Conforme las palabras se iban acabando, y las combinaciones de silabas iban apaciguándose poco a poco, el sol les acompañaba el ritmo, escondiéndose al otro lado del mar, bañando el cielo de un color rojizo que pintaba todo a su alrededor.
El viejo templo, con la madera tosca, y de un olor a cobre por las monedas que la gente suele dar como ofrenda, estaba manchado por los colores del otoño, como si cientos de flores marchitas y de colores cálidos, hubieran tapizado cada astilla y recoveco.
En el suelo de madera, se encontraban dos niños de la misma estatura, uno al lado del otro. Con el tiempo, aquella igualdad de estatura iba desapareciendo, pues uno de los niños, iba encorvándose poco a poco, hasta quedar con la cabeza en sus piernas.
La niña a su lado se mantenía erguida, apoyando su peso en sus brazos, y hondeando su cabello de un lado a otro con el sonido del viento. No hace ningún ruido. Su respiración es suave, imperceptible. Se prohíbe observarlo, mantiene su mirada hacia enfrente. Detiene sus pensamientos y deja que el tiempo pase.
Lentamente, comienza a dejarse ganar por la curiosidad, y como si alguien detuviera su cabeza, se gira mecánicamente hacia el joven a sus costados.
Esta completamente dormido. Su cabello, en forma de puntas y de color azabache, tiende sobre su frente y forma espinas encima de sus pequeños ojos. Tiene los brazos sobre sus piernas y su postura indica que en cualquier momento podría caerse.
La niña lo mira con preocupación, y luego con ternura, se deja ganar por la situación y se engancha en una profunda observación. Lo mira de pies a cabeza, cuenta las puntas de su cabello, la posición de sus pies, calcula el tamaño de sus pestañas y todos aquellos detalles que uno pasa por alto.
Se mantiene así por un rato, con las manos enfrente para sostener su peso, y poder perderse más en su contemplación. Observaba con curiosidad sus brazos, pequeños pero con una cierta dureza y tosquedad. Se ríe un poco al pensar en todas las flexiones que debió hacer para tenerlos así. Las manos, aunque no diferían mucho de las suyas, tenían una cierta rugosidad apenas visible.
El pensamiento de tocarlas le viene a la cabeza, primero como una fantasía, luego como una idea, y finalmente como una acción a realizar.
Inocentemente, se pone de frente, pone sus manos sobre sus piernas y sin mover nada más que la parte inferior de su cuerpo, se acerca al del joven. Cuando ya estaba lo suficientemente cerca, gira su cabeza y la agacha en dirección del joven, encontrándose con su cabello, que se le hundió en la nariz y los labios.
Se exaltó por un momento y casi alza la voz, pero se detuvo llevándose las manos a la boca. Después de calmarse, volvió a dirigir la mirada hacia el joven, pero esta vez con más precaución.
El corazón le latía con fuerza, temía que su sonido llegara a despertarlo, pero la curiosidad era más fuerte que la vergüenza. Con delicadeza, acerca su mano a la suya, y la toma como si sostuviera una frágil hoja otoñal.Al principio se mantuvo quieta, pero conforme los segundos pasaban, comenzaba a jugar y acariciar la mano; la comparaba con la suya y surcaba por entre sus marcas, le sonreía mientras intentaba adivinar la historia detrás de cada una de ellas.
Tomaba los dedos y los entrelazaba con los suyos, imaginándose como sería una situación así; caminando por la calle, saliendo de la escuela o sentados bajo un árbol. No pudo evitar que una sonrisa se le formara en el rostro, y las mejillas se pintaran del color de los cerezos.
El joven dejó salir un pequeño ruido, como si hablara entre sueños.
La joven de cabello castaño se estremeció, y rápidamente soltó su mano y dirigió su mirada al cielo.
El joven siguió durmiendo.
La joven dejó escapar una silenciosa risa por el pequeño susto, y continuó con su observación.
Había terminado de hojear las manos, y ahora su vista se centraba en su espalda. Se inclinaba un poco hacia atrás y dejaba sondear sus pensamientos. Desde ahí, la espalda del joven parecía mas ancha que la suya; subiendo y bajando al ritmo de la respiración, la niña de ojos grandes y saltones, no pudo evitar postrar su mano en la rítmica espalda.
Al instante sintió la calidez que irradiaba, tintando la palma de su mano de carmín. Suavemente, deslizaba su mano por la columna del joven, acariciando dulcemente con sus dedos los espacios vacios entre las cervicales. Abría y cerraba la mano para rascar un poco con la punta de los dedos, tiernamente y despacio, con temor a despertarlo.
Se detenía a sí misma, temía que si continuaba, se iba a perder en sueños y no sería capaz de regresar.
El cielo ya empezaba a tornarse de un color oscuro, y las lámparas ya comenzaban a alumbrar las callejuelas que, a lo lejos, parecían cientos de blancas y florecientes margaritas.
Dirigió la mirada al joven, que seguía durmiendo y sin ninguna señal de un pronto despertar. Comenzó a sentirse somnolienta, quizás por influencia del joven.
Un pequeño bostezo escapó de su boca y se dejó escuchar en todo el templo. Con timidez, y las orejas completamente rosas, inclino su cabeza en dirección al joven de cabello puntiagudo, y se dejo estar junto a él por unos momentos.
Al cerrar sus ojos, notó cómo su respiración se iba perdiendo con la del joven, se volvían una en el vaivén. La calidez que antes irradiaba, se combinaba con la suya y le producía una extraña paz. El corazón, que antes le latía con fuerza, ahora lo hacía suavemente, en compases, como si cantara una canción de cuna.
Se quedó dormida.
Quien sabe cuánto abra pasado, podrán haber sido horas, minutos o incluso unos cuantos segundos. Cuando despertó, el joven seguía junto a ella, pero ya no estaba encorvado, y sus manos ya no estaban postradas en sus pies.
¿N-Nishikata?
Pronunció la joven, notando el contacto de una mano junto a su hombro. La sangre se le subió a la cabeza e instantáneamente volteó hacia el lado contrario.
Para que sepas -pronunció Nishikata, con una voz aguda y quebradiza por la vergüenza- cuando desperté tú estabas junto a mí, así que no lo malentiendas.
Al decir esto, retiró la mano de su hombro y la escondió entre sus piernas. La joven solo se limito a observarlo con una notable timidez.
C-Como sea, ya es tarde, ¿nos vamos, Takagi-San?
Ah, sí, claro -respondió Takagi, poniéndose de pie y sacudiéndose la vergüenza- por cierto, Nishikata, perdiste.
Takagi se puso frente a Nishikata, con sus ojos fijos en los suyos.
Y tu castigo será -apretó un poco sus manos- que me acompañes a mi casa, ya es tarde.
Nishikata la miro con vergüenza, pero aceptó su castigo.
B-Bien, lo hare.
La luna ya había salido y brillaba con fuerza por encima del mar. Takagi observaba su brillo con alegría, aunque poco o nada importaba la belleza de la luna, ante las mejillas sonrojadas de su compañero de risas. "linda noche" pensó, y dejó salir una pequeña risa por entre sus labios.
Fin.
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Al dormir
FanfictionOne-shot de Takagi-San, basado en el capítulo 172 del manga. Es una interpretación propia y por ende dista del material original.