I: Un poco de la vida (con ansiedad y Hanni).

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Kang Haerin nació en Jeonju; un pueblo donde todos sabían lo que pasaba, todos se conocían entre sí y todo era reducido. Veía a su maestra de preescolar incluso teniendo dieciséis años y nada cambiaba en el austero sitio.

Era hija de Kang Haewon, la dentista del pueblo. Su casa, literalmente, era un consultorio y dio gracias al cielo que su madre no la obligó a dar su cuarto para tener más consultas donde atender a los pacientes. Por lo que sí, Haerin pasaba un cincuenta por ciento encerrada en su habitación porque su casa se llenaba siempre de gente y el otro cincuenta por ciento se dividía entre la casa de Minji y la escuela.

A los seis años empezó a tener curiosidad por el piano que su abuelo había dejado en su casa antes de que falleciera y desde entonces empezó a practicar. Para sus doce años, luego de que su abuela hablara en la iglesia de Jeonju, comenzó a tocar en las ceremonias y misas que hacían domingos y otros días de la semana en beneficio a la fundación que manejaba el padre Truman y la hermana Hana. Además, apoyaba con servicio para los distintos panoramas que se hacían.

Fue ahí cuando conoció a Pham Hanni.

«—Gracias por ayudarnos esta semana, Haerin —sonriente agradeció la hermana Hana, guardando el mantel del mesón en el closet que estaba al lado de los candelabros.

La chica se sonrojó e hizo una reverencia, intentando no verse demasiado tímida por el halago.

—No se preocupe. Si necesita algo puede contar conmigo —ofreció.

—Sé que sí. Tu abuela siempre me habla maravillas de ti —la menor rio nerviosa, pero no incómoda con el halago.

Haerin no era una muchacha que se mirara a sí misma y dijera que de verdad era una maravilla. Simplemente a veces no sabía que decir o hacer, incluso sentir si era cierto o no. Por eso, prefería solo agradecer aunque sintiera que no era suficiente para la amabilidad y ternura con la que la gente le hablaba.

—Gracias —murmuró, cabizbaja.

—¿Irás el sábado a la ceremonia? —preguntó, ahora ordenando las velas que se utilizaban en la misa.

—¿Qué ceremonia? —preguntó, cruzando sus manos detrás de su espalda.

—¿Recuerdas el dinero que se recaudó para el asilo de Ansan? —Haerin asintió —. Bueno, digamos que sobró un poco de dinero y las hermanas quieren utilizarlo para un buen rato para los del pueblo. Además, así continuamos con la colecta de juguetes y ropa. Es en beneficio al hogar de niños también.

La menor se mostró interesada en la propuesta y lo que querían hacer con lo restante del dinero recaudado. Más de una vez fue de visita al asilo de Ansan por ayudar a la hermana Hana en actividades para los adultos mayores y al hogar de niños nunca fue directamente, pero estaba al tanto de que la iglesia cada cierto tiempo recaudaba juguetes, ropa y utensilios para ayudar a los menores de edad. No parecía ser malo ir a la celebración humilde que harían y, a decir verdad, su abuela igualmente la llevaría de las piernas si era necesario para que asistiera.

—Le pediré permiso a mi mamá —avisó. —Podré ir un ratito si me deja.

—Irá tu abuela, así que es probable que vayas —anticipó la mujer mayor, sonriente —. Sería bueno que fueras.

Haerin asintió con una sonrisa de labios.

—A propósito —la hermana Hana se acordó enseguida que miró su reloj en su muñeca —, vendrá una chica a dejar un poco de mercadería en un rato. Se llama Pham Hanni. ¿Podrías recibirla? Tienes que dejarla aquí, es solo para asegurarme de que realmente vino. Y tú eres de confianza, Haerinie —le sonrió tiernamente —. ¿Me ayudas con eso? Por favor.

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