El autobús paró en la estación, y a pesar del frío, permanecí en mi asiento hasta que el resto de pasajeros se bajó. El chófer, despreocupado, metió el dinero recaudado en una bolsa de tela y salió del vehículo sin prisa, y sin tener en cuenta que aún seguía allí sentada. Sin embargo, no cerró las puertas, así que metí el móvil en el bolso, acomodé mi bufanda y me marché.
La cafetería no estaba muy lejos de allí, sólo necesitaba caminar unos minutos y llegaría a mi destino, pero ese tiempo sería eterno para mi. No era la primera vez que quedaba en ese local con algún que otro chico, incluso los camareros me conocían ya, pero sentía que esta vez sería diferente y que no vendría ningún hombre buscando "eso". Y no era algo que me desagradara, al contrario, pero ya había llegado a los 27, los 30 resonaban demasiado cerca y seriamente me tenía que plantear mi deseo de tener una familia. No es que necesitara a nadie para tenerla, pero deseaba sentir esas mariposas en el estómago por primera vez y ser la protagonista de mi propia historia de amor, como en esas novelas que devoraba sin pudor mientras esperaba el metro todas las mañanas. La única diferencia es que no venía de una buena familia, no sabía 3 idiomas ni tenía una montaña de príncipes esperando en mi puerta.
A diferencia de las ocasiones anteriores, no había querido buscar mucha información de la cita en cuestión. Sentía la necesidad de sumarle la magia del desconocimiento al encuentro que iba a ocurrir, porque aún tenía la esperanza de encontrar el amor a primera vista. ¿Cómo sería el chico? ¿De qué trabajará? ¿Sería interesante? Todas las preguntas se amontonaban en mi mente mientras andaba mirando a la nada, y entonces...
¡PUM!
- ¡¿Pero qué haces?! ¡¿No miras por dónde vas o qué?! -gritó un chaval haciendo aspavientos con las manos. Llevaba un mono marrón algo desgastado que le hacía parecer mucho mayor, pero no debía tener más de 25 años.
- Lo siento mucho, y-yo-... -algo asustada, miré al suelo y vi todas las macetas rotas en el suelo. Me agaché enseguida y empecé a recoger las flores que pude- Discúlpame, te ayudo a recoger todo esto. De verdad que lo siento.
- ¡No necesito nada tuyo! ¿No ves que esto está inservible ya? ¿Cómo se supone que voy a vender esto? Madre mía, me lo van a descontar del suelto y mi jefe me va a matar. A ver qué hago este mes con el alquiler... -se quejó el joven, dejando todo como estaba y entrando en la floristería que teníamos delante con las manos en la cabeza, perdiéndose en el local sin que pudiera decir nada más. ¡Menudo maleducado! ¡Encima que pretendía ayudarle me trataba así!
Me recompuse como pude, revisando no tener tierra encima, y tras sacudir un poco los pantalones, entré en la cafetería por fin. Por suerte, quedaba precisamente al lado de donde estaba. Desde fuera, intenté buscar al chico de la cita. Tendría que llevar un gorro rojo... ¡Allí estaba! Pero de espaldas, ¡qué fastidio! Tampoco es como si fuera a huir si le viera a la cara, pero me ayudaría a hacerme una idea de él.
Respiré hondo, coloqué bien mi bolso y entré al local, encontrándome con un dulce y cálido aroma que me recibió, invitándome a quitarme el abrigo.
Desde la corta distancia que aún nos separaba, observé que el chico no se movía demasiado. Parecía no haber pedido nada así que quizás acababa de llegar, o quizás sólo me estaba esperando.
- Hola, ¿eres Hahn?
- Así es, ¿quién pregunta? -contestó el chico mientras se giraba hacia mi. Noté como su mirada se deslizaba rápidamente sobre mi cuerpo y fruncí levemente el ceño. Otra vez igual...
- Erika, tu cita, supongo... -asintió enérgicamente mientras se levantaba para ofrecerme el asiento- Gracias...
Volvió a su asiento, orgulloso, y extendió su mano sobre la mesa de roble.
ESTÁS LEYENDO
Snow in May
Romance¿Cómo es posible que el hielo pueda quemar? ~ Erika es una chica alemana que lleva intentando encontrar el amor de las películas de princesas desde siempre, aunque él siempre fue más rápido. Después de todos los desastres posibles, decide abandonar...