Millones de años de observación y siguen siendo seres sorprendentes. Transitan el largo y a la vez corto camino de la vida. Nacen, crecen, se reproducen y mueren, aun así, en ese eterno ciclo que los acompaña han aprendido a coexistir con los otros, han aprendido a amar y a odiar.
Sin embargo, pese a ser seres evolucionados y con raciocinio, me es incomprensible la sola idea de matar a sus iguales. Han creado guerras cuyo fin no se justifica, han derramado bastante sangre inocente y otra no tanto. Se tropiezan y se levantan, es asombrosa la capacidad que tienen de sobreponerse a las adversidades. Viven bajo el ideario de que el tiempo todo lo cura y que el amor todo lo puede. Sueñan sueños imposibles y pese a saberlo se esfuerzan. Se aferran a cada pequeña cosa que les de felicidad ya sean personas, acciones o palabras, pero después de todo hay algo a lo que nunca podrán sobreponerse: la muerte, les aterra pensar en el fin de sus días; la idea de no haber logrado nada significativo; el perder a un ser querido; los asusta lo que hay más allá, pero más que nada les petrifica concebir su muerte como algo doloroso.
En cada estación acompañando al invierno, el renacer de las flores, al sol en el verano, la renovación de las hojas de cada árbol. Como adorno en la tumba de sus ancestros, de sus padres, hijos, hermanos y hermanas; amigos y desconocidos. En tiempos de guerra donde jóvenes perecen y los ancianos perduran, incluso cuando el hijo de un gran rey cayó, cuyo nombre era Theodred, estuve ahí, acompañándolos en silencio como el espectador perpetuo de los días que se fueron y de los que vendrán. Una pequeña flor marchita, irónico que mi nombre, Simbelmynë, signifique siempre viva.
Aparecí de la nada y me quedé a su lado como algo más que los rodeaba, sin vida e inmutable.
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Simbelmynë
FantasyUna pequeña flor inerte, cuyo único objetivo es observar y aprender de aquellos seres tan vulnerables y asombrosos, así como aterradores.