—Me alegra verte mejor— dijo Hamilton cuando vio al otro hombre empezar a abrir los ojos. Laurens se levantó demasiado rápido buscando algo e intentando ubicarse. —Jack, no tan rápido, llevas días sin comer. Vas a marearte— dijo sujetándolo de los hombros y volviéndolo a acostar. —¿Quieres ver a María? Ahora la traigo— aseguró Alexander con una sonrisa y John le miró algo desconcertado. —Y luego te daré algo de comer.
Hamilton salió de la sala y tomó a la niña en su cuna. María estaba despierta y miraba con curiosidad los movimientos del pelirrojo. Se acercó a la puerta y con el corazón en el pecho la abrió y se dirigió hacia John. —Aquí la tienes— dijo y notó como el mayor se destensó e hizo una pequeña y sutil sonrisa. Dejó al rubio tomar a la niña que extendía los bracitos hacia él y lentamente la acomodó en su pecho.
Hamilton no sabía muy bien como sentirse, estaba así seguro que esa niña era suya. Cuando los vio juntos no dudó ni por un momento y sus piernas empezaron a temblar de pensar que Laurens tenía una familia y una esposa, pensó que no había lugar para él.
La niña cerró los ojos conforme estuvo sobre John y Alexander decidió levantarse para ir a por la comida. Trajo algunas cosas y volvió a entrar a la habitación y se atrevió a pronunciar algunas palabras. —¿Es tu hija?— Cuestionó el pelirrojo y Laurens le miró unos segundos para finalmente asentir orgulloso. —No sabía que tenías una. Entonces si tiene nombre, ¿no?— Preguntó viendo a María. Alexander ya se acostumbró a aquel nombre y no sabía si iba a poder cambiarlo tan repentinamente. —¿Cómo se llama?
—Frances— susurró apenas sin articular la boca, pues la herida que recorría su mejilla y bajaba más de la mandíbula estiraba y hacia el amaño de querer volver a sangrar.
—Bien, Jack, llevaré a Frances con los muchachos mientras comes. Perdiste sangre y debes recuperarte— dijo tomando a la niña que no quería separarse de su padre y salió de la habitación.
—¿Todo bien, Hamilton?— Dijo Meade y el pelirrojo asintió.
—John quería verla. Se llama Frances, es su hija— respondió el pelirrojo con una voz distante y dejó a la niña.
—Oh... Me alegro mucho por él. Nunca nos ha dicho nada— dijo algo sorprendido. —Ojalá compartiese sus ilustraciones personales con nosotros, ¿no?— Preguntó sin recibir ninguna respuesta. —¿No, Hamilton?
Regresó con John que intentaba mantenerse sentado pero apenas podía hacerlo sin apoyar ambas manos. Se encontraba debilitado y se notaba en su rostro. Hamilton se sentó a su lado y se dispuso a darle de comer y un poco de agua. —Alex— susurro mientras veía al pelirrojo que le miró y le hizo una pequeña sonrisa. —Lo siento— dijo pues sabía que al chico le estaba afectando haber descubierto de cierta hija suya. —Iba a decirte a mi vuelta— afirmó y Hamilton asintió. Lo último que quería era estar molesto con él.
—Lleva cuidado, te estás volviendo a abrir la herida— dijo tomando una gasa y echando un líquido para volver a limpiar la sangre que salía. —Tendrás que hablar poco. Menos de lo normal si es que eso se puede— dijo con un poco de humor en su voz. —Creo que no vas a poder comer nada que debas masticar— afirmó tomando una cuchara cuando dejó la gasa y llenando una cuchara de unas verduras hervidas bastante blandas.
Alexander sabía que aquello iba a ser lento. A penas podía tragar con normalidad, pero estaba dispuesto a quedarse a su lado. —Tienes que descansar mucho estos días— afirmó Hamilton. —No te preocupes por ella. Estamos manejando bien la situación.
—Quiero hablar con el general— murmuró como podía y Hamilton asintió.
—Le diré que estás mejor y quieres hablar, pero primero necesito que descanses, Jack. ¿Quieres que le envie una carta a alguien?— Preguntó pues tal vez alguien podría hacerse cargo de la hija de Laurens. —Tal vez tu esposa puede venir a por Frances— dijo convencido aunque aquella palabra se sentía como una bala en el pecho. «Esposa», sintió que aquello no era algo que fuese del estilo de John.
—Ella está muerta— dijo sin ninguna sutileza y miró al pelirrojo que se arrepentía de haber dicho tal frase con tanta seguridad. —Murió dos semanas después del parto— afirmó viendo al pelirrojo que volvía a curar la herida con la gasa. Aquello tardaría en curar si John seguía hablando, pero necesitaban saber cosas.
—No hay otro familiar cercano, ¿verdad? Nadie que no esté en Londres, ¿cierto?— John negó con la cabeza y Hamilton suspiró. —No te preocupes, lo solucionaremos.
—Tenía una carta de renuncia— afirmó pensando en el paradero de aquella carta.
—Meade tomó la carta. Estaba muy mojada, pero la dejó al sol por si era importante. Debe haberse emborronado— explicó mientras ayudaba al rubio a volver a tumbarse. —¿Por qué no me dijiste nada de la renuncia? ¿Era porque sabías que me iba a doler? La razón principal que me causa tristeza no es que tengas una familia o una hija, es la idea de perderte o que te alejes de mí. Me pongo malhumorado de pensar que en tu familia no hay un hueco para mí. Eres importante para mí, eres mi familia y me choca saber que ibas a renunciar sin decirme.
—Tengo un hueco para ti siempre, Alex— afirmó el rubio acercando su mano para acariciar el rostro de Hamilton.
—Pensabas alejarte de mí como si nada...— contestó viendo a sus ojos. —A veces no tienes sentimientos, John.
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Donde el viento no susurra | Lams
Historical FictionJohn y Alexander se encuentran muy apegados hasta que un bebé se interpone en su camino en el ejército de Washington. Ambos pasarán el suceso por alto e intentarán mantener su relación con normalidad