Capítulo 5

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♡CAPÍTULO 5

Aunque estoy nerviosa, y casi torpe debido a mi histerismo por esa visita al médico de la que me habló ayer William, no me libro de que me saque a rastras de la cama a las seis de la mañana para acompañarle a correr

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Aunque estoy nerviosa, y casi torpe debido a mi histerismo por esa visita al médico de la que me habló ayer William, no me libro de que me saque a rastras de la cama a las seis de la mañana para acompañarle a correr.

Las agujetas van cediendo pero siguen doliéndome hasta las pestañas.

Tras sacarme de la cama me advirtió seriamente que sería la última vez. Si no empiezo a despertarme con mi propia alarma se va a enfadar. Y mucho. Y me creo sus amenazas.

Hoy no regresamos al ático en taxi como el primer día y como ayer, así que soy obligada a hacer el camino de vuelta trotando detrás de él, con los serios Turner y Miller siguiéndonos de cerca.

¿El footing mañanero obligatorio también será una tortura para ellos? Lo dudo mucho. No parecen tan hechos mierda como yo.

Al volver a casa debo darme prisa. La cita en esa doctora será en breve y tengo el tiempo suficiente para ducharme, cambiarme y comer algo rápido.

Me desnudo y me meto en la ducha. Enjabono mi cuerpo, mi largo cabello y, al final, aplico una pequeña cantidad de mascarilla en las puntas. Aclaro con agua y ya estoy lista para salir y secarme.

Al girarme descubro a William apoyado de brazos cruzados en la encimera del lavamanos.

–Joder... –mascullo, sobresaltada.

Cojo la toalla y me cubro rápidamente.

–¿No piensas llamar nunca a las puertas?

Sus ojos, aunque ya me he cubierto, me repasan de pies a cabeza, finalizando en mis ojos. El aliento se me vuelve el vapor de un volcán en plena erupción cuando profundiza de ese modo en mí, como si pretendiese verme hasta el fondo de mis pupilas tratando de buscar algo.

–¿Crees que tengo que hacerlo, Valerie? –pregunta con falsa serenidad. Ese tono amenazante disimulado con la calma lo llevo oyendo ya tres días.

Me mira las rodillas y comprendo de inmediato que la amenaza está latente. Está ahí y puede usarla a su antojo. Me tiene en sus manos.

Aprieto la toalla bajo mis axilas.

–No. Claro que no. Al fin y al cabo, estás en tu casa.

Descruza los brazos y de un modo intimidante da dos pasos hacia mí. Mi barbilla se eleva para poder mirarlo y me siento tan pequeña ante él que temo desaparecer.

Ahogo un grito cuando coge la toalla y me la arranca del cuerpo. Mi primer instinto es cubrirme con las manos, pero él es más rápido que yo y me sujeta los brazos. Me empuja contra el cristal de la mampara y presiona su cuerpo contra el mío, como ayer en el ascensor. Solo que ahora estoy desnuda y me siento muchísimo más vulnerable.

Por alguna razón su mirada me desconcierta y, de algún modo que no logro comprender, me enardece. La confusión embota mi mente cuando eleva mis manos por encima de mi cabeza, apretándome con fuerza las muñecas, inmovilizándome sin piedad.

ArrodilladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora