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“¡Luego!” Nunca escuché a nadie despedirse con esa simple palabra antes de él. Si cierro los ojos aún puedo evocar el calor del verano, la brisa de aire tibio que despeinaba mis cabellos y hacía revolotear las hojas de los duraznos en el jardín. Lo que recuerdo más nítidamente es el sonido de su voz no demasiado gruesa, pero sí varonil y agradable.

“¡Luego!” y a pesar de tantos años aún puedo sentir el tacto de su mano sobre la mía mientras dejaba la mochila y se apuraba a sacar su equipaje del maletero del taxi, pregundo como al descuido si mi padre se encontraba en casa. Las décadas se me escapan como agua entre los dedos y todavía puedo escuchar su voz con ese marcado acento extranjero, e incluso perderme en la claridad de sus ojos azules.
Se despide con esa simple palabra del otro pasajero que ocupa el taxi y con quien seguramente compartió el gasto de la carrera. Yo estoy seguro de que es un idiota. No sé por qué, pero en un primer momento odio todo de él. Desde los ojos azules, la camisa celeste suelta y con las mangas remangadas por encima de los codos, los shorts beige y la piel blanca. No logro entender cómo es que voté por él cuando mi padre decidía quien sería el huésped de este verano.


Sin embargo puede que comenzara esa misma tarde, cuando tras hospedarse en mi habitación llamó a mi puerta desde el largo balcón que unía ambas habitaciones y puso en mis manos una pila de libros y cuadernos repletos de música transcrita en la que trabajaba en mis tiempos libres.

Puede que fuera la luz del sol que daba directo sobre su espalda y dibujaba un alo extraño alrededor de él, dándole un aspecto casi sobrenatural, como si se tratara de un ángel. Un ángel, y ¡maldita sea! En verdad lo pensé en ese momento. Fue una estupidez y sin musitar más que un apenas audible “gracias” tomé las cosas de sus manos y le cerré prácticamente la puerta en la cara, pues mis mejillas amenazaban teñirse de rojo ante lo idiota de mi pensamiento.


Él estaba ahí ahora, usando mi habitación como propia por las siguientes seis semanas, pues cada verano mi padre acogía en nuestra casa a un estudiante con el propósito de darle un lugar tranquilo y sereno en donde trabajar en lo que sea que estaba escribiendo. Ellos sólo tenían que ayudar con la correspondencia por más o menos una hora al día y demostrar que al final del verano habían, sino terminado, al menos avanzado lo suficiente en sus respectivos trabajos. Tenían uso de toda la casa, incluyendo la biblioteca repleta a reventar de libros que iban desde los más recientes lanzamientos en ciencia y literatura, hasta libros antiquísimos que mi padre no me permitía tocar a menos que usara unos horribles guantes plásticos que hacían sudar mis manos aún en los meses de invierno y un cubrebocas que, si bien él decía que era para protegerme del polvo, en realidad era para que no fuera a estornudar encima de sus posesiones más preciadas.

Los huéspedes de verano que mi padre invitaba desde hace unos 15 años nos habían dejado una lista extensa de amigos de la familia que se encontraban en deuda emocional con mi familia y garantizaban un montón de correspondencia que llenaba nuestro buzón de postales y cartas en todo momento del año, y que a demás  nos garantizaba tener invitados en casi cualquier almuerzo, pues nuestros huéspedes conocían personas que a su vez conocían personas y de pronto, a demás de conocer a medio pueblo cortesía de mi difunta madre, terminábamos por conocer a toda clase de científicos y eminencias en cualquier disciplina que gustaban de sentarse a nuestra mesa y disfrutar del clima cálido de B y el agua fría y salada de la playa que estaba poco  más allá de la verja que limitaba nuestra propiedad y a la cual se accedía bajando por una empinada ladera bordeada de piedras y flores que crecían de manera silvestre.


Y es en medio de todo este caleidoscopio de personas y colores, en medio del calor abrazador de mitad del verano cuando el clima se antoja perfecto para sumergirse en el mar, que más lo recuerdo y me pregunto cuando sucedió, cuando dejé de verlo como el fastidioso y demasiado amable huésped de 1988, el hombre polaco que escribía sobre Heracles, al que también le gustaba el futbol y ante quien nunca pude ganar un mano a mano. Recuerdo a Robert de ese verano como se recuerda el agua cuando se muere de sed. Recuerdo a Rober ¿Cómo qué? ¿Recuerdo realmente a Robert?

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Bienvenidos al himalaya :D
Como si no tuviera suficientes fanfics en proceso, encontré esto en el grupo Mechoa y heme aquí, escribiendo esta adaptación que me emociona, pues Llámame por tu nombre es de mis libros favoritos.

Así que aquí estamos

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Así que aquí estamos. Espero que disfruten esta obra qué será de capítulos muy cortos, pero espero que con actualizaciones constantes.


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⏰ Última actualización: Jun 18, 2023 ⏰

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