II

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El Fuerte Enrise era la base de reabastecimiento, reagrupación y planeación para cada expedición por este continente. La líder elfa de entonces y sus acompañantes, hicieron nacer del suelo infértil 4 gruesos árboles que parecían rascar los cielos con sus 40 metros de alto. Alineados en una formación cuadrada y separados por una distancia de 50 metros, se usaron como atalayas para informar de cualquier peligro en un amplio rango de 360 grados.

Se construyeron muros de 30 metros de altura, conectados a los cuatro árboles, creados a base de grandes piedras cortadas como bloques, unidas y reforzadas con una mezcla de roca volcánica inventada por los enanos, la cual era uno de los pocos materiales que soportaban por más tiempo el deterioro del Miasma.

Cada muro estaba recubierto por gruesas lianas encantadas por los elfos para evitar la corrosión y suministrar oxígeno a los pasillos interiores. Lo hacían entrando por pequeños agujeros sellados por las propias lianas en las cuales entraban pequeñas raíces, para evitar comprometer la integridad de la estructura.

Había dos únicas entradas al fuerte, una en el norte y otra en el sur. La primera admitía a todos aquellos que vinieran de las rutas de la ciudad, la segunda despachaba y recibía a las tropas en cada expedición. Eran puertas gemelas de más de 10 metros de alto, construidas con el mismo material de los muros.

Había puertas secundarias, creadas en las mismas puertas gemelas, con un tamaño menor. De tres metros, suficientes para recibir carruajes y pequeños grupos de exploración.

Cuando cruzamos los bosques y subimos a las colinas, la primera imagen que obtuve del Fuerte Enrise fue la de un trozo de carbón gigante. Cúbico, oscuro y enraizado. Custodiado por árboles inmensos, como si hubiera pasado ahí más de mil años. Mientras más nos acercábamos, más pequeños nos convertíamos Kaira y yo. Tan pequeños como hormigas.

—¡Por los Espejos! —gritó Kaira, sacudiéndome de un lado a otro. Ella estaba de pie sobre el carruaje—. ¡Es más increíble de lo que imaginé!

—¡Ja, ja, ja! ¡Cálmate, Kaira! Te vas a entumecer de la emoción —dijo Ezra—. Espera a que rodeemos estas colinas y verás lo que nadie te ha contado del fuerte.

A medida que dejamos la colina atrás, demasiado empinada como para cruzarla, pudimos ver la base del fuerte y, por lo tanto, sus alrededores. Había otros árboles, no más grandes que los muros, estos custodiaban otras fortalezas, no, eran mansiones con forma de una caja negra. El camino que los árboles trazaban guiaba hacia una lujosa entrada en la que había símbolos tallados en piedra.

La primera caja tenía un kanji, el símbolo de los Templos Sakura. Su vecino era la caja de los elfos, con el símbolo de un arco y una hoja. Los siguientes eran los enanos, tenían un martillo de doble rostro puesto en vertical. A los alrededores, había otras pequeñas cajas más. Como las casas en la ciudad de Gudiel.

—Esas son solo las entradas —dijo Ezra—, hay cientos de viviendas bajo tierra. Todas están conectadas hacia el fuerte en caso de emergencia. Le llaman la Ciudad de las Lápidas Volcánicas.

—¡¡L-Lápidas Volcánicas?!

—Todas las entradas y los canales subterráneos están construidos completamente por roca de volcanes extintos. Para que el Miasma no pueda infiltrarse e invadir el fuerte. Lo de "Lápidas" es por las formas cuadradas que recuerdan a los bloques de piedra que se ponen a todos los que mueren en estas tierras. A muchos les trae paz creer que sus espíritus...

Una flecha cayó al lado del caballo de Ezra, el animal relinchó y retrocedió. Desde los árboles apreció un escuadrón completo de arqueros cubiertos por capas verdes.

¿Mi deseo? ¡Ser el protagonista de este mundo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora