Primera parte

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Había dos verdades en el mundo que Jimin comprendía cómo su realidad; la primera es que amaba ser de la casa de Slytherin, la segunda es que odiaba, con todo su corazón, la casa Ravenclaw y todo lo que tuviera que ver con ella. Eso, por supuesto, incluía a Kim Namjoon, el capitán del equipo de quidditch.

Jimin lo detestaba casi tanto como detestaba la derrota, y luego de haber perdido el torneo de quidditch contra Ravenclaw el año pasado, no había persona que Jimin desearía tanto golpear en la cara como a ese tonto sabelotodo de sonrisa perfecta.

—En serio, hay algo mal contigo —le dijo Yoongi lanzando hechizos a una botella de vidrio para convertir su contenido viscoso en agua cristalina—. Todo el mundo está preocupado por obtener calificaciones aprobatorias y a ti sólo te importa lo que ese idiota hace o deja de hacer . Si no te conociera mejor hasta podría decir que estás enamorado de él.

Yoongi tenía un punto, claro. Todos a su alrededor en la biblioteca tenían la nariz metida dentro de un libro o los dedos y la cara manchados de tinta por todas las notas que tomaban en sus pergaminos. La época de exámenes era importante, los de quinto y último año estaban muriendo, casi literalmente, del estrés a causa de los T.I.M.O. o los E.X.T.A.S.I.S, respectivamente. Sin embargo, al ser él de sexto no estaba realmente preocupado por nada de eso.

—No digas idioteces, Min —se quejó Jimin con cara de asco en voz alta. La profesora Lovegood le pidió amablemente que guardara silencio para no interrumpir a sus compañeros.

—Yo sólo digo —continuó Min agitando de nuevo la varita frente a la botella—, te la pasas hablando de él todo el tiempo, incluso si no viene a tema siempre encuentras la manera de meter a Kim Namjoon en la conversación. No estudias lo suficiente y ni siquiera hablas tanto de quidditch como de él. Es raro, ¿sabes?

Jimin boqueó, tratando de encontrar una forma de refutar lo que su amigo había dicho, pero en realidad, no encontró algo que pudiera decir en su defensa. Tal vez Yoongi tenía razón, no con eso de estar enamorado de Kim -para nada, qué maldito asco-, sino en lo extraño que era su comportamiento al respecto de ese imbécil. Su desdén se había apoderado de él más de lo que debería permitir. Kim Namjoon de verdad era un grano en el culo.

Salió de la biblioteca en dirección a las mazmorras, la sala común de Slytherin, y pensó en escribirle una carta a su hermano mayor pidiéndole consejo. Su hermano, después de todo, había sido el mejor de su generación, obteniendo Extraordinario en casi todas sus pruebas y ganando la copa de quidditch los cuatro años que estuvo al frente del equipo de Slytherin. Jihyun seguro sabría qué hacer.

El clima de mediados de año era cálido y húmedo, a la espera del próximo verano, así que cuando Jimin salió del castillo hacia la lechucería en la torre oeste, una brisa suave le acarició las mejillas y revolvió su cabello rubio. Evitó pisar la mierda de ave en lo que buscaba a Chimmy, una lechuza parda de ojos dorados, para darle la carta dirigida a Jihyun. Observó como el ave se alejaba en el cielo que se iba oscureciendo con el ocaso y se propuso regresar a su dormitorio a estudiar un rato para la prueba de Encantamientos y Pociones al día siguiente, si se apuraba incluso podría pedirle a Yoongi sus apuntes para repasar un poco. No podía dejar que su vida se echara a perder por culpa de su odio a Kim Namjoon.

Tenía que sacar a Namjoon de su cabeza y concentrarse en lo que era verdaderamente importante. Exacto; sus exámenes, el quidditch y su futuro.

Pero sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando escuchó un tipo de grito traído por el viento desde el campo de quidditch. Los entrenamientos no estaban permitidos después de la puesta del sol por motivos de seguridad, así que Jimin cambió sus pasos del sendero a la entrada del castillo hacia el campo para averiguar quiénes eran los idiotas que habían decidido romper las reglas. No le sorprendió demasiado ver dos sombras en lo alto, una de ellas de pronto se proyectó en picada directo hacia Jimin y él, instintivamente, se encogió esperando el impacto de otro cuerpo contra el suyo a gran velocidad, pero eso no ocurrió. Cuando abrió los ojos descubrió a menos de un metro de distancia a un chico, de tercero o cuarto año, sobre su escoba a unos cuantos palmos del piso sosteniendo algo en el puño.

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