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El mediodía en el Serengeti era árido y seco. Pero Jen no se encontraba tan afectada por ello como solía estarlo.

Ella era sensible a la luz del sol debido a su pálida piel, y las veces en que había sido descuidada, más a menudo de lo que debía, terminaba con un mal caso de quemaduras por el sol.

Pero después de que Jungkook la reclamara, extrañamente, el sol se convirtió en su mejor amigo. Disfrutaba del calor mientras se deleitaba en la luz del sol, justo como la manada de Jungkook hacía.

Jen se sentó en la superficie plana de una roca en la que se veía la laguna de la manada a una docena de metros más abajo.

Jungkook descansaba junto a ella
en su forma de bestia, ronroneando y lamiéndola amorosamente. Al principio, se sintió un tanto extraña al tener a un enorme gato de trecientos veinte kilos entre sus brazos.

Los cambiaformas de K’stal eran el doble de tamaño que un león normal. Ella se acostumbró después de un tiempo. De hecho, lo adoraba.

Jungkook era una hermosa bestia ya sea estando en su forma de animal o de humano. Bajo el sol, su pelo rojizo parecía un dorado brillante. Su estatura era imponente.

Grandiosamente magestuoso.
Simplemente impresionante. Ella pasó la mano por su cuello y acarició su melena. Jungkook ronroneó y lamió su hombro afectuosamente. Su lengua se sentía como papel de lija, áspera y pegajosa. Olas de placer se adentraron bajo su piel, humedeciendo su coño.

Ella se retorció, arreglando su vestido de verano y cubriendo sus rodillas para que así Jungkook no notara lo caliente que se hallaba.

De cualquier manera, él lo notó. Sus ojos amarillos la observaron con una mirada conocedora. Jungkook puso la pata en su muslo, arrastrando el borde de su vestido hacia arriba. Su nariz y bigote se retorcieron, oliendo su excitación.

—Pervertido —rió Jen. Jungkook era insaciable. Peor aún, le había contagiado su hambre. Ella había tenido más sexo en la semana que estuvieron juntos que en toda su vida.

No es que le importara. Estar con Jungkook era grandioso. Él estaba
loco por ella, la quería tal cual era, sin ningún motivo oculto.

Después del incidente de Savannah, ella decidió quedarse con Jungkook. Quizá algún día volvería a los Estados Unidos, pero no en un futuro cercano. Y además, la necesitaban como testigo en su caso por intento de asesinato. Seth fue detenido por el gobierno local, en la espera del juicio.

Su abogado había querido que el caso fuera llevado en Norte América, desde que las condiciones de la cárcel local eran horrendas en comparación con Estados Unidos. De alguna forma, Jungkook fue capaz de acabar con las peticiones del abogado de Seth para la extradición.

Jen no habría adivinado que Jungkook podía tirar seriamente algunos hilos. Por la manera en que los locales temían al hombre, ella se preguntaba si ellos conocían el secreto familiar.

—¿Pervertido? —Preguntó Jungkook mentalmente—. ¿No sabes acaso que los leones tienen un apetito voraz?

Ella no podía comunicarse telepáticamente como los cambiaformas de K’stal podían hacer en su forma de bestia, pero oía las palabras en su mente cuando
hablaban con ella.

—No es broma —dijo—. Habla por ti mismo, señor. Uno de estos días me matarás con esas folladas incesantes.

El gran león soltó un bufido. Lucía tan malditamente raro verlo hacer eso.

—Como si pudiera. Nunca te forzaría si no lo quisieras.

—¿Oh? —Sus cejas se arquearon, con un sonido de burla en su tono—. ¿Qué hay de la primera vez que te conocí? Prácticamente saltaste sobre mis huesos.

Jungkook parecía que reflexionaba.

—Eso fue porque estabas en celo. ¿Quién podía resistirse a eso?

—Ajá. Así que no admites.

Él no pareció notar su triunfo. Su mirada se encontraba fija en la unión de sus muslos.

—Y aún lo estás. Jesús. Me estás volviendo loco. Abre tus piernas.

𝗟𝗮𝘀𝗰𝗶𝘃𝗶𝗮 | JJKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora