Capítulo 15

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Dejo el apartamento de Nicholas y empiezo a caminar por la avenida sin rumbo fijo. No quiero volver a la universidad pero tampoco sé a dónde ir, lo único que sé es que el pecho me duele como los mil demonios y comienzo a ver borroso cuando mis ojos se llenan de lágrimas.

Me detengo en el medio de la acera ante mi repentina ceguera y me largo a llorar desconsoladamente. No quería aceptarlo pero mi corazón estaba destrozado y me sentía como una completa idiota.

Todo este tiempo había idealizado a un hombre que creía conocer. Y tenía expectativas demasiado altas cuando se refería a él. Tan altas que estuve dispuesta a acostarme con otro chico para no decepcionarlo.

Lo último que esperaba era que Nicholas me decepcionara a mí. Y no importaba la excusa que pusiera de por medio. Nada iba a quitarme la imagen de él besando a aquella joven.

Tomo aire y me lleno los pulmones hasta que mi respiración vuelve a calmarse. La gente me estaba empezando a ver con preocupación y no tenía sentido que siguiera llorando en medio de la vía pública. Sin embargo, aún no quiero enfrentarme a las gemelas así que empiezo a caminar en dirección a la cafetería local. No llevo mucho dinero encima pero no me importa, sólo deseo beber algo de café y hacer un poco de tiempo antes de ver a Tara y Lara para finalmente contarles todo y llorarle mis penas.

Cuando entro al local pido un cappuccino y me siento en la primera mesa libre que encuentro. Tomo la bebida en silencio mientras miro los coches que van y vienen y sin darme cuenta los minutos empiezan a escurrirse de mis manos. Debo tener un aspecto terrible pero no me importa. No pretendo camuflar mis sentimientos en público.

-¿Te encuentras bien?

Una voz masculina me saca de mis propios pensamientos. Me doy la vuelta y veo a un chico que está en la mesa de al lado.

-Si -contesto dubitativa-. Gracias.

Vuelvo a girarme y sigo tomando el café.

-No suenas para nada convencida -insiste y lo miro una vez más.

-¿Importa?

-No mucho -responde como si nada mientras revuelve su bebida caliente con una cucharita de plástico-. Pero luces terriblemente solitaria.

Arrugo los labios con desaprobación y lo estudio rápidamente. Tiene el pelo teñido de rubio platinado y algunas raíces negras se asoman desde la parte de atrás de sus orejas hasta su nuca, dónde está rapado. Es blanco como la nieve y sus ojos rasgados me recuerdan a los de un gato. Es la primera vez que lo veo y no logro reconocerlo de ningún lado.

-Disculpa. ¿Te conozco?

El joven sonríe y me ofrece su mano.

-Soy Leo.

Le devuelvo el apretón de manos.

-Charlotte.

Leo se levanta de su silla y toma asiento en mi mesa.

-¿Vas a decirme por qué estás triste, Charlotte?

Mi tímida sonrisa desaparece y me remuevo incómoda en mi asiento.

-¿Por qué sigues insistiendo con eso?

-Porque parece que necesitas hablar con alguien.

-¿Y tú eres el psicólogo de turno?

-Naturalmente.

Frunzo el entrecejo y bebo otro sorbo de mi cappuccino.

-¿Sabes qué creo?

-¿Qué?

-Creo que te has acercado a mí porque sólo quieres escuchar un chisme jugoso.

Leo vuelve a sonreír y mira hacia un costado, avergonzado.

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