Capítulo 22: Portales

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Ryan.

Me separo de ella en el momento que nos lancé, comienzo a dar vueltas en el aire hasta que logro quedar boca abajo, las nubes no me permiten tener una buena visión pero espero que haya algún río para poder caer o moriré de la peor forma posible, giro mi cabeza y miro sobre mi hombro, no hay ningún rastro sobre ella, maldigo internamente por esta pésima idea.

Por fin logro salir de las nubes y noto el río gigante conectado con la cascada detrás de mí, cierro los ojos y protejo mi cabeza con mis brazos. Considero que estos son los momentos en donde la persona más Atea comienza a creer en Dios, incluso aprendes a rezar, lo sé porque en cuestión de segundos logré recitar el Padre Nuestro unas cinco veces.   

Maldigo mi nombre por la idea, ya no falta mucho para el impacto, aprieto los dientes y respiro con desesperación, ya está por llegar, lo siento. Suelto un último suspiro, confiado en que ya no tengo salvación y que moriré de la forma más estúpida. 

O eso creí.

Porque siento unos brazos rodear mi torso, para luego ser impulsado con fuerza hacia arriba y a una gran velocidad hasta detenerme en el aire, quito mis brazos de mi cabeza y abro los ojos.

Solo veo un hermoso cielo celeste y el sol alumbrar sobre las nubes bajo mis pies, bajo mi cabeza y veo dos brazos con unas hermosas e increíbles marcas en forma de raíces abrazándome con fuerza, con la respiración igual de agitada por el susto miro sobre mi hombro.

Sus alas están extendidas de tal forma que solo estamos planeando en el lugar, sonrío de alivio porque aún la cuento, pero esa sonrisa se borra al sentir humedad en la curvatura de mi cuello y hombro.

Frunzo el ceño.

¿Está… llorando? 

—¿Por qué lloras?— pregunto de forma suave. Tras haber recuperado un poco el aliento.

—Porque eres un maldito idiota suicida— me regaña— ¿Qué mierda te pasa por la cabeza?—

Lo mismo me pregunto yo Diabla.

Sonrío para mí mismo. Agacho un poco la cabeza.

—Me pasa que eres maravillosa volando y que te ves muy hermosa haciéndolo— confieso.

—No intentes desviar mi llanto y enojo con halagos porque no van a funcionar— sorbe por la nariz— Pero gracias igual—

Apoyo mi mano sobre la suya y como puedo entrelazo nuestros dedos, con mi pulgar acaricio el interior de su mano. El roce de nuestras pieles me gusta, es suave y cálido. Es perfecto.

—¿Sabes? Tú y esos niños son los únicos que han logrado que me disculpe luego de haber hecho o dicho algo que lastime a alguien, tú principalmente... y siento mucho haberte asustado con esto— siento que apoya su mentón sobre mi hombro.

—Me siento muy afortunada entonces—

Sonrío y giro mi cabeza. 

Mi nariz roza su cien, bajo un poco y siento como mi boca se reseca al ver su ojos verdes ser alumbrados por la luz del sol, se ven hermosos y muy hipnotizantes, algo que me podría dejar sin aliento con facilidad. Trago grueso al notar que nuestras narices se rozan, inconscientemente bajo mi mirada a sus labios, solo un movimiento… y podrán juntarse, apuesto a lo que fuera que encajarían a la perfección, como si así debiera ser.

Una corriente eléctrica recorre mi espina dorsal, no recuerdo haber sentido esto antes pero... me gusta. Me gusta demasiado que me volvería adicto sin problema.

—¿Te gustaría dar un paseo?—

Pestañeo un par de veces para salir del trance. Sonrío como un tonto.

DeimonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora