28. El final de la dinastía Americana.

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Owen West.

No hay forma de evitar su engaño y traición.

Es como si alguien hubiera levantado una barricada en mis pensamientos. Su traición está ahí, cada vez que miro los barrotes de la prisión en la que estoy. Cada que recuerdo las palabras de mi abogada de como la familia Baizen está pidiendo la pena de muerte. Hablan de homicidio premeditado, acoso policial y otro montón de cargos más. Mi abogada también cree que los Baizen han comprado al juez y al jurado.

¿Cómo es que no vi? ¿Cómo no me di cuenta de sus mentiras?

Las advertencias estaban ahí cada vez que miraba a Rhea, todo en ella emite advertencias a todo volumen de colores rojos y negros. ¡Alejarse! ¡Peligro! Decía cada mirada de ella, cada palabra que salía de sus labios y yo no escuché nada.

Es un caso muerto —me dijo Lorna referente al caso contra los Baizen—. Ellos lo echaron abajo después que disparaste a Michael.

Lorna y todos los demás estaban decepcionados de mí, de la forma en que actúe. Piensan que, de alguna manera, Rhea podría estar diciendo la verdad. ¿Cómo pueden ellos creerle a ella? Me pregunté, pero lo entendiendo. No tiene mucho que ver con que ella sea una buena mentirosa, es más que todo, la forma en que se han ido desarrollando las cosas.

Desde su llegada al mismo edificio donde vivía Jay, hasta su llegada al apartamento. Pasando por su forma de acercarse a mí, de "ayudarme" de hacerse amiga de mis amigos. De supuestamente dejarme ver partes de ella que no había mostrado a nadie.

Ella mintió. Estuvo mintiendo todo el tiempo.

Jamás te he mentido —me dijo.

¿Cómo pude creerle?

Su vil traición yace en mi conciencia como un trapo mojado. Asfixiante e incómodo. Incluso ahora, cuando ya ha pasado casi un mes de todo aquello, aún duele. Es un sentimiento poderoso y aprensivo. Se siente como un volcán a punto de erupcionar. Mis gritos internos parecen piroclásticos, explosivos.

Lo peor de todo, es que, al principio, pensé que ella entraría en razón, que diría la verdad. Que vendría y me sacaría de aquí, que seguro estaba asustada por su familia. Que estaba pasando el duelo de la muerte de Michael. Que estaba molesta conmigo por matarlo, pero que, de manera eventual, ella entendería porque lo hice y me sacaría de este lugar.

Pero luego pasaron dos semanas, luego tres y el mes. El caso siguió avanzando. Hubo declaraciones en televisión. Un caso muy controversial, pero la punta del iceberg llegó cuando vi la declaración de Rhea está mañana gracias a mi abogada.

La vi hablar con la prensa con el aplomo que se le caracteriza y no había ni un gramo de arrepentimiento en ella.

El recuerdo de una conversación en específico que tuve con ella viene a mi mente.

—No trato muy bien con la muerte —me dice Rhea con una mueca tensa.

—¿Excepto cuando la estás repartiendo? —pregunto, medio en burla, medio en serio.

Sus ojos brillan de ira y se gira de costado, recostando la mitad de su cuerpo contra la barandilla de la azotea.

—¿Por qué siempre tienes que sacar a relucir esa parte de mi vida?

No puedo evitar extender mis brazos en un gesto salvaje y las palabras brotan de mis labios.

—Porque quiero ver si tienes al menos una pizca de humanidad en ti, que no eres una completa y total sociópata como has demostrado hasta ahora. Necesito saber si tienes al menos un poco de arrepentimiento.

La última gran dinastía Americana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora