—Está muy lindo tu librero—dijo luego de recorrer con la mirada toda la habitación.
Mi librero tenía un estilo poco convencional, su diseño estaba basado en la torre Eiffel, todavía faltaba rellenar los pisos más altos, pero se podía entender a la perfección, sin perder la figura.
—Gracias—giré hacia él, y divisé cómo se acercaba a tomar uno de los libros—. No tocar—avisé antes de que tomara acción—, es frágil, lo siento.
—Oh—apartó los dedos del estante—, es que se ven lindos los lomos.
—Por eso cuido que no se despostillen.
Creo que entendió el punto, y tomó distancia el chico de cabello castaño y alborotado.
—Jamás he leído un libro—confesó mirándome a los ojos.
Arrugué el ceño, ¿cuántos años tenía? Creo que dieciocho, si bien recuerdo.
—Entonces te sorprendería saber cuántos libros he leído yo...—aseguré con una sonrisa ladina.
—Lo imagino, tu padre me dijo que estudias Literatura.
No era novedad que mi padre hablara sobre mí, él tenía un estudio bíblico en casa y a veces para ejemplificar las enseñanzas hablaba sobre su familia. Justo en este momento estaba esperando a que las personas llegaran, el chico frente a mis ojos era parte de la iglesia, y mamá me había pedido ser amable, cómo habían llegado temprano, me pidió que le mostrara la casa, nos detuvimos en mi habitación por el interés por mis libros.
—¿Y es divertido? —preguntó de nuevo ese chico.
—¿Qué cosa?
—Estudiar en la universidad, mis padres aún no están seguros de dejarme ir.
—¿Por? —fruncí el ceño otra vez.
—Quieren que estudie para pastor—me sonrió.
Desvié la mirada, no era muy cercana a ese tipo de cosas, de hecho, si aún seguía viviendo en casa de mis padres era porque todavía no tenía los recursos suficientes para independizarme, esperaba graduarme el próximo semestre, comenzar a trabajar y después poder costear un departamento. Si aceptaba ser parte de los estudios y reuniones era por simple compromiso.
Decidí que no quería seguir la conversación, entonces comencé a empacar mis cuadernos y libros para ir a estudiar a la biblioteca de la Ciudad, no quería quedarme en casa escuchando sobre la Biblia.
El chico tomó uno de los libros que estaban en el escritorio, y que yo estaba buscando para guardarlo en mi bolso.
—Te dije que no tocaras...—quise intervenir, pero él comenzó a leer en voz alta.
Era una novela de Gabriel García Márquez, Del amor y otros demonios, supuse que no prestó atención al título, o lo hubiera soltado al instante.
Suspiré, él quiso seguir la lectura con su voz, tenía una voz preciosa, sin embargo, una pronunciación terrible, leía las palabras entrecortadas, no respetaba los signos de puntuación, y hacía pausas innecesarias, las palabras largas y poco comunes volvía a repetirlas y seguía leyéndolas mal.
—Basta—me tapé el oído izquierdo—, lees como un niño de primaria que está aprendiendo a separar las palabras en sílabas.
El chico me entregó el libro, no muy convencido.
—Lo siento... te dije que nunca había leído un libro.
—¿Y cómo es que te graduaste de la educación básica, eh? —pregunté con ironía—. Si te graduaste, ¿no?
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Daylight
SpiritualBORRADOR ¿No te conozco? ¿Todavía no tenemos el maravilloso privilegio de mirarnos a los ojos y acelerar nuestro ritmo cardíaco? ¿Dónde estás? ¿Esperas por mí como yo por ti? Te amo y aun no te distingo... Sueño contigo, pero no reconozco tu rostro...