Capítulo 2: Lilas blancas

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Caminé hasta Mondstadt, me sentía perturbado por lo que acababa de presenciar. No es como si nunca hubiera visto un cadáver, pero suicidarse de esa manera de un momento a otro, me desconcertó realmente, no es algo que esperaba ver hoy. Me enfadé conmigo mismo al sentir mis manos temblorosas y mi pesado andar, sin embargo, a medida que iba caminando y hacer respiraciones profundas me sentí mejor. Levanté la cabeza para ver como estaba a solo unos metros de la entrada de la ciudad, al pasar frente a los guardias sus miradas se posaron en mí, por lo que, escondí mis manos en mis bolsillos antes de que vieran la sangre de mis manos y los saludé asintiendo con la cabeza, a lo que ellos solo me devolvieron el gesto. 

Continué en dirección a la sede de los caballeros cuando vi que alguien me observaba, era Donna, no recuerdo un día en que no me la tope viéndome de reojo, es tan obvia, la verdad no sé qué pensar de ella, siempre me observa, pero jamás me habla, debo de desagradarle mucho para mirarme de esa forma tan intensa cada vez, al principio pensé que tenía algún interés en mí por su comportamiento, puesto que, me recordaba al actuar de algunas señoritas durante la fiesta de la cata de vinos que hago cada años, pese a ello, nunca se acerca como lo hacen ellas después de observarme intensamente por un período de tiempo considerable. Por lo que, he llegado a la conclusión que la señorita Donna es verdad me repudia. 

El pueblo se veía tan alegre como siempre, me reconforta saber que todos pueden llevar una vida tranquila aquí, hace que cuidar de la ciudad sea menos pesado y alimenta mi espíritu. Finalmente llegué a la sede, con las manos aun en mis bolsillos, saqué la mano derecha para abrir la puerta, pero alguien se me adelantó desde el otro lado y abriéndola antes que yo. Para mi desgracia era Kaeya, quien sin duda se sorprendió al verme y más aun cuando su mirada se dirigió a mi mano ensangrentada, la escondí al instante, a lo que Kaeya reaccionó levantando su ceja izquierda dedicándome una mirada. El silencio se hizo presente por un minuto, hasta que al fin él habló:

- ¿Estás bien?

- Nada de que preocuparse

- ¿En serio? Solo dime que pasó. Esa mano ya te delató más que el hecho de que hayas venido hasta aquí. Sé que es el último lugar al que vendrías, así que escúpelo.

- Debo hablar con Jean, no es tu incumbencia a menos que ella así lo considere. Por ahora, solo déjame entrar.

- Bien.- sonrió- En ese caso, permítame escoltarlo maestro Diluc- dijo mientras se quitaba del paso haciendo una reverencia.

Diluc puso los ojos en blanco frente a la situación, pero no quería seguir perdiendo el tiempo y entró con paso firme y rápido a la sede. Tras de él Kaeya siguipendolo de cerca con una sonrisa dibujada en su rostro, sin duda toda esta situación le divertía, aunque eso no quiere decir que no  le intrigara el hecho de que Diluc se presentara en la sede con las manos cubiertas de sangre, sin duda no debían ser buenas noticias.

Llegué a la oficina de Jean con Kaeya tras de mi, lo ignoré en todo el recorrido, solo espero que Jean me escuche y no lo deje pasar, si ella desea le puede contar los detalles después, pero realmente me irrita tener que tolerar a mi medio hermano tomando todo a la ligera o haciendo bromas al respecto de todo a lo que yo diga, es obvio que solo lo hace para molestarme. 

Toqué la puerta y esperé un momento. Escuché la voz de Jean del otro lado diciendo que pase. Abrí la puerta y la vi sentada en su escritorio rodeada de papeles, leyendo unos documentos a la vez que hacía un gesto para que pase sin levantar la cabeza. 

-Buenos días- saludé. Al escuchar mi voz levantó la vista sorprendida.

- ¿Diluc?... hola. Que sorpresa verte, ¿qué haces aquí?

- Muy interesante sin duda- interrumpió Kaeya entrando también a la oficina.

- ¿Podemos hablar en privado, Jean?- hablé rápidamente. Jean me miró confundida y luego se fijó en Kaeya.

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