Las dos horas que pasó con sus dos mejores amigos transcurrieron realmente rápido. Sakusa estaba muy feliz de poder estar con ellos. Si bien estar con atsumu no era, por el momento, tan malo, no se comparaba en lo absoluto con estar con sus amigos. La felicidad que cargaba su ser se notaba a kilómetros.
Encontrarse a su lado era como volver a los viejos tiempos, como si nada
hubiera cambiado, como si volviera a la vida por un instante.
O quizás, la verdadera razón por la cual se sentía de aquel modo era debido la
pequeña ayuda que le brindo el porro que Tae le había compartido. Hook se
había negado rotundamente a que se drogaran en su casa, pero aquello no le
impidió al travieso par de omegas a que lo hicieran.
Y a sakusa no le importó en lo absoluto la advertencia de atsumu. Tal vez luego
lo lamentaría, pero prefirió no pensar en eso y dejarse llevar por sus impulsos.
Además, ¿quién era atsumu para prohibirle que se drogue? Nadie, solo un estúpido alfa encaprichado con él. A parte, el tema de las drogas y demás ni siquiera lo habían negociado cuando hablaron de las reglas, por lo tanto no
valía.
Atsumu sabía lo rebelde que era, por ende era su culpa dar ordenes y esperar que se cumplieran al pie de la letra. Por lo que, sin albergar culpabilidad
alguna, fumó uno... o quizás dos cigarros de marihuana. Su ser se lo agradeció
de inmediato, pues su crisis de abstinencia se había esfumado por completo.
Los efectos de la droga marcaron presencia con rapidez, por lo que no tardó en recrear aquella sensación de bien estar y euforia que provocaba que todo se ralentizara.
Muchísimo más aliviado, y con su alma en armonía, les contó sin, omitir
detalles, acerca de su estadía con el alfa. No se guardó nada, ni siquiera el
gran atractivo que recientemente había detectado en el chofer.
—sakusa, ya ha sido demasiado —se opuso hook, quitándole de entre los dedos el segundo porro que este llevaba fumando.
El moreno torció el gesto, disgustado, pero luego se rio.
—Tienes que despejarte, hermano. ¿Cuántas horas tienes? Sabes que no
puedes volver con los efectos a flor de piel, te ganarás un buen correctivo —le
recordó Tae, quien le arrebato el cigarro al beta para terminar de fumarlo.
Hook frunció el ceño y se lo quitó, retándolo con la mirada.
—Tú también debes parar. Ni siquiera debieron hacerlo —reprendió el joven
de ojos cafes, enojado.
—Trae eso aquí, cariño, no es bueno para ti —le dijo desde su sitio en el sofá,
sin ánimos de moverse en busca del bendito cigarro.
Sakusa, quien estaba sentado en el suelo con la espalda apoyada en uno de los
sillones, se carcajeó al ver la expresión terca del pelirojo.
—Ustedes son un peligro drogados —masculló el beta, apagando el porro—. Y en especial tú, sakusa. No consigues nada bueno con esto. El humo y el olor de
esa porquería esta por todos lados, ¿te crees que el matón no lo habrá
olfateado ya? Por más ducha y despeje que te des, considérate omega muerto.
—Shhh. ¿Has visto lo hermoso que es? Intentare algo con él...
— ¡¿Es que acaso estás loco?! —exclamó hook desconcertado con las
ocurrencias de su amigo—. ¡Tae dile algo!
El omega trató de ponerse serio, y carraspeó, mirando al rubio omega.
—Estás loco, hermano.
—Oh, gran aporte —dijo sarcásticamente el beta, exasperado, y de pronto el
sonido de la puerta siendo golpeada con fuerza retumbó en todo el
departamento, desesperándolo aún peor—. ¡Ahí esta! ¡Te matará!
—Espera, ¿cuántas horas te permitió? —quiso saber Tae, medianamente
alterado. Abrió los ojos como platos al descubrir a sakusa levantando dos
dedos—. ¿Dos? ¿Solo dos? ¡Joder! ¡¿Por qué no lo has dicho?!
— ¡Y ya han pasado como dos horas! ¡¿Ven?! ¡Yo les dije! —protestó hook
escandalizado, a punto de desbordarse de rabia y frustración—. ¡¿Y ahora
qué?!
La puerta volvió a ser golpeada, esta vez con mucha más fuerza.
—Dile que... que no quiero volver y que está invitado a mi fiesta esta noche —
habló sakusa, desde el suelo, sin inmutarse.—Eh, no es mala idea —concordó Taehyung—. Y si quiere llevarte a la fuerza, pues... que pase por nuestros cadáveres.
—Es que eres tontito, corazón, pasará muy fácilmente por nuestros cadáveres
—objetó el beta con algo de fastidio.
—Tontito serás tú, pulmón. Y por experiencia, te sugiero que le abras la
puerta... sacará un... —con un de sus manos formo la figura de una pistola—...piu, piu...
Los ojos de hook por poco y no abandonaron sus órbitas.
— ¡Y así quieres oponerte a que se lo lleven! ¡No lo puedo creer! No dejaré que te lastimen una vez más, Tae. Y lo siento, sakusa, pero tú te lo has buscado.
Dicho eso, en un absoluto estado de alteración, corrió hacia la puerta y la
abrió un segundo antes de que volviese a ser golpeada. Taeyang lo empujó
con brusquedad, ingresando al apartamento con pasos decididos. El omega de ojos oscuros echó su cabeza hacia atrás, elevando su mirada cuando el alfa se colocó justo enfrente de él. Sonrió, y ni siquiera se quejó al ser levantado del suelo con una rapidez que él ni siquiera notó, aterrizando de golpe en el hombro de aquel hombre.
Para él, todo ocurría tan despacio, tan calmado, que no lograba percibir gota
de peligro en la situación. El alfa lo bajó únicamente cuando llegaron al auto.
Sakusa se encontraba mareado por los repentinos cambios de posición,
teniéndose que sujetar de alguna parte del cuerpo del tipo para no caer.
—No, espera —dijo este sin soltarlo al momento en que Taeyang trató de
empujarlo dentro del vehículo.
—Entre —le ordenó con su voz gruesa.
—No —sakusa buscó conectar sus miradas—. No tenemos por qué irnos tan pronto —mencionó procurando utilizar un tono de voz seductor para luego
morderse el labio inferior.
—No se busque más problemas¿quiere?
—Si es por ti, me metería en cualquier problema. Solo déjame...
Sus atrevidas manos descendieron queriendo alcanzar la entrepierna del alfa, pero este reaccionó a tiempo sujetándole las muñecas con fuerza.
—He dicho que te metas al puto auto —demandó Taeyang con agresividad,
usando su infalible voz de alfa que, de inmediato, hizo doblegar al omega
drogado y desubicado.
Los efectos producidos por la marihuana tardaron alrededor de dos horas en
abandonar el cuerpo del moreno. Toda euforia y atontes se fue despidiendo de él a medida que transcurría el tiempo metido en aquella tina repleta de agua. El olor de aquella droga impregnado en su piel y en su cabello fue reemplazado
por el bonito aroma de vainilla del jabón.
Todo parecía ir bien, pero, en realidad, nada iba bien. Su omega interior se
sentía aterrado, avergonzado, completamente arrepentido de haberle fallado al alfa que, tal vez, confiaba en él. La culpabilidad lo arribaba por un lado, mientras que por otro no tanto, pues sakusa creía que aquello le serviría a
Atsumu para darse cuenta la clase de omega que él era. Y eso estaba bien. Él no pensaba cambiar.
Salió del cuarto de baño teniendo las yemas de sus dedos totalmente
arrugados por estar tanto tiempo en contacto con el agua. Se vistió con uno
de sus pijamas, y aguardó resignado a que el huracán Atsumu ingresara por la puerta a destruirlo todo, incluyéndolo. Cuando sucedió, no fue como sakusa se lo imaginaba. Sí, Atsumu apestaba a
furia, enojo, decepción, pero en ningún momento destruyó nada, ni parecía
querer hacerlo. No le dirigió la mirada, ni la palabra. Lo ignoró por completo,
como si su presencia solo fuese la mismísima nada.
Sakusa lo perseguía en silencio con la mirada, atento y preparado a lo que sea Pero nada pasaba, y eso no le agradaba. Atsumu solo se despojó de su elegante
traje, colocándose una simple camiseta blanca y unos pantalones de pijama, y
se metió en la cama. Sakusa continuaba estático, sin saber cómo reaccionar.
Jamás se imaginó que, en vez de atacarlo, lo ignoraría.
Tragó en seco, comenzando a acercarse despacio hacia la cama. Rodeó la
misma, quedándose de pie del que se suponía que era su lado para acostarse.
Sin embargo, apenas rozó el colchón se vio obligado a alejarse unos cuantos
pasos por un inesperado rugido del alfa.
—Al suelo. Y ni se te ocurra acercarte —exigió furioso, mirándolo con
desdén.
El omega asintió despacio, bajando la mirada, apenado. ¿Ese era su castigo?
¿Dormir en el piso? No era nada nuevo para él. Atsumu ni siquiera se imaginaba la cantidad de noches que pasó durmiendo en la calle, sufriendo del frío invernal, muriendo lentamente de hambre. Eso sí era un verdadero castigo. Pero dormir allí, en la calidez de una acogedora habitación, sin hambre, sin
frío, sin el pánico constante de que pudiese ser violado de nuevo en cualquier momento, eso... eso no era nada comparado.
Sakusa se descubrió a él mismo llorando. No le hacía nada bien recordar
aquella horrible etapa de su vida, no hacía más que reabrir las heridas que
creía haber sanado. En un estado de absoluta tristeza, se ubicó en un rincón
contra la pared, y en medio de las penumbras, con sus piernas contra su
pecho, se dedicó a llorar y llorar hasta que no quedara lagrima por escapar.
Ninguno de los dos pudo dormir esa noche.
No supo qué hora era. No supo cuánto tiempo llevaba en el suelo de la
habitación. No supo si el sol ya se había animado a salir, o si aún continuaba
reinando la luna. Pero sí supo que no había dormido nada, y Atsumu ya se
había levantado.
Decidió permanecer allí, apartado en el rincón contra la pared, mientras
escuchaba el rumor de los pasos del alfa desplazándose por el lugar. Lo vio
entrar al baño, y más tarde salir con el cabello húmedo y una toalla envuelta en su cintura. Lo observó vestirse con otro de sus típicos trajes,
concentrándose en acomodar hasta el más mínimo detalle.
Y cuando creyó que, luego de tanta preparación, se marcharía sin más, se
sorprendió al notar que el alfa le dedicó una leve mirada que sakusa no supo
descifrar lo que transmitía. No supo si era enojo o tristeza o pena, o si era todo junto.
Tragó en seco, encogiéndose más sobre sí mismo, sabiendo perfectamente
que se acercaba a él. No se atrevió a levantar la mirada. Sus ojos hinchados a más no poder le pesaban y le ardían demasiado, apenas siéndole posible
mantenerlos abiertos.
Una mano fue extendida hacia él.
—Vamos, ve a la cama. Sé que has estado llorando toda la noche —expresó el
alfa con la voz ronca, teniendo un tono neutral imposible de detectar
sentimiento alguno.
Sakusa elevó la mirada despacio y, con cierto temor, tomó la mano extendida
del otro, quien lo ayudo a ponerse de pie.
—Lo siento —musitó, apenado,sorbiéndose los mocos una vez más.
—No digas absolutamente nada —mencionó Atsumu solemne, arrastrando al omega consigo—. Ahora necesito que descanses. Luego tienes que estar listo.
—Listo, ¿p-para qué?
—Listo para mí —contestó sin titubeos, colocando al menor frente a él—. Te
guste o no, eres mío, y harás todo lo que yo te ordene hasta que decida
dejarte. Y más te vale que obedezcas, maldita sea, porque el asunto se pondrá peor sino
—T-tú has d-dicho que me tendrías p-paciencia —balbuceó el reproche con la mirada agacha, sin animarse a mirarle de frente.
—¿Crees que te sigues mereciendo la maldita paciencia? —cuestionó Atsumu, tomándole de la barbilla con fuerza para que lo mirara—. Te he dicho como
funciona esto, sakusa. Si tú te portas mal, no esperes a que te trate bien. Ya has
perdido el derecho. Yo te lo advertí, ahora abstente a las consecuencias.
—Yo también te advertí como era yo —contraatacó sakusa, soltándose de su
agarre, apartándose un par de pasos del alfa—. ¿Qué querías que hiciera? No
soporto estar aquí como una maldita mascota estúpida esperando a su
dueño. Tengo una vida, ¿sabes? Y como si fuera poco, estaba sufriendo un
jodido ataque de abstinencia. ¡Agradece que te pedí permiso para salir!
—Te recuerdo que esa vida me la debes a mí. ¿Tú que mierda pretendes que
haga yo? ¡Aquí tienes de todo! ¿Qué quieres? ¿Qué te lleve al trabajo conmigo?
¡No eres más que un maldito desagradecido que, para colmo, me miente!
—¡Oh, y porque me has salvado la vida te crees con el derecho de arruinármela! —gritó indignado, dispuesto a defenderse y no quedarse callado—. Yo de verdad te agradezco todo lo que me diste, pero debes aceptar que este no es mi lugar. Yo no sirvo de mascota fiel, ¿entiendes? Soy un jodido omega mitad callejero que bebe, se droga y hace lo que quiere cuando quiere y como quiere. Y ni tú, ni nadie, me cambiará.
Atsumu lo miró desafiante, con su expresión inyectada de enojo. El potente aroma de alfa enfurecido se mezclaba con las feromonas de rabia que
emanaba el omega, creando un ambiente totalmente desagradable.
—Así que, ¿querer cuidarte, consentirte, mimarte y darte un lugar en mi
maldita vida significa arruinar la tuya? ¡Es que, ¿en qué diablos pensabas?!
¡¿No habíamos llegado a un jodido acuerdo?! ¡¿Por qué mierda no me
hablaste de tu problema de abstinencia?! ¡Podríamos haber llegado a otra
solución!
—No, alfa, no te confundas. Adoro que quieras cuidarme, consentirme y
demás, pero querer dominarme, controlarme, someterme, eso significa
arruinar mi vida —aclaró en un tono más relajado—. Y sí, en aquel acuerdo en ningún momento se mencionaron temas como las drogas, por lo tanto no
tenías derecho a prohibírmelo.
—Entonces, ¿quieres explicarme por qué no me has dicho eso en su
momento? Tú no..., no... —se detuvo en mitad de la oración sin encontrar las
palabras indicadas. Respiró hondo, frustrado, echándole un vistazo al
reluciente reloj en su muñeca—. Dejémoslo así. Tengo que irme, más tarde habl...
—No quiero seguir con esto —lo interrumpió el omega decidido.
Atsumu elevó las cejas con sorpresa, siendo su aliento robado por aquel
instante.
—¿Cómo que... ?
—No soy el omega para ti, Atsumu, y tú no eres el alfa para mí. ¿Por qué insistir en algo que no funcionara?
—Oh, joder, claro que puede funcionar. Ya te he dicho que no pienso dejarte ir,
solo tenemos que poner cada uno de su parte... ¿O es que acaso prefieres a mi
chofer? —atsumu procuró usar el tono más acusador posible.
Las mejillas de sakusa se encendieron ligeramente, recordando el bochornoso
momento que ansiaba borrar de su mente.
—No, no prefiero a nadie —murmuró cabizbajo—. Eso..., eso fue un error... o
más bien... no sé lo que fue. Es que yo no estoy acostumbrado a estar con un solo alfa, para mí son únicamente para una noche y ya está. Al estar drogado
el presente se borra o se distorsiona, y no estaba consciente de lo que hacía.
Pero no lo prefiero, es decir... si tuviera que elegir me quedaría contigo,
pero...
—Entonces, quédate conmigo —se apresuró a decir el alfa, aproximándose de repente. Lo sostuvo de la cintura con suavidad, enterrando su nariz en el
cuello de este—. Quédate. Empezaremos de nuevo, pondremos nuevas reglas,
lo que quieras, pero no te vayas.
El omega se estremeció al recibir pequeños besos en su cuello. No, no podía doblegarse otra vez. Su mejor amigo tenia razón, debía alejarse lo mas pronto de él, antes de que fuese demasiado tarde. Esta vez se había salvado de obtener un terrible castigo, pero, ¿que pasaría la próxima? Él no dejaría de equivocarse, y atsumuno pararía de enojarse.
—No, no p-puedo, Atsumu...
—No, no, no, por favor, no me hagas esto —pidió atsumu rozando el punto del
quiebre emocional, mientras se colocaba de rodillas frente a él.
Un importante alfa de clase, vestido de etiqueta, encontrándose de rodillas
rogándole a un omega tan imperfecto como el no era algo normal. Estaba
loco. Sí, pero más loco estaría él al acceder a sus locuras. Sin embargo, ¿cómo podría resistirse a sus súplicas que le derretían el alma? ¿Cómo podía decirle que no a un alfa que, por alguna razón, parecía no poder soportar su
permanente ausencia?
No entendía cuál era el motivo por el que en su mirada se anclaba la más
profunda angustia. Él no lo entendía, pero su omega quizás si.
Sakusa lo observó con desconcierta tristeza, y se arrodilló también,
quedándose a su altura. Sus ojos hinchados volvieron a aguarse y, cuando ya había dado por sentado que no había más lágrimas por derramar, rompió en
llanto una vez más la preciso instante en el que abrazó al alfa, acurrucándose
contra su pecho, habiendo metido sus brazos por debajo de su saco.
—Perdón —susurró sakusa con la voz quebrada, sintiéndose acogido cuando
los brazos del castaño le devolvieron el abrazo con fuerza.
No tenía muy en claro acerca de por qué se estaba disculpando. Si por el
desastre del día anterior, o por el deseo de marcharse cuando el alfa lo que
más ansiaba era que se quedara, o por no poder ser lo que Atsumu buscaba, o
por estar arrugándole y humedeciéndole la camisa que tanto trabajo se había
tomado en arreglar.
Atsumu se apartó un poco de él, trasladando una de sus manos a una de las mejillas rodeada de lágrimas, mientras que con la otra sostenía el cuerpo del omega contra el suyo. Le acarició la misma, y buscó unir sus labios en un beso.
Allí, en el suelo de su habitación, con el omega menos esperado, en el
momento menos indicado, se encontraba dando el beso más dulce y amargo,
más bonito y emotivo, mas triste y melancólico. Porque no sabía si era el beso
que marcaría un nuevo comienzo o marcaría el final definitivo.
—Dime... dime que te quedarás —murmuró atsumu sobre sus labios.
Sakusa lo besó una vez más, percibiendo el modo en el que una nueva tanda de
lágrimas corrían por sus pómulos. Cerró los ojos con fuerza. Ya no soportaba
mas el llanto. Y ni siquiera comprendía por qué le dolía tanto lo que estaba a
punto de decir.
—Y-yo... debo regresar.
Atsumu contrajo su rostro en una mueca de dolor mezclada con frustración.Por puro instinto, atrajo al omega aún más contra su cuerpo, en algún tonto
intento de su alfa interno por mantenerlo consigo a su lado.
—¿Y que hay de nuestro jodido acuerdo? Ni siquiera paso el suficiente tiempo
—repuso Atsumu, disgustado—. No te puedes ir tan pronto.
—Pensé que podría, pero después de lo de ayer... Atsumu, yo voy a seguir
cometiendo imprudencia, pero no porque quiera portarme mal, no lo hago a propósito... es porque soy así, y si ya con esto perdiste la paciencia, imagínate mas adelante —expresó el omega con sensatez y suspiró, desganado—. No
estoy dispuesto a sufrir tus abusos, y tú no puedes obligarme a quedarme.
Hazme el favor y no te compliques la vida conmigo, Atsumu, no lo valgo.
El alfa lo soltó de golpe, dolido, y se levantó del suelo con la expresión mas
severa posible. Se quitó el saco, se aflojó la corbata e, ingresando a un estado
de irremediable impaciencia, se arrancó la camisa que ya había dejado de ser
presentable.
—Entonces, vete —gruñó atsumu furioso, al tiempo que se colocaba una nueva
camisa recién sacada del closet—. Toma todo lo que quieras y lárgate.
¿Cómo había podido caer tan bajo? Un alfa de su clase rebajándose de tal
forma por un ordinario omega que tan poco valía, solo había una palabra para
definir aquello: patético. Atsumu se sentía ultrajado. Decepcionado y
avergonzado de sí mismo al haber desechado su dignidad de aquella insólita manera. Jamás se lo perdonaría. Y desde ya, odiaba a su alfa por ser tan iluso, tan estúpido, tan vulnerable al tratarse de sakusa.