Capítulo 25

60 6 5
                                    

Siempre pasa que después de unos días de buena racha llega ese punto en el que todo acaba y la realidad te golpea en la cara.

Así estaba en ese momento.

Apreté la mandíbula con fuerza mientras escuchaba las quejas de mi jefa Marisa acerca de cómo se encontraba la tienda. Hice acopio de todo mi autocontrol para no caerle a insultos por la cara.

El problema era el mismo de siempre.

Marisa aparecía por la tienda justo después de que una avalancha de clientes hiciera estragos por todo el local y faltara medio stock por reponer.

—Siempre que vengo tienes un desorden, Alana, y el problema no es solo lo que te falta por reponer, sino que falta género en el almacén. No pides las cosas que te faltan y tienes la tienda desabastecida...

—Ahí tengo que replicar, Marisa... porque la razón por la que los almacenes están vacíos es porque no me han entregado la mercancía el rostro de mi jefa se desencajó —. El pedido que se supone llega una vez por semana con todo el género que pido tiene cinco días de retraso, es decir, casi dos semanas sin recibir la mercancía y en eso no puedo hacer milagros. No puedo hacer que la mercancía aparezca por arte de magia

Las cejas de mi jefa se arquearon. Era la primera vez que le replicaba acerca de mi trabajo, pero porque no me gustaba que me acusara injustamente. Solo yo sabía lo que me mataba trabajando en ese lugar, y ella también pudiera saberlo si mirara las cámaras o las mandara a arreglar.

—Dejando de lado que no te haya llegado el pedido, sigue sin justificar el estado de desorden en el que me estoy encontrando la tienda ahora.

Apreté los puños a mis costados y mantuve mi postura firme, dejando la frente en alto.

—Marisa, ya te he dicho que yo sola no puedo con todo el trabajo. Mira los números, revisa las cifras. Estamos facturando demasiado como para que siga encargándome solo yo del mantenimiento de la tienda, es humanamente imposible. ¿Usted no me había prometido que contrataría a alguien?

Mi jefa desvió la mirada hacia un lado y se pasó las manos por el cabello en actitud evasiva. Soltó un chasquido.

—Te prometí que te daría a alguien, pero ya sabes que la recepción de los currículos también depende de ti y de la selección que hagas. Yo solo me encargo de hacer la entrevista para hablar del sueldo y las condiciones y solo si procede, contratarla.

Resistí el impulso de poner los ojos en blanco. La recepción del currículo y el proceso de selección formaba parte de su trabajo y no del mío, pero con tal de que contratara a alguien...

—En ese caso, ya tengo seleccionada a la persona.

Maritza enarcó una ceja con incredulidad.

—¿Tan pronto?

Cruzándome de brazos asentí con la cabeza. Marisa soltó un suspiro en respuesta mientras me daba la espalda y se dirigía a la salida.

—Pues dame su número para hacerle la entrevista. Si está de acuerdo con todo quiero que empiece esta misma semana, así ya no podrás tener excusas sobre como encuentro la tienda cada vez que vengo.

Y sin decir nada más ni mirarme si quiera a la cara, se marchó de allí dejándome con una rabia enorme ardiéndome en el pecho.

Solté un resoplido de la impotencia y me puse manos a la obra a arreglar lo que faltaba por reponer en la tienda. Cada cliente que entró después de eso lo atendí con menos simpatía que la de costumbre.

Estaba cansada de ese trabajo, pero cansada por el trato y la actitud que tenía mi jefa conmigo. Era más el agotamiento mental que me producía que el físico.

El día que aprendí a amarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora