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Estoy botado en el parque que está cerca de mi trabajo. Los estudiantes caminan con sus amigos, estan saliendo del colegio que se encuentra a un par de cuadras más hacia el norte. Cuando los miro pienso en mi época estudiantil y me da risa recordar en la chasquilla emo que me bancaba en ese momento. El estómago me ruge por el hambre pero no quiero levantarme a comprar el almuerzo, el sol sigue estando pesadito a esta hora del día. Cierro los ojos mientras le doy una calada más a mi cigarro, que está apunto de extinguirse entre mis dedos, así que me apresuro para estrecharlo con la cajita metálica que ando trayendo para los puchos.

Qué puta jornada más estresante, el gerente nos estaba apurando con los papeles y el ambiente no podía estar más cargado de tensión. Más encima, la Cata se había peleado con su polola y tenía cara de haber dormido mínimo dos horas. Por otro lado, María estaba peleando con el computador porque se le metió un virus troyano o una wea así, no entendí nada de lo que me estaba hablando porque estaba muy ocupado mirando cómo las clientas habituales le regalaban dulcecitos de Curacaví al Martín.

A mi nunca me han regalado dulces, ni siquiera en mi cumpleaños, por lo que estoy seguro que simplemente eso fue una penosa táctica de las clientas para ganar un poco de atención de mi estimado compañero de trabajo. Sí, eso tenía mucho sentido porque Martín era molestosamente atractivo, todo lo que tenía, lo tenía bonito: sus ojos, su corte de pelo, sus manos, sus brazos, su pecho, su cuerpo, etc., etc. Y no fuera na' que solo es mino, además tiene su acentito rioplatense que deja a todas locas, unas pocas palabras corteses dichas con su acento y le dicen qué caballero, qué amable, qué galán. No saben nada esas pobres gentes que cuando Martín está sentado frente a un televisor en un partido Boca-River hace un proceso de involución al estado más prehistórico del ser humano. Sus mejillas llegan a ponerse rojas de pura ira, y se levanta y sienta cual resorte rebotando.
Así es, un día pude presenciar este suceso, él era una bestia, era un animal, y yo lo miraba como un ente no identificado, como si fuera un alienígena que está estudiando la raza humana, todo mientras estaba sentado en el sillón individual que está en el rincón de su departamento, tomándome una chela, piola, hasta tenía un botón para extender el sillón y poder levantar los pies. Me reía cuando él me miraba indignado porque un jugador no hizo lo que exactamente era propicio para la jugada, y conté al menos unas trece veces en las que llamó al mismo jugador "pecho frío"... quisiera que pronto hicieran un superclásico. Quiero que me invite de nuevo a su piso.

Suspiro.

Me siento solo.

Me siento más solo que la mierda, a veces me pregunto, de hecho, si lo que siento por Martín es producto de mi inquisidora soledad. Tal vez me inventé este sentimiento, tal vez solo es un sujeto que me cae bien y ya está, me inventé que me gusta para darle un poco de salseo a mi vida. Para que ocurra algo emocionante, ¡algo que me asegure que tengo un poco de corazón! Sí, he pensando en eso muchas veces, la verdad es que intento recordar si alguna vez me he sentido enamorado o si alguna vez le di significado a ese proceso llamado enamoramiento. Pero, a pesar de esto, me rio caleta cuando estoy con él y me gusta físicamente, ¿eso será suficiente o no? 

Suspiro otra vez. 

De pronto siento que algo cae encima de mi estómago, abro los ojos, asustado. Me reincorporo enseguida para mirar qué está pasando. Lo que me cayó era una bolsita de dulces de Curacaví. 

Oh, hablando del rey de Roma, Martín se sienta a mi lado y me mira con una sonrisa ridículamente hermosa, hasta se le hacen bolsitas debajo de los ojos.

—Eh, pensé que estabas tomando la siesta —me habla. 

Su pelito brilla con el sol y sus ojos se ven muy claros, tanto que me intimidan.

13:35 [ArgChi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora