Capítulo 8: Una Lección

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La soledad, es el precio que pagas, por ser tú mismo.”- Alfredo Ozz.

Esa noche, después de que el enfado se me pasara, le pedí a Erick que se quedara. Le había dicho que era porque tenía temor de que me volviera a pasar otro ataque y de estar relativamente sola, pero en realidad era porque quería pasara más tiempo con él. Sacar a la luz todo lo que pudiera de Erick Howard.

—¿Podrías quedarte esta noche?

—¿Quieres quedarte con un canalla asqueroso y un mentiroso del infierno? —enarcó una ceja tratando de ocultar una sonrisa.

—A ver, que, si eres uno de esos chicos rencoroso allá tú, yo ya lo superé —me crucé de brazos rodando los ojos.

—Ah, ¿sí? —se levantó de la cama para acercarse a mí.

—Sí, lo hice —dejé de mirar su pecho para mirarlo a sus ojos marrones—. ¿Tú lo hiciste?

Por un momento los ojos de Erick se perdieron en mis labios, pero los subió rápidamente y se alejó unos pasos de mí encogiéndose de brazos diciendo

—Yo no soy un hombre rencoroso.

—¿Eso sería un sí o un no? —pregunté dudosa.

—Supongo que un sí —me miró por encima del hombro y volvió la vista a los carteles de cantantes que tenía en mi pared.

Traté de disimular lo satisfecha que me sentí con su respuesta y me acerqué a la puerta para cerrarla con seguro. No era porque fuéramos a hacer algo malo, pero creo que sería algo desastroso que de pronto mi madre entrara y viera a un chico en mi habitación conmigo.

No, no era una opción.

Luego de hacerlo me acerqué a la cama y me senté.

—¿Qué es esto? —Erick señaló un cartel con unas letras.

—Son AC/DC, cantantes de “Back in Black”. ¿No los has escuchado?

—No, si quiera sabía que existían —se encogió de hombros y se sentó en el respaldo de la cama al lado de mí.

—¿Y qué les gustaba a las demás personas que ayudabas?

Puse mi cabeza en el respaldo y lo miré mientras él fruncía el ceño para responder.

—Bueno, la mayoría fueron adolescentes, así que había de todo un poco. había a quienes les gustaba escuchar Harry Styles, Billie, o Ariana Grande. Otros que eran menos sutiles y les gustaba escuchar reguetón sucio —puso una mueca de asco y me miró.

Yo me empecé a reír, pero procuré bajar la voz.

—¿Qué pasa, no te gusta el reguetón de ahora?

—No creo que sea la mejor manera de describir las relaciones amorosas y muchos menos la manera de expresar los sentimientos hacia las mujeres.

—¿Y cómo tú las describirías? —pregunté aún divertida porque me lo imaginé escuchando esas canciones donde hablaban de guarradas.

—Bueno —se acomodó en la cama y me dejó de mirar, creo que algo incómodo—. No creo que el valor de la mujer se mida por su cuerpo, así que creo que empezaría diciendo eso, por darle a entender que ella es perfecta con el cuerpo que tenga.

—Okey, ¿y qué más?

—Luego están las canciones que hablan del sexo, solo de sexo —rodó los ojos en blanco—. Como si para eso es lo único que sirve la mujer. No, no, no. Obviamente no tendría que hablar del sexo y si lo hiciera lo haría en privado ya que eso es algo íntimo, pero claro que le diría que ella no es un juguete. Al contrario, es una vida, un brillo, es una persona que tiene el derecho a ser lo que quiera ser. Le diría que no solo sirve para el sexo, si no para ver atardeceres, para reír, para llorar, para contar sueños, secretos y anhelos y para formar recuerdos. Creo que, si yo escribiera una canción la haría con el fin de que esa chica se sienta completa, segura y feliz con lo que está escuchando. No para que se sienta un juguete ni una mujer más del montón.

Mi Ángel Guardián Donde viven las historias. Descúbrelo ahora