CAPÍTULO VII

91 7 4
                                    

Desde aquella noche Adam y yo nos hicimos más unidos –si es que eso era posible- intentaba no hacerlo sentir inútil; me mantenía a su lado y me ocupaba de cualquier cosa que pudiera necesitar sin restarle méritos a sus ganas de ser autónomo. Finalmente dos semanas después me permitió acompañarlo al chequeo médico. Fue saliendo de la editorial mientras los niños se quedaban con la regenerada vecina, me aseguré de dejarle muy claro que nadie les podía llamar la atención de manera déspota o grosera. Él estaba muy nervioso, había intentado disuadirme de acompañarlo, pero eso no estaba bajo cuestión. Yo necesitaba una charla con alguien profesional, que pudiera instruirme sobre los cuidados y atenciones que él pudiera necesitar. Además de que quería ser partícipe de todo el proceso que fuéramos a enfrentar. No había más una Zoé sumisa.

Por suerte, Adam se relajó cuando me vio de una sola pieza durante toda la consulta. Las cosas eran crudas y directas, no había ilusiones ni esperanzas de tener un final feliz "Más vale claro que confuso" dijo el médico. La enfermedad avanzaba día con día y era casi imposible –a menos que ocurriese un milagro- que se salvara. Me explicó con detalle los tejidos que el virus atacaba, me dio una breve plática sobre los futuros síntomas y recaídas que él, posiblemente, tendría en un futuro no muy lejano. Jamás solté la mano de Adam y él jamás volteó a verme a los ojos. Antes de salir, me aseguré de darle mi número telefónico al doctor para que se sintiera con la total autoridad de llamarme en caso de que Adam no me avisara de sus consultas.

—No debiste hacer eso —musitó casi sin despegar sus labios. Sabía a lo que se refería.

—Sí, si debí —le afirmé— no permitiré de nuevo que me apartes.

—No quiero que seas parte de esto —dijo con la respiración entre cortada. No respondí ante aquello, al contrario caminé a paso rápido por el estacionamiento hasta llegar a la camioneta. Tomé varias respiraciones profundas y apreté con fuerza mis párpados para no derramar ninguna lágrima— Zoé —me llamó pero no volteé.

Desactivé la alarma del vehículo y abrí la puerta. No iba a quebrarme, no iba a reaccionar de manera violenta. No iba a actuar como él esperaba que lo hiciera.

—Por favor, escúchame —suplicó. Yo volteé a verlo a los ojos.

—Te escucho.

—Me retracto de lo anterior, no lo dije con intención de lastimarte. Es solo que no quiero exponerte a todo esto, va a ser doloroso. Muy doloroso —explicó.

—Estoy bien Adam —mentí— voy a estar bien. Por favor, deja de tratarme como si fuera una niña indefensa e ingenua —le supliqué. 

Mis firmes palabras impactaron brutalmente en su semblante inexpresivo. Intentó decir algo más pero fui más rápida y subí a la camioneta sin dejarlo hablar. Yo sabía que no había dicho aquello para lastimarme, pero de todas formas el mal momento nadie lo quitaba. De regreso a casa, hablamos vagamente sobre temas diversos. Relajé mi postura y le permití acariciar mi mano mientras esperábamos que el semáforo cambiara a verde. Si esta enfermedad estaba siendo difícil para mí, no quería imaginar lo que era para él. Era viernes por la tarde casi noche, el momento perfecto para pasarla en compañía de nuestros hijos, tirados en el suelo, viendo películas. Adam pasó por los niños mientras yo conectaba todo.

Tenía dos paquetes de palomitas naturales y un poco de queso en polvo mezclado con mantequilla, el favorito de Edward. Preparé una jarra de naranjada y serví cuatro vasos. Acomodé en el suelo la charola con nuestras provisiones y jugueteé con el remoto mientras esperaba que ellos entraran. Me sentía muy cansada. Pegué las rodillas al pecho y me encorvé un poco, casi quedaba como un ovillo; la pantalla era una luz azul muy brillante. ¿Nada se podría hacer? ¿No podría salvar a Adam de su destino? Algo tendría que hacer, me reusaba a creer que fuera a terminar así.

El reencuentro ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora