito, lo hice hace unos años sin fines de hacerlo público. Espero que les guste y despierte en ustedes las sensaciones que me trajo a mí.