EN LA SALA DE LOS MENESTERES

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El tenue ruido de truenos que escuchaba muy en el fondo de su mente le indicó a Draco que afuera había tormenta.

Abrió los ojos para encarar otra mañana de noviembre de un año escolar en el que no había tenido tiempo de adecuarse a una rutina. Su alarma todavía no sonaba, pero lo haría en menos de un minuto. Draco pensó. Mañana de lunes. Lo primero era Pociones. Con ese arrastrado de Slughorn. Un año antes habría maldecido en voz alta por todo eso, seguramente habría abierto las cortinas de su cama y enterrado su varita en la espalda de Goyle o algo así, sólo porque estaba enojado y molesto. Pero ahora Draco ni siquiera lo consideraba. Se quedó acostado, tratando de impedir con la pura voluntad que el reloj llegara a marcar las siete de la mañana.

La alarma sonó. Draco sacó un brazo hacia el frío aire de afuera de su cama y golpeó el botón que la acallaría. Suspiró pesadamente y se levantó. En la cama de al lado, Goyle roncó, ignorante de todo. Draco lo dejó como estaba y se dirigió a las duchas.

Era ridículo. Esa farsa de ir a clases como si afuera del castillo nada fuera diferente a como había sido. Como si no hubiera una guerra en curso. Como si los padres de nadie estuvieran en prisión siendo amenazados por los "bienhechores" del otro bando. Como si los seres queridos de nadie no estuvieran en riesgo. Y dentro del castillo nadie más estaba consciente de eso. Potter y su banda de inocentes santurrones no estaban sentándose por ahí a planear guerras en contra de ellos mismos –si es que todos sus dramas románticos les dejaran algo de tiempo. La simple imagen de alguien besuqueándose con la comadrejilla era suficiente para conseguir que una persona vomitara su desayuno, aunque Draco no podía evitar preguntarse qué era lo que Potter pensaba de eso. Siempre había asumido que el Weasley terminaría con Granger. Bueno, después de todo apenas estaban en noviembre. Le daría tiempo al tiempo, si es que acaso tenía tiempo. Suponía que si conseguía completar su tarea, eso truncaría su año escolar un poco.

Draco sintió cómo sus labios se torcían en una mueca cuando echó un vistazo a su imagen reflejada en el espejo empañado. El final no podía llegar lo suficientemente pronto. Draco estaba ya muchísimo más preocupado de lo que había estado hacía un par de meses. Era obvio que la tarea iba a ser mucho más difícil de lo que había pensado. Fallar no era una opción. Era cuestión de salvar la vida de sus padres –y probablemente también la suya propia.

La Navidad pasó y Draco se encontró temblando de alivio. No le habían permitido regresar a casa y era mejor que dejara en paz los recuerdos que tenía de esos eventos. Había sido extenuante. El Señor Oscuro era irrazonablemente lo mejor que podía pasarle y Draco tenía el fuerte presentimiento de que nadie le estaba diciendo todo lo que podían haberle dicho para ayudarlo. Sentado en el rincón más alejado del aula de Historia de la Magia durante una tediosa clase, encorvó sus hombros y trató de no sentir frío. N siquiera estaba tan frío como lo estaría en enero. Querían que fracasara, Draco lo sabía ahora. Era su venganza, pura y simple. Su padre la había cagado, gracias a Potter.

El asunto completo referente a Potter era suficiente como para que cualquiera se pusiese a llorar. Draco no podía soportarlo, no podía ni pensar en eso. Cómo Potter había conseguido abrirse paso hasta las fantasías húmedas de Draco ya era causa de escándalo –y eso había sido así desde su tercer año juntos- pero ahora… Draco pensó en eso y cerró brevemente los ojos. Era ridículo. En algún punto durante ese año de mierda, algo increíble le había sucedido y ahora, él… no. No podía ponerlo en palabras, ni siquiera dentro de su cabeza.

No le pasaba desapercibido que siempre que Potter se encontraba en la misma habitación que él, Draco se comportaba cohibido y malhumorado. Que todavía pudiera sentir en la nuca la respiración de Potter desde aquella clase de Aparición, era insoportable. Y, ¿desde cuándo el imbécil se había vuelto tan seguro de él mismo? Draco recordaba muy bien el niño tímido de la tienda de túnicas, dominado por su alrededor, por su ropa enorme, por su ignorancia de todo lo que era mágico. Algo había cambiado, y ahora Potter dominaba cualquier situación en la que estuviese metido. Su ropa continuaba quedándole grande, pero él la vestía con una falta de respeto que era casi arrogante. Cada momento hablaba de autoridad, de poder, de un don de mando hacia todos lo que lo rodeaban del que él era completamente ignorante. El hecho de que él no fuera consciente de eso lo hacía todo más atrayente. Draco se negaba a reconocer ante él mismo que tenía miedo de Potter.

EN LA SALA DE LOS MENESTERES (traducción de Perlita Negra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora