Capítulo I

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ATENCIÓN: esta obra tiene lugar en el 4to libro del Archivo de las Tormentas.

Lirin se frotó los ojos. Hesina aún dormía a su lado, su pecho subiendo y bajando levemente con cada respiración profunda. A pesar de haberse acostado temprano la noche anterior, sentía el cansancio recorrer su cuerpo. «Otra noche en vela», pensó. ¿Qué hora sería? Se incorporó con cuidado en la cama para no despertar a su mujer y empezó a vestirse para afrontar un nuevo día. Lirin era un hombre sencillo, y es por eso que siempre vestía lo mismo: una camisa almidonada, unos pantalones algo viejos y desgastados, y unas sencillas botas de piel de color chocolate que Hesina le había regalado ya hacía muchos años atrás, cuando sus dos hijos aún seguían vivos. Técnicamente, Kaladin aún lo estaba, pero hacía mucho tiempo que Lirin no lo consideraba ya un hijo suyo. Si bien era cierto que últimamente parecía estar asentando la cabeza de nuevo, Lirin no estaba del todo convencido. Cuando Dalinar Kholin había aconsejado a Kaladin retirarse de los asuntos bélicos de los Corredores de Viento y centrarse en descansar, jamás se habría pensado que su hijo volvería a trabajar con él en la consulta. Era una sensación extraña, pensar que ya no era el único allí, que Kaladin siempre le rondaba detrás como una hábil sombra, pendiente a todos sus movimientos. Era algo que le perseguía, porque no podía evitar fijarse en cuánto había crecido su hijo. Sin duda, tenía el porte de un soldado. Lirin no sabía de dónde había sacado la altura el chico (no de él, claro estaba), pero tenía que alzar la mirada para dirigirse a él. Sentía cierta incomodidad cuando sus manos se rozaban mientras intentaban suturar a un paciente entre los dos. Lirin no sabía por qué, pero, desde que Kaladin había vuelto a practicar el arte de la medicina, se palpaba un ambiente distinto en consulta, y Kaladin, lejos de relajarse como el Espina Negra se lo había mandado, se ponía tenso, a la defensiva, incluso podía intuírsele cierta vergüenza y timidez en el rostro. O eso pensaba Lirin, pero ¿qué sabía él? Solo eran conjeturas.

Lirin se acercó a la ventana. Tenues rayos de luz bañaban ya las calles y, aunque aún era demasiado temprano para abrir la consulta, empezó a dirigirse a su consulta, pues así tendría tiempo de preparar todo el material con antelación antes de que empezaran a llegarle los primeros pacientes. No quiso despertar a Hesina. Ya se presentaría más tarde.

Al llegar, vislumbró una tenue luz desde el interior de la consulta. Kaladin, como de costumbre, había llegado antes que él.

— Tormentas, chico. Pero ¿a qué hora te has levantado para llegar antes que yo? —dijo Lirin.

Kaladin se sobresaltó. Estaba tan absorto en sus cavilaciones que parecía que no le había visto llegar. Lirin observó con detenimiento el rostro de su hijo. Dos enormes bolsas oscuras recorrían la parte inferior de sus ojos. Su piel estaba algo más pálida de lo habitual, y tenía algunos mechones fuera de su coleta que proyectaban sombras en su rostro.

— Buenos días, padre. No te he oído llegar. —dijo Kaladin, lamiéndose los labios, gesto que provocó en Lirin una sensación que no supo identificar.

Lirin asintió y empezó a preparar las herramientas. Vendas limpias, savia de matapomo, bisturí, tijeras, ungüentos, tenacillas. Kaladin se sentó en una de las sillas que había en un rincón y se dejó caer hacia atrás, suspirando. Ninguno de los dos dijo nada hasta que Lirin acabó muy bien de lavarse las manos y empezó a preparar la camilla. No había rasto de su honorspren, Sylphrena, por ninguna parte.

— ¿Qué te preocupa, hijo? —preguntó Lirin.

— Ah, hijo. ¿Ya vuelves a considerarme tu hijo? Pensaba que solo era un asesino. —contestó Kaladin. Se le notaba molesto.

— Solo intento ser amable. Y sí, eres mi hijo, me guste o no. Tus actos anteriores no cambian tu linaje. Lo que importa es que ahora estás aquí, salvando vidas. —se excusó Lirin.

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⏰ Última actualización: Jun 25, 2023 ⏰

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Desenfreno entre bisturísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora