🪷 𝕭𝖎𝖊𝖑𝖔𝖗𝖗𝖚𝖘𝖎𝖆 🪷

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El timbre de su hogar no paraba de sonar. Era extraño, eran las siete de la mañana. México se dio una vuelta en su cama intentando volver a conciliar el sueño, sin éxito. Cuando dejaba de sonar el timbre, volvían a tocarlo. No fue hasta que su mayordomo, Alonso, se decidió a abrir la puerta que por fin paró ese sonido. Justo acababa de encontrar una posición cómoda para dormir cuando lo interrumpieron.

—Señor, tiene una visita —Alonso lo despertó de su sueño—. La señorita Bielorrusia lo espera en el recibidor.

—¿Bielorrusia? —se incorporó intrigado—. ¿Qué está haciendo aquí?

—No lo sé, señor. Pero me ha indicado que necesita verlo urgentemente.

Acto seguido, se retiró de la sala. México se puso una camisa de Morena, caminó hacia el recibidor de su hogar. Ahí estaba una mujer rubia, alta, de ojos azul oscuro y labios rosas. No pudo evitar notar el parecido que tenía con Anastasia, solo que ella era más alta, sus ojos eran celestes, tenía pecas y una cicatriz bastante llamativa en su ojo derecho. La europea notó su presencia y extendió su mano en señal de saludo. Aunque odiaba admitirlo, toda la familia Soviética lo incomodaba bastante, quizás debía ser que todos habían heredado la fuerte personalidad de URSS, que eran fríos como sus tierras o que no sonreían demasiado. Estrechó la mano de Bielorrusia.

—Добрай раніцы Мексіка (Buenos días, México) —lo barrio con la mirada de pies a cabeza, dejándolo aún más intimidado—. Lamento no haberle dado tiempo de arreglarse, sé que es temprano y no anticipe mi llegada. Ofrezco una disculpa.

—No te preocupes, je —le regaló una cálida sonrisa—. Sabes que eres bienvenida cuando quieras, mi casa es tu casa. Pásale.

—Gracias —observó el interior, curiosa, tantos colores llamaban su atención—. Le he traído un regalo.

Extendió un ramo de flores hacia México, quién las tomó extrañado. Aunque si recordaba que era tradición de los hijos de URSS el traer obsequios ante una visita o alguna cita romántica. Aceptó las flores, acompañando a la hermana de Rusia a la sala de su hogar. Bielorrusia se sentó en uno de los sillones mientras el latino iba a buscar un florero para las rosas. Observaba atenta a su alrededor, había demasiado color para su gusto, las paredes eran beiges, los sillones eran verde esmeralda y tenían telas coloridas encima de ellos. Las mesas eran de madera oscura y habían cuadros de paisajes mexicanos colgados en las paredes. Observó una fotografía a lo lejos, se acercó para apreciarla mejor, estaba en blanco y negro. Aquellos parecían ser los hermanos de México con ropas de 1910, se veían bastante elegantes, y serios. Cosa rara en ellos.

—Estas viendo la foto que tomamos cuando la mayoría ya habíamos obtenido nuestra independencia —la voz de México asustó a Bielorrusia, quién pegó un brinquito—. Tranquila, puedes seguir viéndola.

Dejó el florero sobre la mesa de centro. Observaba a cada uno de sus hermanos, estaba sorprendida por su elegancia, su porte y la seriedad que reflejaban sus rostros. México dejó también un vaso de agua sobre la mesa, ofreciéndoselo a la rubia.

—Дзякуй (Gracias) —salio de sus pensamientos, sentándose de nuevo sobre el sillón—. Tu casa es acogedora.

—Gracias, no suelen decirmelo a menudo. La mayoría considera que es mucho color —volvió a sonreírle, pero su fría mirada le hizo retomar su rostro serio—. Vayamos directo al grano, me gustaría saber cuál es el motivo de tu visita.

—Bien, me gustaría que mis motivos para acudir a ti fueran agradables —quizás algún acuerdo comercial hubiera sido una buena noticia para ambos, pero ella venía con otras intenciones—. Vengo a advertirte de las intenciones de mi hermano.

Женщины (RusMex)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora