Una suave presión en mi rodilla me hizo apartar la vista de la pantalla de mi laptop, una que había mirado toda la noche para asegurarme de que enviaba un manuscrito horrible pero con la menor cantidad de errores ortográficos y gramaticales posibles.
Vi al pequeño y mimado gato maullar pero sin oírlo porque tenía mis audífonos a todo volumen para silenciar los ruidos de mi vecino. Mi irritante e imbécil vecino.
—Si me haces quitar los audífonos para escuchar los gemidos de alguien—le advertí en un susurro—te juro que no te doy de comer.
Maulló de nuevo sin dejar de verme con insistencia, demandándome comida en su plato vacío, así que me quité los audífonos para escuchar el precioso silencio de la noche.
Dejé la laptop a un lado y me levanté para ir a la cocina acompañada de los maullidos del anaranjado gato que se me paseaba entre las piernas como si eso fuera a conseguir que llegara más rápido para darle de comer. Tomé un poco de la bolsa de comida que le había comprado hace poco y la dejé caer en el plato metálico junto a la entrada de la cocina para que comiera de una vez por todas.
¿Lo gracioso del asunto?, ni siquiera era mi gato.
Volví a sentarme en el sofá solo para comenzar a escuchar de nuevo el habitual golpeteo en la pared de mi habitación que significaba que mi vecino había decidido ir por su segundo asalto de la noche. ¿Qué no podía pagarse un maldito motel?, y no es que fuera tan estúpida como para creer que la mitad de los que vivían en este edificio no tenían sexo, es que él era irritantemente programado.
Iniciaba todos los viernes en la noche, después de las ocho hasta el amanecer del sábado me sometía al maldito golpeteo de su cama contra mi pared porque en este edificio las paredes eran de papel y su habitación quedaba del otro lado de mi pared, una programación que se repetía los sábados y domingos. Por lo que me pasaba la noche entera escuchando como tenía sexo porque la mujer que metía a su habitación era exageradamente ruidosa.
Siempre podría intentar cerrar la puerta del balcón que me dejaba entrar el sonido mucho más fuerte de lo habitual pero Euler no podría salir de mi departamento y no me iba a arriesgar a que usara mi sala de baño. Así que como eso no era opción iba a quedarme sorda de usar audífonos pero que se le iba a hacer.
Ya había intentado razonar con el imbécil que tenía por vecino mediante una queja en administración pero su solución había sido poner rock pesado para esconder los sonidos y eso había resultado en una queja colectiva que hizo que el idiota se mantuviera arruinándome la existencia solo a mí todos los fines de semana.
Lo positivo, según Collin, era que al menos era los fines de semana y no la semana entera o seguramente ya habría salido en los periódicos por matarlo al lanzarlo por su balcón. Salvo por lo demás no tenía quejas y como mi cuenta bancaria no me permitía mudarme de nuevo tenía que acostumbrarme.
Y mientras no se metiera en mi vida más que por el golpeteo en mi pared podía soportarlo.
Me puse los audífonos antes de que los gemidos de su amiga me llenaran el departamento y dejé que la hermosa voz de Rihanna silenciara todo lo demás.
∞
Espero mucho que les guste esta historia y que esten preparados para lo que planeo para ella.
Antes de que sigan les aviso que, a diferencia de los dos libros anteriores, las actualizaciones de esta historia serán como mínimo una vez a la semana por tiempo, no les puedo prometer que actualizaré más de dos veces por semana pero intentaré hacerlo.
Sin más, cuéntenme qué expectativas tienen antes de comenzar a conocer a los personajes de esta historia.
Los amo <3
ESTÁS LEYENDO
Cuantos problemas
RomanceKeyla Hill tiene seis meses para escribir una nueva historia antes de que se cumpla el contrato con la editorial y se siente frustrada porque su editor no ha pasado el primer manuscrito que le envío sin importar cuántas correcciones haga. Tiene todo...