—¿Qué pasa?— Preguntó Alexander acercándose preocupado a la mesa de John.
—A mi padre le queda poco— dijo. Acababa de recibir una carta de Harry. —Debo ir a casa a verle.
—Papá, yo te acompaño— dijo Frances.
—General Laurens— dijo un hombre entrando a la sala donde encontraba. —El presidente Washington necesita su presencia.
John se levantó y le indicó a Alexander y a su hija que esperasen un segundo. Ella estaba escribiendo en la mesa, solía hacerlo y lo hacía muy bien. —Iré a Philadelphia mañana. Necesito que me acompañes.
—Justo quería pedir unos días. Mi padre está en cuidados paliativos.
—Laurens, no puede dejar que el presidente viaje sin protección— dijo Adams. —Vamos a movilizar también a los secretarios y necesitamos que dirija algo de protección por si atentan contra las autoridades. Los británicos andan muy sueltos últimamente. Serán tres días.
—Tal vez mi padre ya no está en tres días— dijo John.
—Hamilton dijo que eras bueno para este puesto, debería saber que su prioridad está aquí, con la de su país, no en casa— dijo Adams.
Aceptó porque temía que Adams lo quitase del puesto. A penas llevaba un año y no se había ganado la confianza de todos aún. Viajó triste con Alexander. Su hija se había tenido que quedar con Elizabeth. Estuvo disperso todo el viaje, pensó en su padre, el pobre hombre al que tantos disgustos le había dado.
Cuando llegó le dieron la noticia. Había muerto y John no se pudo despedir de él. —Jack— dijo Alexander dándole un abrazo. Estaban solos en la habitación. —No sabes cuánto lo lamento. Washington estará agradecido contigo.
—No me importan ahora sus agradecimientos— aseguró tomando una de las almohadas de la cama y acercándola a su pecho.
Frances miraba desde la puerta, no quería molestar pero debía darle unos papeles importantes a su padre: las ultimas voluntades y el testamento de su abuelo..
—Papá— dijo y John se recompuso de inmediato para que no viese como le afectaba. —Esto es para ti— le dió los papeles y le dejó un beso en la mejilla antes de irse.
Empezó a leer en silencio. Hamilton miraba también discretamente y John se había dado cuenta. Le dejaba sus tierras, parte de ellas a Harry y le pedía a John que no se molestase por ello. John no estaba molesto, su hermano se las había ganado tras tanto tiempo trabajando en ellas. Para John se quedaba Mepkin, esa afinca que tanto adoraba su madre. También se quedaba algunas tierras de Philadelphia y los objetos de valor que Henry conservaba de Eleanor. Podía ver si quería regalar las joyas a sus hermanas, a Frances o las conservaba por el valor sentimental.
Siguió leyendo y miró a Alexander. Se compartieron una mirada. Henry le había arreglado el matrimonio con Elizabeth Kinloch. —Jack... ¿Lo harás?
—Es la voluntad de mi padre.
La boda fue discreta y muy cercana a la muerte de Henry. John no estaba para grandes celebraciones, además, se mudó con Elizabeth, o "Beth" como le llamaba Frances, porque "Eliza" era otra mujer. Al principio fue incómodo, John no hablaba con ella en lo absoluto, dormían en habitaciones separadas... Frances dijo que debía darle una oportunidad a la muchacha, que estaba haciendo mucho por ellos porque todos los días cocinaba y atendía el hogar. John aún no había contestado sirvientes, pero Beth insistía en que no lo hiciese, que a ella le gustaban esas tareas.
Hubo un tiempo en el que Washington le permitió irse a Mepkin a desconectar. Adams no estaba muy contento, pero Washington se sentía culpable de aquel dolor tan grande que ya no se podía remediar.
Frances estaba preocupada, porque no sabía si ir a Mepkin le había perjudicado a su padre o le había ayudado. Estaba triste en su habitación gran parte del día y con suerte salía a comer. Ella se hizo cargo incluso del trabajo de su padre, aunque él no lo sabía. Intentaba agobiarlo lo menos posible, por eso, cuando recibía alguna carta o algún trabajo que creía poder hacer, lo hacía y firmaba diciendo ser su padre. Poco le duró porque John se enteró pasado un mes y medio y fue la unica vez que se planteó so debía castigarla.
Más temprano que tarde, regresaron a la casa que tenían habitualmente y pareció que los ánimos se levantaron un poco, es decir, que todo seguía como antes de ir a Mepkin. De vez en cuando John creía escuchar llorar a su esposa en la habitación por las noches, no entendia por qué, pero tampoco tenía ganas de preguntar porque él ya tenía suficiente con lo suyo.
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Donde el viento no susurra | Lams
Historical FictionJohn y Alexander se encuentran muy apegados hasta que un bebé se interpone en su camino en el ejército de Washington. Ambos pasarán el suceso por alto e intentarán mantener su relación con normalidad