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LYDIA

Abrió de golpe la puerta de mi cuarto y me plantó un beso en la boca que me dejó algo trastocada.

—No sabes qué me ha pasado— dijo medio chillando, emocionado. Le brillaban tanto los ojos que me quedé ensimismada mirándolos unos segundos.

—¿Qué?— le dediqué una sonrisa mientras veía que se quitaba los zapatos y se acomodaba sobre mi cama, apartando varios de los peluches a su paso sin mucho cuidado.

—Hugo me acaba de decir que podré ir con él el fin de semana que viene al circuito de Mugello— exclamó feliz y yo, claramente, le puse una mueca.

—¿Al circuito de qué?

Fingió indignación porque no supiera de qué estaba hablando y agarró el primer peluche que encontró y decidió que era buena idea lanzármelo a la cabeza.

—¡Oye!— chillé esquivándolo, muerta de risa.

—El circuito de Mugello— repitió como si se le hubiera acabado la paciencia pero no era así, ese chico tenía una paciencia infinita— Es uno de los circuitos de motos más famosos del mundo.

—Ahhh, claro— murmuré fingiendo que estaba impresionada y me gané que otro peluche volara hacia mí.

—¡EH! ¡Deja de tirarme a mis pequeños!— mascullé pero me ignoró, simplemente se puso de pie y me arrastró con él a la cama.

—¿Tus pequeños?— levantó una ceja, divertido.

—Sí, ¿qué pasa?— me hice la digna mientras me colocaba debajo de él, tumbada sobre la cama, intentando olvidarme de lo bien que olía y que su mano estaba acariciando con lentitud mi muslo.

Sonrió como si nada y yo me derretí ahí mismo.

—Nada— sacudió la cabeza.

Y me plantó otro beso pero esta vez uno mucho más intenso, de esos que cuando acaban dejas de saber dónde narices estás y qué estabas haciendo.

Cuando se separó y reparó en que mi mirada se había quedado clavada en sus labios, se los humedeció aun más, esbozando una sonrisa traviesa.

—No— abrí los ojos pero él solo se rio más— Travis, no— supliqué patéticamente— tengo que estudiar, tengo deberes atrasados y...

Perdí el hilo de mis pensamientos al ver que se separaba un poco y se acomodaba aún mejor entre mis piernas.

Mierda.

—Y...— se burló de mí, imitando mi voz, al ver que no terminaba la frase.

—Y te odio— recosté la cabeza hacia atrás, abatida, provocando que se riera de nuevo.

—Mmm, lo dudo.

Mi sonrisa se la llevó otro de sus besos. Me perdí en su sabor, en su forma de agarrarme debajo de la cintura y la presión de su cuerpo ardiendo sobre el mío.

Sentí que su boca se desviaba y comenzaba a recorrer la línea de mi mandíbula.

Cuando alcanzó el mentón ya tenía la respiración agitada y el ansia por la anticipación me lanzó un par de sobrecargas por todo el cuerpo.

Sus manos se deslizaban con calma, disfrutando el recorrido de las yemas de sus dedos sobre mis piernas.

La manera que tenía de controlarse a pesar de la urgencia de sus besos era, simplemente, desquiciante.

—Travis...

Mi patético susurro pareció incitarle más porque sentí de pronto como ahogaba un gruñido y se apretaba más contra mí.

Y si llueve, petricorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora