- ¡Camila, bájale el volumen a ese altavoz, es muy temprano! - me chilla mi madre desde el comedor.
- Es que sin música no me concentro - respondo, a modo de queja. Es que es verdad: si no hubiera música, mi vida no tendría ningún sentido.
- ¡Estás haciendo la cama! ¿Qué concentración necesitas para eso?
- Oye, pues mucha, la verdad.
- ¡O bajas el volumen de ese altavoz, o subo yo y te lo apago del tirón!
- Vale, ya me pongo los auriculares - termino cediendo. Taylor Swift no merecía ese trato, pero prefiero mantener el altavoz a mi alcance y no tener que suplicarlo para verano.
Tengo muchas ganas de las vacaciones. Bueno, en realidad ya estamos en verano, pero para mí esto no son vacaciones. Esto es una tortura. Tener que estudiar para los exámenes finales, con 45 grados a la sombra, es el infierno. Y se podría decir que, si sigo en este camino, mi madre puede pasar perfectamente por el mismísimo Satanás.
Por suerte, solo me quedan cinco días hasta hacer el examen, y ya puedo dar la bienvenida oficial a mis vacaciones. Para mí, "verano" significa no hacer nada durante el día, ni durante la noche en realidad. Pero, de vez en cuando, mis amigos y yo quedamos en la playa para echar el rato. Compramos un paquete de pipas, ponemos el altavoz, y marujeamos un ratito. Somos como las marujas de pueblo en las puertas de sus casas sentadas en las hamacas, pero nosotros lo hacemos en la playa y con Taylor Swift y Harry Styles de fondo. No todos tienen este privilegio. Y es un planazo.
- Camila, vamos a casa de los abuelos, que acabo de hacerles la compra y tenemos que llevársela. Termina de preparar la habitación y baja que en cinco minutos salimos.
¿Que podríamos ir andando porque mis abuelos viven a dos calles de la mía? Sí. ¿Que mi madre cada vez que les hace la compra semanal a mis abuelos parece que está haciendo la compra para un regimiento y tenemos que ir en coche porque no podemos con las quinientas bolsas? Efectivamente. A veces pienso que soy exagerada, pero después pienso en mi madre y se me pasa.
- Voy a por el coche, ve sacando las bolsas al portal - me dice mi madre desde la puerta.
- Vaale – respondo, desganada.
Una vez cargadas las quince bolsas (ojalá fuera una exageración) en el maletero, cierro la puerta de mi casa y entro en el coche. Ya te digo, que no me hace falta ponerme el cinturón, porque es girar dos esquinas y estar en la puerta de la casa de mis abuelos.
- ¡Ay! - mi madre lo de hablar bajito y no ser tan exagerada lo lleva super bien. Ya ves de dónde he sacado el dramatismo.
- ¿Qué pasa mamá? - pregunto, no muy preocupada, puesto que ya una se acostumbra al teatralismo.
- ¡Se me han olvidado las verduras y las salsas! Las tenía en el frigorífico - me mira y se calla.
- Vamos, que quieres que vaya yo a buscarlas, ¿no? - La cara de corderito desvalido me responde -. Vale, espero que no sea mucho, porque si no vas a venir tú con el coche y vas a llevar primero una bolsa y después otra. Y la gasolina no está baratita que digamos.
- No seas vaga, y ve. Toma las llaves.
Si mi madre no tuviera la cabeza pegada al cuello, también se le olvidaría por ahí.
Aunque, para qué engañarnos, yo soy igual. No me escondo eh, pero si puedo poner como excusa a mi progenitora como persona de la que heredar la capacidad para retener información, me parece más que maravilloso.
A ver, según me ha dicho mi madre, tengo que coger los 12 tomates del cajón, las dos bolsas de lechugas y las tres de zanahorias, y coger los tres botes de salsas y los cuatro briks de leche. No si al final voy a necesitar una carretilla para llevar todo esto.
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El bar de la esquina
RomansaCamila es espontánea, dramática y le encanta observar todo como si fuera la primera vez que lo ve. Le gusta imaginar que en un futuro logrará cumplir su sueño: ser cantante. No obstante, terminar la carrera de Filología Inglesa también podría estar...