Capitulo 10: "Perdidos entre la poesia de las olas que sondean."

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Huir de Bastión de Tormentas había resultado fácil; surcar las nubes y perderse en el cielo sin saber a dónde dirigirse no parecía ser el mayor problema de Aemond y Lucerys. Hasta que Vhagar los arrastró a una isla desconocida. No parecía gustarle la idea de tener que llevar a sus lomos a Lucerys también.

En cuanto percibió tierra, ignoró todas las órdenes de su jinete y se desplomó en la arena para después dormir, restándole importancia en donde los había dejado.

—Es inútil.—gruñó Aemond—.Ella no quiere obedecer.—al mismo tiempo bajaban de la montura para encontrarse con una pequeña isla de arena blanca y un mar que resplandecía azules tonalidades en el agua.

También el hecho que se veía totalmente desierta de cualquier otra persona, estaban a su suerte.

Pero tampoco les había preocupado mucho. Buscando un nuevo amanecer se movían fuera del crepúsculo habitual del peligro que era amarse.

Solo les tomó dos segundos darse cuenta del significado de estar ajenos a la vista de cualquier persona.

—¡Mira! ¡El agua es tan brillanté!—. Lucerys se había aproximado a toda velocidad hacia la orilla de la isla. La arena parecía infinita a su alrededor hasta llegar a un pequeño follaje de arbustos, enredaderas y maleza por todas partes. Aquella naturaleza salvaje lo inquietaba un poco, el no saber qué clase de criaturas podrían encontrarse.

Aemond en cambio sacudió sus pensamientos temerosos y revisó debajo de la montura con la esperanza de encontrar algo que les sirviera. En ella sacó algunas cosas que guardaba cuando recurría a pequeños viajes, tales no le ocasionaran problemas pero que al menos pudiera distraerse un poco de la abrumadora vida que ya tenía.

Encontró una manta bordada por Helaena; era de un blanco perla, con delicadas líneas que se unían entre sí formando patrones con oro de Myr. Encima de esta, había un espumoso brebaje por arriba de la mitad sin terminar, al abrirlo su olor era dulce y sombrío a la vez. Mezclado con el aire, todo le recordaba a sus hermanos, cuando viajaba con ellos, cuando bebía con ellos.

¿Había tomado una mala decisión?
¿Aún podía arrepentirse?

Todo estaba perdido, aunque volviera de inmediato a la Fortaleza Roja las cosas nunca serían igual y tampoco quería que lo fueran, por eso había huido. Su madre posiblemente lo odiaba, a su hermano le había fallado y no por el hecho de no conseguir el apoyo de la casa Baratheon, sino por haber huido sin él, abandonándolo con todo el mundo encima.

Tanto que perder, tanto que demostrar y antes de perder la cabeza le toma un largo trago a la botella.

—¡Oh, es tan hermoso! ¡Mira, vamos ven, Aemond!—.Lucerys grita con el viento alborotando su cabello y extendiendo sus brazos en el aire. Aemond se encuentra con el azul brillante que se vuelve infinito sobre ellos y el cómo Lucerys forma parte del paisaje también.

Cuando lo ve subirse a una duna de arena gigante, perdiéndose entre el cielo y el mar solo cerró su ojo y absorbió el aire fresco. Sintió sus pulmones llenarse, soltó el aire y volvió su vista a Lucerys quien estaba ahora tranquilamente sentado sobre la duna de arena.

Aemond caminó hacia él, airoso, casi solemne y cuando llegó hasta aquella pequeña figura, con un gesto lleno de parsimonia se acomodó junto a él.
Lucerys lo mira como si fuera primera vez. Con una mano mas pequeña que la suya, entrelaza sus manos; tejiendo las grietas qué hay entre sus dedos, uniéndolos en uno solo. Aemond solo observó aquello sin decir o hacer nada.

—Quiero creer que somos como el fuego y el agua, como el viento y el mar—.Lucerys susurra y mantiene la mirada en algún punto de enfrente, mientras el ojo de Aemond viaja cuidadosamente sobre cada movimiento de Lucerys; memorizando como por primera vez descubre el brillo en sus ojos ante el mar; su mano sobre la suya; las respiraciones lentas que salen de sus labios antes de hablar.

"Pinky promise kisses"|LucemondDonde viven las historias. Descúbrelo ahora