Capítulo I

118 5 0
                                    

Cuando llegaron a la casa de Jared se sentían felices y a la vez tristes. Estaban relajados pues habían dejado contentos a la familia Echelon con las presentaciones y no volverían a dar conciertos hasta la próxima.

Pero les llegó una pequeña ola de melancolía.

Ya no desgarraría su garganta junto con ellos.

Sus manos ya no sangrarían con cada bote.

Y sus dedos ya no causarían placer con cada acorde.

Era el final de otra gira, lo que sentían en ese instante ya deberían conocerlo, pero cada vez que eso ocurría, los sentimientos estaban a flor de piel, como la primera vez que subieron a un escenario.

Dejaron sus cosas en el lobby, haciendo que formaran un gran tumulto negro, en comparación con el lugar tan impecable. El dueño de la casa, un tanto molesto por eso, espetó sonando a la vez sarcástico:

— Ordenen eso de una vez, ingratos chiquillos. Esta es mi casa y así como les he dejado entrar, fácil se pueden largar.

— Parece que el papel de Rayon se ha quedado -murmuró su hermano, quien se rió junto al guitarrista. El actor, ignorando lo que escuchó, rodó los ojos tirándose al suave diván de terciopelo rojo escarlata, habían estado en el avión durante poco más de once horas, estaba agotado —. Además te recuerdo que soy mayor que tú, mi querido hermanito—agregó, alargando y haciendo énfasis en la última palabra. Y otra vez, Tomo rió.

— Por un año, ¿y qué? Además, te recuerdo que cuando éramos niños la abuela siempre se preguntaba cada vez que te veía si era su nieto o el mismo gnomo de su jardín, hermanito —le contestó Jared a la ofensiva, desde que aterrizaron (incluso durante el viaje) quería ver fastidiado a su hermano con cualquier tontería que se le viniera en mente, lástima que lo último que dijo no era una tontería, era verdad. Y al escuchar la risotada nostálgica de Shannon, junto a la risa que Tomo siempre prestaba tratándose de sus amigos, supo que esta vez no lo había logrado.

— ¡Y nos llamaba como los enanos de Blancanieves! -exclamó Shannon entre risas —. Tú eras Tontín, con tus orejotas, tus ojos celestes y por las manchas que dejabas en la cocina cuando robábamos un poco de su tarta de arándanos y peras... -Dijo emocionado al recordar los largos veranos que pasaban con los padres de su madre, los tiempos en que los setenta eran La Década. Atrás quedaron para los hermanos cuando armaban infantiles atrapasueños que los amigos de Constance, su madre, los hippies les enseñaban cuando acudían a los festivales de música psicodélica -. Te acuerdas de eso, ¿verdad?

— Sí, lo recuerdo —le contestó Jared a su vez acariciando la exquisita tela donde reposaba.

No robar un poco de esa tarta era inevitable, así como no dejar huellas de barro fresco cuando él entraba a hurtadillas junto a su hermano en la cocina. En ese entonces siempre se preguntaba cómo su hermano era más cauteloso en eso.

«La abuela me llamó así también, porque era el nieto más guapo y atento que tuvo». Quiso decir para fastidiar un poco más a su hermano, pero a Shannon ya no le interesaba el juego.

Sus abuelos siempre los recibían con los brazos abiertos por ser los únicos nietos que tenían. Añoró dormir una vez más en la humilde casita típica del sur de Lusiana, quería oír a los insectos zumbar con su aleteo mientras merodeaban intranquilos por el fangoso pantano que había cerca. No le importaría que un mosquito le picase o que su abuelo los castigara -a Shannon y a él -, cuando se metían en problemas. El apodo, que el mayor del par de los Leto había recordado, hizo que quisiera volver a los tiempos en que era habitual que se divirtieran en familia en el Mardi Gras...

— Y tú eras... —Empezó a decir pensativo, Jared hacia su hermano. Sí, era verdad. Su abuela los llamaba cuando eran niños como los enanos, pero a pesar que Shannon había recordado el apodo que le habían puesto; él, aunque le avergonzaba admitirlo en voz alta, había olvidado una pequeñísima pero importante etapa de su infancia —. Oh, diablos. Discúlpame si lo he olvidado.—Le pidió a su hermano, el cual le hizo un ademán con la mano que no pasaba nada malo. Iba a abrir la boca de nuevo para preguntarle si era él quien lo recordaba, pero Tomo fue más rápido.

— Espera —intervino este, aún con rastros de una risa en su rostro—, déjenme adivinar—. Se mesó la barba mientras miraba minuciosamente al baterista, intentando recordar las características de los siete personajes singulares-. Quítate los lentes de sol por favor. Ahora sí, mucho mejor. Tus ojos son pardos, como la mayoría de los enanos, a excepción claro de Jared. Tu nariz es prominente y algo roja, ¿eras Estornudo?—. Le preguntó ahogando una risa, para el guitarrista estar en una situación así le resultaba bastante cómica; Shannon lo negó. Entonces siguió jugando con su barba hasta que empezó a darse cuenta de algo—. Pero tus cejas le dan un toque singular a tu cara... Ahora que te observo mejor, me doy cuenta que se encuentran en un ángulo bastante extraño... como si siempre estuvieras... ¡Gruñón!—exclamó liberando otra ola de risa de las bocas de los amigos.

Ése era el apodo que Jared había olvidado y Tomo adivinado. Así, compartiendo anécdotas y riéndose de éstas, no parecían los hombres de mediana edad que recorrían el mundo con su banda; si no, simples jóvenes que figuraban entre los 20 o 30 años. Los años transcurrían, pero su amistad seguía siendo la misma.

Pasado un rato para calmar las bromas y risas que siguieron, Jared preguntó por el último concierto que tuvieron no hace más de un día:

— ¿Qué les parecieron los chicos de Viena?

— No tienes tema de conversación, ¿eh?—dijo finalmente, Shannon.

— Ajá.

Se produjo un silencio bastante cómodo entre los tres. A lo lejos podía escucharse el chocar de las olas contra las rocas. Había elegido esta casa por la tranquilidad que le generaba. El leve olor a sal que respiraban les causó sed, pero ninguno se atrevía a ir a la cocina en busca de algo con que saciarlo. No querían romper el manso ciclo en el que estaban, el que los unía en la más profunda tranquilidad que necesitaban. ¿Qué recordaban ellos cuándo terminaba una presentación? Fácil. En sus mentes, recordaban los alaridos, llantos, gritos de sus fans. Todo acompañado de la felicidad que caracterizaba al Echelon. Y cuando esto terminaba, cuando era hora de descansar, no lo hacían. El verdadero descanso era estar a su lado; pero en estos casos se conformaban con escuchar su voz y de alguna manera sentir que estaban juntos. Hacerla reír a pesar de estar muy lejos, hacerla feliz.

Yo la hago feliz —se dijeron a sí mismos.

Hay dos mujeres en su vida. Dos que son tan importantes para él. La primera es capaz de hacer lo que sea con tal de verlo feliz, la conoce desde hace mucho, se siente seguro en sus brazos, se siente amado. La otra, a pesar de saber de su existencia desde hace unos años, se ha convertido en una parte esencial de él. Pero no siente lo mismo así como lo hace con la primera. Es que el cariño que ella siente hacia él es tan genuino, tan simple, que él no lo entiende. No lo entiende, pues siempre ha sentido al amor de una manera distinta, aún, no capta la forma de amar de ella. A pesar de eso, él la hace feliz, pese a que no sabe lo que siente.

City of AngelsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora