Capítulo 31: La boda (Parte II)

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Daphne se despertó somnolienta y dio un brinco cuando notó que eran las cinco de la tarde, se había quedado profundamente dormida junto a Leonardo. Ambos se hallaban completamente desnudos y cubiertos sutilmente por las sábanas de la pelinegra. Hacía calor, el verano se sentía claramente respirándoles la piel, pero, aun así, estaban más cómodos que nunca. Tanto que habían terminado durmiéndose después del extenso e intenso proceso en la cama. La primera en caer fue Daphne, había hecho un trabajo bastante pesado encima del hombre, pero no se había quejado en ningún momento por ello, al revés, era lo que más le gustaba hacer. Se vio a sí misma y no pudo evitar sentir algo de vergüenza. Por mucho tiempo, su cuerpo había sido manoseado por tantos hombres en el transcurso de su vida que solo conocía el morbo, la calentura masculina y los sentimientos reprimidos. No conocía el tacto íntimo proveniente de una caricia, o un poco de amor en cada estocada que recibía de ellos, solo iban directo al grano y más cuando necesitaba de diversos favores para su beneficio personal. Sin embargo, con Leonardo la experiencia había sido completamente nueva, diferente y gustosa. La adoró en todos los aspectos posibles, la trató como lo más frágil y delicado que podía sostener en sus manos. Aunque terminaron haciéndolo a lo bestia casi al final, al comienzo, el castaño había sido de lo más atento y dulce con ella, había tocado cada punto débil de su esbelto cuerpo con respeto y a la vez con perversión. Él comenzaba a convertirse en su gusto culposo, ya que, aunque deseaba poder cumplir esas expectativas que él tenía en ella, sabía que desearlo y quererlo como él esperaba que lo hiciera podría costarle caro, y eso la dejó pensativa.

El hombre abrió sus ojos poco a poco, y al verla sonrió.

— Hola, bonita.

— Hola... Sigues aquí.

— Claro que sigo aquí. ¿Quieres que me vaya acaso? —bromeó colocando su antebrazo detrás de la cabeza. Aquel movimiento favorecía su tonificado cuerpo enseñándolo mucho mejor, y causaba estragos en la mujer que no podía despegar la mirada de su vientre—. ¿Te gusta?

— ¿Qué cosa? —preguntó fingiendo demencia al tomar su teléfono. Pero claro que sí, era de lo más atractivo, aunque lo que tenía de atractivo también lo tenía de fastidioso.

— Hazte la loca, Daphne. ¿Estás bien? ¿Por qué despertaste de golpe? 

La pelinegra se puso de pie y colocándose su bata respondió tranquila.

— Sentí que un extraño estaba ocupando un lugar en mi cama, así que consideré dos cosas: echarlo a patadas o prepararle un café. Instinto de supervivencia, a los enemigos hay que tenerlos cerca. —comentó irónicamente. Leonardo se quedó embobado observando sus movimientos, sabía que, aunque seguía utilizando un pequeño objeto cortopunzante para protegerse, se sentía cómoda con él. Eso lo llenó de esperanzas.

— Creo que a ese susodicho le fascinaría beberse un café hecho exclusivamente por ti antes de morir. —sonrió de oreja a oreja. Daphne relamió sus labios al verlo, era realmente un hombre apuesto. ¿Cuánto podría seguir intentándolo sin fallar?

— Entonces mejor me voy a la cocina y lo preparo. ¿Vístete, quieres? Enseñas más de lo... Ya, vístete. —señaló con la mirada su parte baja que se distinguía muy bien bajo la fina y suave tela negra.

— Si, señora. —objetó imitando a un soldado. La mujer lo analizó en silencio y se limitó a asentir. Mientras caminaba por el pasillo, no podía evitar sonreír como idiota. No sabía qué era lo que sentía en su interior, pero no era desagradable o insoportable. Lo que le pasaba por su mente y corazón al estar junto a ese hombre era indescriptible. Estaba a punto de encender la cafetera cuando su móvil timbró, y frunció la frente al no reconocer el número.

— ¿Hola?

Un silencio sepulcral se hizo presente, hasta que una pequeña risa la erizó entera. 

Tanto tiempo sin escuchar tu linda voz...

Inefable DelirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora