Papá,

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Ni el llanto, ni las súplicas, ni los gritos desgarradores que emitía Draco lograron detener su constante tortura en Malfoy Manor.

Dolía, dolía como los mil demonios.

Sentía su piel desgarrarse, la sangre salir, el cuerpo arder, los labios secos y los ojos escocer.

Lloraba, gritaba, suplicaba la primer semana, después de eso solo fue un llanto silencioso y se obligaba a no maldecir para no tener un peor castigo.

Había veces que sucedía en su habitación, cuando estaba tumbado en la cama intentando descansar.

Había veces que era en medio de la sala, cuando estaba desprotegido y con la guardia baja.

Hubo también otras veces que fueron en los calabozos de la mansión, primero lo torturaban y después arremetía de otra forma asquerosa contra él.

Tal vez la más horrible de todas fue cuando lo atraparon en el jardín y una docena de Mortifagos se turnaban para destrozar su interior, algunos no eran tan pacientes y se lo hacían dos personas al mismo tiempo.

Esas dolían más.

Pero pronto entendió que no valía la pena intentar defenderse cuando sus padres estaban de acuerdo para que hicieran de él lo que quisieran.

Cuando escuchó a su padre decir eso cuando terminó su cuarto año, creía que lo utilizarían como un sirviente, como un muñeco de prueba o solo para desahogarse con maldiciones en él.

Jamás creyó que se convertiría en un esclavo sexual.

Cumpliendo los caprichos más bizarros de todos ellos.

Obviamente estaba aterrado la primera vez, pero después de una semana ya estaba resignado. Seguía doliendo, claro que dolía pero no había de otra porque...

¿Qué poder tenía un crío de escasos quince años?

Lloró y rogó que la muerte le llegara, pero la muerte no era piadosa.

O le divertía verlo sufrir tal suplicio.

Tres semanas después empezaron los mareos, las náuseas y los vómitos. Cómo también las terribles ganas de orinar cada cinco minutos.

Por un momento creyó con ilusión que tenía una falla renal o algo así. Por un momento creyó que por fin la muerte lo cubriría con su manto.

El medimago desechó tales esperanzas.

Estaba embarazado, desde la primera vez.

Se asustó, no por saber que estaba embarazado, si no porque traería un bebé a un mundo podrido que se estaba desmoronando con la próxima guerra.

Lloró toda la noche, pero una parte infantil de su corazón le susurraba que en realidad era algo bueno, que tal vez cuando los Mortifagos se enteraran lo dejarían en paz. Y así fue por lo menos seis días, antes de que el Señor Nott, su más frecuente cliente, lo golpeara y cruciara tantas veces que el aborto era de esperarse.

Salía sangre a borbotones y una vez más creyó con ilusión que moriría.

Pero la vida gustaba verlo sufrir.

El medimago volvió y salvó su insignificante vida.

Fue cuando se despertó que pudo sentir una pérdida.

Había un hueco en su corazón al recordar que hasta hace unas horas había un futuro bebé esperando en su vientre, pero que el destino fue una perra y se lo había arrebatado.

Fue en ese momento que se dió cuenta que se había encariñado con el feto.

Ni siquiera contaba con magia ni vida todavía.

Papá, yo te amo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora