Eutanasia.

Prologo.

Nunca la pude olvidar, a pesar de que los sabores de distintos labios llegaron a los míos, los cuales se convirtieron en una droga bastante suave, solo te hacia feliz por un momento, es bastante fácil de manejar esa felicidad momentánea cuando solo la pruebas de vez en cuando, la puedes superar. Con ella fue distinto, sus labios eran mi droga, la cual se volvió adictiva, cada que la veía, tenía que probarla, saborearla, tenerla conmigo. Pero, después, su sabor lo comencé a olvidar. Tal vez porqué fui un patán, un imbécil. Y no supe cómo mantenerla a mi lado, porque no solo me había obsesionado con sus labios, con el sabor de su boca. Me había obsesionado con su sola presencia, con sentirla a mi lado. Me había obsesionado con sus ojos, que, a pesar de no ser azules, me perdí en el mar que encontré en ellos. Me había obsesionado, con el sonido de su voz. Me había obsesionado con su risa cada que decía un chiste malo o cuando realizaba un gesto tonto.

Me había obsesionado con ella, pero... no la había sabido cuidar, la deje sola durante mucho tiempo, eso llevo a que se comenzará a secar, a que desapareciera y se llevará todo mí amor, que mis momentos se volvieran suyos.

Se llevo toda mi alegría y brillo, me dejo sin nada cuando partió.

Todo lo que me recordaba a ella me hacia daño, y no era involuntario, ese daño me lo hacía yo mismo. Siempre lo ocasionaba cuando miraba las cartas que estaban guardadas en mi mesita de noche; lo ocasionaban las canciones que un día cualquiera a la madrugada bailamos pegados en el salón de mi casa; lo ocasionaban las gomas para el pelo que había dejado en la perilla del baño; lo ocasionaban esas fotos que se atravesaban por mi camino cuando iba de salida al trabajo. Todo tenía que ver con ella, el color de las mariposas; el sabor dulce de las fresas con crema; el olor a lavanda de algunos perfumes. Y, aunque no lo quisiera, ella siempre iba a formar parte de mí, ella creo su propio espacio dentro de mí corazón, y cuando se fue, dejo un vacío en el.