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Fue hace ya algunos cientos de años, cuando el poderoso imperio denominado Federación sometía a la parte norte de la Isla Quesadilla, que la poderosa Familia Brown De Luque decidió, junto con su pueblo, levantarse en armas contra ellos para así unificar toda la Isla en un solo bando.

El monarca de la familia, Vegetta y su cónyuge Foolish tenían dos hijos, Leonarda, la pequeña consentida, y Roier, el hermoso heredero de la familia.

Roier, claro está, era pretendido por varios habitantes de su pueblo, desde nobles caballeros dispuestos a cualquier cosa por su amor, hasta viajeros dispuestos a ir hasta las tierras más lejanas y profanas del mundo con tal de tener aunque sea una pequeña mirada del castaño. Lamentablemente para estos pretendientes, el corazón del apuesto príncipe era perteneciente a una sola persona, Cellbit, el guerrero más fuerte, inteligente y noble de todo el ejército de la familia Brown de Luque.

–Buenos días joven Roier– saludaba el guerrero cada mañana al joven castaño que siempre estaba puntual para verlo practicar su puntería en los recintos de la propiedad de la familia.

–Buen día Cellbit, ya te dije que dejes de llamarme joven, no hace falta.

–Lo lamento, es la costumbre, supongo.

Al principio, sus interacciones eran de simple respeto por ambas partes, Roier admiraba al fuerte guerrero, y Cellbit sentía respeto por el inteligente heredero. Ambos iban acercándose cada vez más al otro, al inicio formando una amistad poco común.

–Cellbit, ¿te gustaría ir a explorar conmigo?– preguntó un día el príncipe, había interrumpido un entrenamiento del contrario, pero podía permitirse eso

–No creo que a su padre Vegetta le agrade la idea, quiere que estemos preparados para la próxima cruzada que haremos al lado norte de la Isla, debemos tantear terreno para poder actuar– explicó el guerrero de mechón blanco que pulia su ya de por sí brillante espada.

–Sé que estás más que preparado para esa cruzada Cellbit, necesitas distraerte, vamos.

Roier tomó la mano contraria y lo guió fuera del patio de entrenamiento, ambos caminaron tomados de las manos hacia las distintas playas y biomas que habían en su hogar, Cellbit lo llevó a la base secreta de su ejército, la ubicación de esta solo era conocida por cuatro personas más a parte de él, Etoiles, su mano derecha en combate, Maximus, el guerrero de más confianza, y, en los últimos días, Richarlyson y Bobby, los más jóvenes de todos.

Roier quedó encantado con el lugar, tal vez no se asemejaba a las grandes construcciones que acostumbraban a hacer sus padres, pero sin duda era un lugar habitado por guerreros apasionados en lo que hacían, había armas, un mapa de la nación con marcas rojas y lo que parecían miles de papeles con planes trazados meticulosamente.

Roier exploró la base con gran curiosidad, Cellbit lo veía mirar todo y tocar algunas cosas, vió como con gran curiosidad Roier se acercó a uno de los caballetes instalados en el balcón, tomó algunas pinturas y uno de los lienzos que ahí estaban.

–¿Puedo pintar algo?– preguntó el castaño

–No veo por qué no podría.

Roier le sonrió y comenzó a pintar mientras Cellbit se encargó de limpiar la base y poner en la mochila que llevaba algunas armas que podría necesitar, el primer ataque a la Federación sería en 2 días. Casi dos horas después volvió al balcón para ver como había avanzado en su pintura el príncipe.

Se acercó al marco de la puerta donde podía ver a Roier, los toques anaranjados del atardecer lo hacían ver más hermoso de lo que ya era, cualquier persona del pueblo pagaría lo que sea por estar en el lugar de Cellbit, apreciando tan hermosa vista, el hombre deseó haber podido tener una imagen física de ese momento y enmarcarlo para conservarlo por siempre, sin embargo, lo único que tenía por el momento eran sus ojos, esas orbes azules se encargarían de mantener la imagen frente a él plasmada para siempre en su memoria.

La leyenda de los volcanes enamorados. -GuapoduoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora