Empezaba a llover con más fuerza, porque la mitad de las nubes que cubrían el cielo así lo permitieron. Las rocas, como peces, resbalaban de las manos de quienes luchaban por limpiar la base del obelisco a toda velocidad. De igual manera, el agua había transformado el polvo en barro, y cada rincón impregnado por él se había convertido en un tobogán natural.
El agua se acumuló en lo alto de las paredes, formando arroyos que serpenteaban por los canales. Cada pared vertía el líquido hacia la siguiente, y así de forma sucesiva hasta otra que, ante la obviedad del entorno, derramaba el agua sobre el suelo.
Se estancaba en lugares específicos, bañando enredaderas, tallos y algunos hongos; hasta que caía de estas como un río con acabado artístico. Era un espectáculo digno de ver, a pesar de la erosión del terreno y las grotescas interrupciones en la arquitectura. El agua, el aire y aquella tormenta creaban el espacio perfecto para que el frío y el petricor se instalaran.
Conforme caminaban en dirección al lugar donde había caído el puntal, se notaba la diferencia entre la zona interna y externa: un valle azotado por la tormenta. El maltrato venía del cielo, acompañado de uno que otro relámpago que intentaba tocar la tierra y que, en su intento por encender fuego, fracasaba. De esta manera, la brisa soplaba una y otra vez sobre los niños, colándose entre columnas y paredes rotas erosionadas que marcaban el camino, hasta llegar al pilar donde el extremo de la cuerda colgaba, ondeando como una bandera a poco más de dos metros de altura.
—Será complicado —dijo Yann, expresando su preocupación ante la duda—. ¿Cómo subiremos?
—Tengo una idea —respondió Guinevere—. Subiré a tu espalda, y eso será suficiente para alcanzarla.
Yann se acercó a la columna y apoyó sus manos en ella. La superficie era suave y se hacía aún más resbaladiza con el agua que caía por los alrededores.
El líquido empapó su ropa al poco tiempo.
—Está helada —dijo, trastabillando; temblaba sin control mientras mantenía ambas manos en el puntal.
—Ayúdame, creo que puedo subir y tomarla —pidió Guinevere a Lilith. Esta última intentaba alzarla sobre los hombros de Yann.
—Un poco más arriba... —insistía determinada a alcanzar su objetivo—. ¡Listo! Ahora súbeme, Yann.
—No puedo alzarte más —respondió él, haciendo un gesto de molestia con la cara. Como era natural, se le notaba que quería quejarse por lo incómodo que era tenerla sobre su cabeza—. ¡Date prisa, estás pesada!
Las fuertes ráfagas de viento impedían que la niña alcanzara uno de los extremos de la cuerda que colgaba del peñasco.
—Tendré que saltar, sujétate —anunció preparándose para tomar impulso.
—Espera, qué... —exclamó Yann, pero Guinevere se arrojó sin escuchar la advertencia. Su audacia sorprendió a Yann y Lilith, quienes quedaron atónitos al verla intentar agarrar la cuerda, a pesar de las palabras del primero.
La niña pudo haber fallado por muy poco hasta acabar golpeándose con el filo del suelo, pero al final logró aferrarse a la tira. Se deslizó bajo la lluvia por aquella superficie resbaladiza, sin esperar que fuera su decisión. Guinevere descendió hasta el suelo sin soltarse, dejando a Yann asombrado.
—Ahora tenemos que desenredarla —indicó ella, señalando el extremo alto de la columna con el dedo—. Subamos una vez más.
—Bien, esta vez iré contigo —dijo el más rubio. Ambos treparon sobre el pilar que Krohn blandió como un arma, usando las correas que la ataban para escalar mientras Lilith vigilaba. Cuando llegaron a la parte más alta, poco a poco fueron soltando los amarres.
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Evermore: niños perdidos
ФэнтезиJóvenes brujos, herederos de las antiguas castas del Egni, se encuentran reunidos de manera inesperada en un enigmático bosque, cuyas puertas solo se abren a quienes han alcanzado cierta edad. A medida que desentrañan sus conexiones ancestrales y do...