Sexto compás

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Sentí la caricia tibia de los rayos del sol en las mejillas y en los párpados

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Sentí la caricia tibia de los rayos del sol en las mejillas y en los párpados. La humedad de la tierra se adhería a mi ropa. A mi alrededor la gente se aferraba a los últimos días de primavera. Niños correteando, parejas besándose, perros persiguiendo pelotas y cantantes mendigando un poco de atención.

Cerré los ojos y respiré las notas del guitarrista sin nombre. La música llenando mis pulmones, los huecos de mi alma. Casi todas las tardes estaba allí. Reinterpretaba canciones famosas y entre medias colaba algunas de sus creaciones. Tenía una voz rota y atractiva, inmune al cansancio. Un ejercicio de resistencia increíble que me hacía pensar en cómo sería en otros aspectos de su vida. Fan de The Smiths, Nine Inch Nails, The Stone Roses y Depeche Mode entre otros. De sus letras intentaba extraer la clase de persona que se escondía: infidelidades, odio, paternidad fallida, depresión, muerte, sexo violento. No había letra sin una gran carga emocional negativa.

Me identificaba con él de una forma en la que hasta entonces no había hecho con nadie. Hablaba de temas peliagudos sin tapujos. Describía mis sentimientos de una forma en la que yo misma no podía. A veces me imaginaba soñando despierta, acercándome a él, alabando su música, entablando una conversación. Abriéndome de una forma en la que sentía que no podía hacer con nadie.

Si hablaba con Gerard, lo hacía sentir culpable. Pensaba que tenía que ser el remedio a mi apatía.

Si hablaba con Lisa, usaba el humor negro para quitarle peso. Intentaba insuflarme sus ánimos, se convertía en un fuelle y yo en una colchoneta esperando ser inflada. Siempre prometía muchas cosas: que pronto pasaría el fin de semana en Barcelona, que podríamos hacer un viaje, que debería ir a alguna de sus exposiciones. Planes que nunca se concretaban.

Si hablaba con la psiquiatra, me cambiaría la medicación. Si lo hablaba con María Jesús, me sentía más fracasada que ella.

Imaginaba que ese cantante algún día se daría la vuelta, y me descubriría a pesar de que siempre me acurrucaba en el mismo hueco, detrás del tronco del árbol. Me recriminiría ser una espectadora habitual que no deja propina. Imaginaba que me dedicaba una canción. Imaginaba tantas cosas que luego me costaba encajar mi propia realidad: que no iba a las clases de piano como le había dicho a Josep y a Gerard, dejando a Marina al cuidado de María Jesús.

Cada mañana en pie,

a base de desfibrilador

Cansado, hastiado,

tocado y hundido

Pastillas para sonreír,

para dormir, para no morir

Empujado a existir

Hasta arriba de citalopram, de lorazepam

Excaso de individualidad

De personalidad

Pastillas para levantarse, para trabajar, para funcionar

Empujado a respirar

Al otro lado del silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora