LYDIA
A la mañana siguiente, en cuanto entré en la consulta, lo primero que pensé fue que al fin me había hecho caso.
Ya era la tercera vez que iba a ver a mi psicóloga, Meredith, y en la última sesión, justo antes de marcharme, me detuvo y me preguntó por qué me pasaba tanto tiempo mirando hacia la pared que estaba a su espalda. No quise reconocerle que lo hacía para tratar de ganar tiempo ante sus preguntas y lograr dar con una mentira adecuada, así que opté por decirle que no me gustaba el cuadro que tenía colgado en ella. Pero en realidad no era del todo mentira, es decir, era uno de esos cuadros extraños, con figuras abstractas sin sentido, con líneas de colores que iban y venía, entremezclándose unas con otras de manera totalmente aleatoria y provocando una auténtica explosión de caos.
Tras reflexionar unos segundos, no pude evitar equipararlo con mi vida, también llena de caos y caminos sin sentido que no derivaban en ninguna parte.
El caso fue que, cuando me senté de nuevo en aquel sofá beige aterciopelado, me di cuenta de que aquel dibujo había sido sustituido por otro muy diferente. Ahora lo que lucía delante de mí, justo unos centímetros por encima de su cabeza, era un prado verde con un atardecer anaranjado.
Sonreí un poco al verlo, me trasmitía cierta paz.
—¿Qué tal estás hoy, Lydia? — su voz suave me sacó de mis pensamientos.
La mujer me miraba con inquietud a través de sus gafas de pasta enormes. Tenía como siempre su pequeña libreta abierta y un bolígrafo azul en la mano, a la espera de captar cualquier dato interesante sobre mí y poder apuntarlo para no olvidarlo jamás.
"Disimula. Recuerda, tienes que ser fuerte. Estás bien, no necesitas la ayuda de nadie."
—Bien, supongo— me encogí de hombros con pasividad.
Esa era la respuesta por excelencia, la que llevaba dándole desde que la conocí, pero era lo mejor, cuanto antes se lo creyera, antes podría acabar con todo este circo innecesario.
—¿Y qué me dices de tus padres? ¿Siguen bien?
Otra vez mostré mi máscara de indiferencia.
—Supongo que sí.
Solté un leve suspiro de resignación.
—¿Ya no piensas entonces que les estás consumiendo?
Me quedé helada, literalmente. Fue como si la sangre hubiera dejado de correr por mis venas.
No me lo esperaba.
Normalmente no solía empezar con preguntas tan directas. Primero iba tanteando el terreno, poco a poco, como si hablar conmigo fuera como caminar sobre un campo de minas y un paso en falso pudiera mandarlo todo al traste.
Pero esta vez había optado por ir de frente sin previo aviso, y no estaba segura de que eso fuera bueno.
Me tomé mi tiempo en sopesar mi respuesta.
Esa era otra de mis tácticas, y es que, cuanto más tiempo tardase en responder, menos hablábamos durante la hora de terapia.
—¿Lydia?— el tono apresurado me hizo fruncirle el ceño.
—Yo... no sé... sí, supongo que sí.
No tenía sentido mentirle, al menos no sobre eso.
—¿Supongo?— estaba intentando sonsacarme más información. La última vez se puso así de insistente durante los últimos diez minutos de la sesión, pero si iba a tener que soportar esto desde el principio, desde luego iba a ser una hora muy larga.

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Y si llueve, petricor
Romance¿Qué harías tú cuándo esa vocecilla de tu cabeza no para de repetirte una cosa? Que no eres perfecta. Lydia tiene que soportar vivir con esa voz, día tras día, tratando de ignorarla pero, muchas veces, no resulta nada fácil. La voz interior de Jaxt...