03.

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Salí corriendo al bajar del autobús escolar. Abrí la puerta de la casa apresuradamente y la tiré haciendo que está suene por el golpe al cerrarse, me deslicé sobre ella quedando sentada en el suelo mientras las lágrimas corrían por mis mejillas, abrace mis piernas mientras lloraba.

Mamá salió de la cocina y se acercó a mi agachándose tratando de quitar los brazos de mis piernas.

—¿Qué ha pasado Valeria…?

Preguntó en medio del triste silencio.

—¿Porqué no me cambias de escuela?—dije en medio de llantos.

—¿Qué pasó ésta vez…?— preguntó de nuevo, estás cosas pasaban la mayoría del tiempo.

— Carol… de nuevo se quiso burlar de mí y la golpeé logrando que su labio se rompiera y botara sangre y todos en el salón me hicieron a un lado. Diciendo que soy mala, pero no vieron como ella se quería burlar de mí…

Mamá frunció sus labios como si no le gustara lo que acababa de decir.

—La directora me suspendió por una semana…

Mamá se levantó y caminó hacia la cocina dejándome sola en el suelo. Me levanté y tome mi mochila caminando hacia la cocina. Olía a guisado con papas, mamá cocinaba delicioso. A veces me preguntaba porque habían tres sillas en la mesa si siempre éramos nosotras dos.

—Sientate la comida ya está lista—dice mi mamá mientras le da una prueba al guisado — Cuéntame… ¿Qué te iba a hacer está vez Carol?…

Sirve la comida sentándose al frente de mí, veo como el guisado bota humo al estar recién hecho y el delicioso aroma inunda la cocina haciendo que me olvide del mal rato que pasé en la escuela.

Merodeo los alrededores de el psiquiátrico. Caminar a pies descalzos mientras siento el verde césped bajo mis pies me recuerda lo dulce y buena que era mi madre. Siempre me reconfortaba con sus abrazos.

Estoy en la planta B. Nadie desde que entre al psiquiátrico a venido a visitarme, los días siempre son los mismos, las mismas personas, la misma rutina. Un entorno calmado y eso me gustaba, el día siempre era tranquilo lo que menos me gustaba eran las noches y la habitación. Siempre trataba de estar lo menos posible dentro de ella.

Odiaba la cama la ventana y por una extraña razón a las enfermeras que de vez en cuando murmuraban a mis espaldas.

Alzó la vista viendo en dirección al sol, alzó la mano tratando de tener una mejor vista, estaba radiante. Miro en dirección a los árboles me encanta treparlos de niña recuerdo haberlo hecho frecuentemente, así que; me dirigí a ellos tratando de distraer mi mente en otras cosas y mantenerla ocupada.

Siempre estaba escoltada de mujeres guardias pero hoy por una extraña razón no lo estaba.

Me subí al primero y encontré un nido de aves, habían dos pequeños pichones les acaricié sus pequeñas cabezas y estuve un largo rato sentada en aquella rama. Pensaba que no iba a resistir mi peso, pero si me sostiene, miro mis brazos y siguen con los pequeños rasguños que me hize hace unos días. Siguen igual de delgados.

Miro de nuevo a los pequeños pichones y escucho algo crujir, me sostengo de la rama alerta y de nuevo se escucha el crujido y ésta vez caigo al suelo encima de la rama y algo me golpea la cabeza haciendo que ésta me duela. Por instinto me la toco y miro arriba el sol me lástima la vista y veo hacia mi derecha como alguien se acerca.

—¡Maldita!— grita.

Me levantó apresuradamente y emprendo mi huída, corriendo mientras me tropiezo con algunos árboles y me lastimo con algunas ramas, sin mirar atrás sigo huyendo. El sudor corre por mi frente mis piernas duelen y siento mis pulmones arder, pero aún así continúo sin detenerme.

Valeria Martín © [✓] [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora