El Infortunio de Rojo

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En aquel lejano reino, todos sabían quien era Blancanieves, pues a fin de cuentas era la reciente monarca del mismo. Pero de esa misma forma, también se conocía la historia de la malvada mujer que lo gobernó con anterioridad, quien, al crear un conflicto con una de las tantas monarquías vecinas, huyó cobardemente a las montañas, dejando a su única descendiente atrás bajo el cuidado de un incompetente cazador, que incumplió con la petición.

Aquella bebé, fruto del vientre de la misma maldad, creció de una forma inesperada, convirtiéndose en una simple e inquieta niña, llena de curiosidad por la vida y un tanto estúpida a opinión del resto, ¿Pero quiénes son para decir algo?
Tan solo era una inocente criatura.

Si había algo que la caracterizaba aparte de la capita pintada en el posible baño de sangre sembrado por su linaje que llevaba consigo, o su optimista forma de encaminarse por la miseria;era su notable carencia de suerte alguna, siendo casi un poderoso imán de desgracias.

Pero, ¿Qué será de ella?

Para aquella infante, era ya costumbre levantarse todas las mañanas antes de que siquiera algún gallo cante, irradiando un gran optimismo para otro día más de estudio.

Su rutina era sencilla y completamente carente de ayuda alguna;comenzando por hacer su maltratada cama y vestirse a toda prisa, para terminado, proceder a preparar un desayuno para dos, u al menos tenía la intención de hacerlo.

—Papá, ¿Me podrías ayudar a encender el fuego?—murmuraba mientras sacudía al aún dormido hombre, quien no parecía tener muchas intenciones de despertarse. El no alimentarse al no serle siquiera dado una mano, era ya rutinario, pero la esperanza de que algún día se levantara temprano, aún permanecía ferviente.

—Ya vete Caperucita! Ya es tarde—respondió con suma molestia, dándole un pequeño empujón antes de caer nuevamente bajo los cálidos brazos de morfeo con el ceño fruncido. No era la gran cosa, más la niña consideró grato el hecho de que siquiera haya hecho caso a sus palabras, trazandose así una auténtica sonrisa en su rostro al recibir un poco de atención por parte del mayor.

Resignada, no le quedó otra opción que retirarse de la vivienda sin haber probado bocado, encaminandose así a su respectiva institución, mientras un imponente sol se veía ascendido por los cielos, y los pajaros revoloteaban felizmente entre los árboles de buen aroma, que quedaban majestuosos ante su propia vista.

Con cada roca del camino, Tropezaba. con cada paso, Resbalaba. Con cada parpadeo, una rama caía sobre su ablandada cabeza, dejándola aturdida. Hasta en veces, se sentía bajo constante acecho ajeno, más dejaba ese sentimiento de lado, al pensar que era únicamente un efecto secundario de los numerosos y habituales golpes que solo ralentizaban más y más su llegada al colegio. Quizá ese era el motivo por el que ni una sola neurona suya se conectara, pero que más da. La suerte después de todo le juega en contra, ¿No?

Y pese a permanecer optimista ante un escenario como este, no es algo que le agrade mucho a decir verdad. Aborrecía de sobremanera estudiar en todo aspecto, siendo un sentimiento mutuo por esta.

Su maestra carecía de total paciencia por ella, al punto de denigrarla de las formas más terribles en variadas ocasiones, mientras sus compañeros preferían ser devorados por un aterrador ogro que ser sus amigos. Ni aún observando las cosas de forma positiva se podía rescatar siquiera algo bueno de allí, incluyendo el conocimiento que se perdía al ser la única alumna en no recibir explicación alguna.

Pero de todos modos, allí estaba;cruzando el pueblo como cada mañana, ese pintoresco pueblito que ocultaba en base a sus decorados y su coloración el estar cayéndose a pedazos cual dientes de alcohólico de igual forma que cualquier otra zona medianamente rural del reino. Absolutamente todos los habitantes se hallaban yendo de un lado a otro, comenzando un novedoso día al igual que nuestra desafortunada palurda, con el único objetivo de seguir con sus vidas llenas de una falsa felicidad que esconde la miseria que viven a diario.

Observar cada rincón del poblado y dejar volar su imaginación en el afán de pensar en qué sería de la vida de todos aquellos que en silencio la acompañaban, era lo único que la mantenía entretenida durante todo el trayecto, hasta que finalmente llegó al anticuado edificio que tanta insatisfacción producía en su persona.

El sitio era poco más que un desastre total. Contaba con una cifra menor de salones, personal y recursos de los necesarios para abastecerse de las nuevas generaciones, y llegaba a tal punto, que apenas y podía ser nombrada por los labios de cualquiera como "una escuela".

Tras llegar, se encaminó al aula entre pequeños y alegres brincos. Su pupitre se hallaba justo al fondo del salón, específicamente una esquina cubierta en penumbras, y, sin duda alguna, la fracción más descuidada de aquella habitación. Cabe destacar que nadie, pero, absolutamente NADIE, ni aún la más mínima de las ánimas perdidas la quería cerca, razón por la que estaba tan alejada de sus demás compañeros, dejándola así, apenas ver y siquiera oír la clase. Sumándole a esto el hecho de tener una gran dificultad de aprendizaje, ni siquiera se puede considerar una sorpresa como tal el casi ser una analfabeta.

La clase transcurrió como de costumbre. Una niña siendo constantemente golpeada por parte de una malhumorada anciana que les impartía las enseñanzas, con el objetivo de supuestamente "corregir" su mal comportamiento, que para nada era inexistente, mientras la muchedumbre observaba esto entre carcajadas. Nada fuera de lo común dentro de la vida académica de nuestra infortunada y atorrante caperuza.

Pese a todo este maltrato, ella no le tomó importancia alguna, y siguió tomando apuntes de todo lo que apenas y podía escuchar acerca del proyecto asignado esta semana: Un árbol genealógico.

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⏰ Última actualización: Jun 07, 2023 ⏰

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