CAPÍTULO UNO

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Era un lunes, un día que comenzó como cualquier otro

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Era un lunes, un día que comenzó como cualquier otro. Me levanté temprano, preparándome algo para desayunar mientras ignoraba al mundo exterior. Mis ganas de socializar eran inexistentes; en mi cabeza, solo resonaban las palabras que usaría para rechazarla: "Gracias, pero no estoy interesado."

Nunca imaginé que pasaría los últimos meses rechazando citas. La idea de llegar a mi casillero y encontrar otra carta me agobiaba. Al principio, las cartas solo contenían palabras halagadoras, diciendo lo guapo que era y cuánto les gustaba.

Luego, apareció ella, la chica de cabello morado. Su carta decía que me esperaría fuera del salón durante la hora de comida. Todos nos observaban. Tenía su carta en mis manos, y recuerdo lo nervioso que estaba. Pensé que si decía algo mal, todo estallaría. Pero lo que más recuerdo es su mirada; su rostro reflejaba miedo. Tragué el nudo que tenía en la garganta y dije: "Gracias, pero no estoy interesado." Fue la segunda vez que me incliné ante alguien.

Ella se quedó inmóvil, y todos me observaban con sorpresa. Quería correr, huir de ese lugar, así que opté por devolverle la carta. Tomé su mano y coloqué la carta de la manera más suave que creí correcta, y me fui. Jamás pensé que un simple cambio de actitud llegaría a tanto.

—Bakugo-kun,— escuché a alguien decir. —¿Ah? ¿Qué?—Estaba tan absorto en mis pensamientos que no noté la presencia de los demás. —¿Qué sucede, Momo?—Era raro, había comenzado a llamar a todos por sus nombres, y noté cómo el calor subía a mis mejillas. Todavía no me acostumbro.

—No, nada, solo que... ¿Necesitas ayuda en la cocina? —preguntó Momo, interrumpiendo mis pensamientos.

—¿Cocina? ¿Por qué lo dices? —respondí, confundido. Ya había terminado de preparar mi desayuno.

—¿Lo olvidaste? Qué curioso, tú nunca olvidas nada; hoy te toca hacer el desayuno —dijo, soltando una leve risa ante la cara de sorpresa que debí poner.

—Oh, lo olvidé —admití, mirando la hora. Eran las 7:30, demasiado tarde para hacer el desayuno.

—No te preocupes, puedes ayudar en la cena; los demás podemos prepararnos algo rápido —dijo Momo, tratando de aliviar mi vergüenza. Me levanté de la silla, decidido a ayudarles a preparar su desayuno.

Desde hace un tiempo, Momo Yaoyorozu y yo compartimos una especie de amistad. Cuando empecé a tratar de cambiar, quise hacerlo solo, sin ayuda de nadie. Pero durante una práctica, tuve un ataque de pánico porque olvidé los nombres de Satou y Kouda. Ese incidente me hizo darme cuenta de que, a veces, está bien aceptar la ayuda de los demás.

Cuando intenté darles órdenes, ya que éramos un equipo, me quedé en blanco. De mi boca solo salían balbuceos incoherentes. Nervioso, los miré a los ojos y solo vi enojo reflejado en ellos. En un impulso, salí corriendo sin saber qué hacer, me escondí entre dos edificios. No podía respirar, mi corazón latía a un ritmo dolorosamente rápido. "Eres un idiota", era lo que mi cabeza no dejaba de repetir, castigándome por mi error.

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