SEGUNDAS OPORTUNIDADES

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I. Desde abajo 

 Sin importar cuán lejos nos lleven los viajes interestelares ni cuánto se pueda desacelerar el envejecimiento, algunos aspectos de la civilización humana no han cambiado en lo más mínimo. Comprendí esto desde mi infancia pues yo mismo formo parte de un eslabón fundamental y, sin embargo, frecuentemente menospreciado en la cadena de suministro alimenticio de la galaxia. Pero bueno, ojalá quien lea estas notas tenga un poco de paciencia porque mi narración contiene hechos bastante peculiares.

Esperen. Se los juro, no tengo intención de buscar la condescendencia ajena, mas debo hacer hincapié: el resto de la gente subestima demasiado mi trabajo. No me sorprende. Cuando se descubrió cómo aprovechar por completo la energía solar, todas las industrias avanzaron a pasos agigantados y, desde hace décadas, la mano de obra predominante está conformada por robots. Los hay para innumerables propósitos: construir rascacielos, educar en las escuelas, trabajar en fábricas de vehículos. Hay robots de todo tipo.

La planta de procesamiento donde estoy asignado no es la excepción. Los brazos automatizados se encargan de deshuesar al ganado con una precisión asombrosa, lo cual permite maximizar las ganancias a una escala nunca antes vista. Es fascinante presenciarlos en acción, triturando la carne de forma implacable.

Verán, a pesar de esta maravillosa tecnología, algunos trabajos no han sido reemplazados por la automatización. Al finalizar el turno, los restos de sangre y grasa quedan impregnados en todo el suelo de producción y, hasta la fecha, solo los seres humanos somos capaces de limpiar la planta de acuerdo con los rigurosos estándares de seguridad alimentaria.

Así es: nuestro trabajo como personas del subsuelo comienza al caer la noche, cuando los robots descansan. En ese momento, un ejército de limpiadores comienza a eliminar meticulosamente cada residuo o mancha en las paredes y la maquinaria. Para ello utilizamos mangueras de alta presión y diversas mezclas de ácidos según el caso lo requiera, de manera que, en el transcurso de aproximadamente diez horas, logramos transformar espacios parecidos a una zona de guerra en relucientes cuartos de procesamiento. No obstante, prefiero no abrumarles con demasiados detalles técnicos; basta con decir que la tarea es agotadora.

A veces pienso: si la Ley del Progreso hubiera permitido la creación de robots dotados de inteligencia artificial, estos seguramente se habrían negado a trabajar en el saneamiento de las plantas alimenticias. En fin, este empleo paga las cuentas y, tal como ocurrió con muchos otros colegas, mi carrera en las labores de limpieza comenzó a muy temprana edad. Nunca supimos hacer otra cosa. Nuestro lugar está aquí, en el subsuelo y la oscuridad, mientras los demás disfrutan de vidas acomodadas en las alturas de los rascacielos.

Por cierto, si alguno de nosotros trae descendencia a este mundo, la criatura nunca verá la luz del día. El destino de cada limpiador está escrito, firmado ya con tinta indeleble, junto a su apellido. Intentar subir a la superficie sería un esfuerzo inútil, pues la Ley del Progreso, con todos sus sistemas de seguridad, nos reconocería de inmediato. No podemos negar nuestro origen; llevamos marcas muy particulares de nuestro trabajo inscritas en la piel.

Planeta misterio [relatos cortos de ciencia ficción]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora