Capitulo 3; Mesa redonda.

5 1 0
                                    

Los tres días fueron un tormento para el cabecilla de la familia Hendrickson. El mensaje de su muerte lo había alterado demasiado, tanto que no desperdició ni un solo instante en organizar y a distribuir a sus tropas tanto por su terreno como por todo el Reino. Su mansión estaba siendo vigilada todos los días durante durante las 24 horas del día, mientras que los soldados restantes tenían la tarea de encontrar al asesino.

Jack Hendrickson pasó noches completas en vela, y durante sus días no podía sentirse a salvo. Tenía que ese asesino apareciera en cualquier instante, incluso cuando comía, hacía que uno de sus sirvientes diera los primeros bocados de su platillo antes de si quiera darles una mordida.

La paranoia comenzaba a apoderarse de cada aspecto de su vida. Sus gestos eran pequeños al principio, pero tras las expediciones fallidas de sus subordinados, estos gestos se hicieron tan evidentes que cualquiera a su alrededor podía percibir que algo andaba mal.

Por desgracia, por más esfuerzos que realizaban sus tropas para encontrar a aquel individuo, yéndose por cada uno de los callejones e inspeccionando cada uno de los establecimiento, lamentablemente, nunca pudieron dar con el más leve indicio que los pudiera conducir al paradero del hombre encapuchado.

Habiendo llegado el tercer día y sin tener ninguna pista del paradero de su asesino, Jack Hendrickson segundo no vaciló en recurrir a medidas extremas una noche antes de que llegara el gran día de la reunión. Esa noche, un misterioso individuo acudió a su hogar, donde no salió ni esa noche, ni a la mañana siguiente.

Al amanecer de ese día, Hendrickson partió de su mansión siendo escoltado por un moderado ejército personal. El noble sabía perfectamente que no debía subestimar a su adversario, planificando variedad de medidas de seguridad. Añadiendo todas las que consideraría necesarias que lo acompañarían hasta llegar al palacio.

En el momento en el que el noble y sus tropas partieron de sus dominios, las campanas de la iglesia resonaron a lo lejos, anunciado la llegada de un nuevo día al Reino. Aparte de que en las calles, pese a que a penas había salido el sol, ya se podían observar a los ciudadanos en la calle, mirando, con bastante asombro, a los cuatro hombres que eran actualmente las cabecillas de las cuatro familias nobles que gobernaban la ciudad.

Tanto los niños como sus padres miraban, con expectación, a los cuatro hombres saliendo de sus respectivas mansiones, todos ellos siendo acompañados por un pequeño grupo de sus soldados resguardándolos.

Al verles pasar, los ciudadanos vieron que tres de los cuatro nobles llevaban puestas sus mejores ropas, decoradas únicamente con las joyas más finas. Además de también ponerles a sus caballos unas prendas y armaduras brillantes que los hacían ver más imponentes e intimidantes ante la vista de los ciudadanos.

Mientras los nobles se encontraban cabalgando por las calles de la ciudad. Permaneciendo en la cima de un edificio que estaba bastante alejado del lugar por el que ellos pasaban, se encontraba Alonso, quien observaba atentamente cada movimiento que daba el señor Hendrikson a través de un catalejo.

— *parece que el señor Hendrikson se ha preparado para mi llegada* — pensó mientras guardaba el catalejo en un bolsillo interno de su gabardina — *será mejor que comience a ejecutar el plan*.

Teniendo el plan claro en su mente. Alonso comenzaría a correr por los tejados de la casas, saltando y esquivando hábilmente todos los obstáculos que se le presentaban en su camino. Continuando así hasta que llegó a un estrecho espacio que había entre dos edificios, al llegar, el joven no vaciló e inmediatamente comenzó a utilizar los marcos de las ventanas y las pequeñas grietas que habían entre las paredes para saltar entre los edificios y continuar así hasta que tocó el suelo.

Sangrienta Venganza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora