TRAJE UNA GUITARRA

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Si escuchas esto, puedes estar segura: a partir de hoy me declaro un desertor del brazo espacial de la Academia Oficial

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Si escuchas esto, puedes estar segura: a partir de hoy me declaro un desertor del brazo espacial de la Academia Oficial. Nunca creí llegar a este punto puesto que servir a mi planeta siempre me ha hecho muy feliz y, a pesar de todo, ambos supimos afrontar las consecuencias de mi viaje. Incluso nos causó gracia imaginar a dos gemelos reunidos, uno siendo cincuenta años mayor, y el otro conservando su juventud gracias a los sueños criogénicos. Todo debía ser más sencillo a mi regreso. Tenía la esperanza de adaptarme rápidamente al nuevo mundo. Tristemente, no fue así. Nada me preparó para vivir en esta realidad.

Me duele aceptarlo, pero llegué a considerar inútil este último esfuerzo por comunicarme contigo. Hermana mía, poeta eterna, aurora musical: no sé si serás capaz de escuchar mi mensaje; aún así, me es imposible abandonar el planeta Tierra de nuevo sin despedirme apropiadamente de ti.

Han pasado muchos años desde nuestras largas noches en vela, jugando a explorar estrellas lejanas, leyendo historias fantásticas sobre cientos de avances tecnológicos en los Periódicos Oficiales. Ya no somos esos niños curiosos y alegres. El tiempo nos ha derrotado. No sé quién de los dos se llevó la peor parte.

Hay una razón por la cual el Escuadrón Espacial está conformado por individuos bastante peculiares. Honestamente, los pilotos somos seres solitarios, carentes de afecto. Me sorprende haber pasado las extensas pruebas psicológicas de la Academia Oficial pues, a diferencia de los demás, yo sí tenía a alguien esperándome en casa, alguien a quien extrañar; te tenía a ti. Por ello me resulta difícil grabar esta despedida, porque no olvido tu ayuda incondicional. Estuviste ahí curando mis heridas tras las exhaustivas pruebas físicas de mi entrenamiento, alegrando las mañanas con tus incansables ocurrencias, motivándome a nunca dejar de soñar.

Me siento egoísta. Recuerdo cómo me acercaba a ti para hablarte sobre los pilotos enviados a los planetas ZIERRA. Tú me escuchabas durante horas. Después investigábamos juntos todos los detalles de aquellos asombrosos viajes. Eso me pone triste, ¿sabes? Aunque me esfuerce, no encuentro memorias donde me hables, con la misma euforia, sobre tus propios anhelos e ilusiones. Recuerdo la banda, eso sí. Yo era un desastre. Me era imposible seguir el ritmo. Los demás se enojaban conmigo y, aún así, todo estaba bien porque mi hermana me tenía toda la paciencia del mundo. Para mí tú eras la mejor pianista de la historia, ¡tus composiciones eran algo extraordinario!

Extraño tanto aquellos días.

Nunca me contaste tus planes. Ni siquiera sé si planeabas algo en concreto. Por eso, durante este tiempo dejé volar mi imaginación; te veía feliz, componiendo, alegrando a todos con tu música. Tal vez con unas cuantas arrugas, quizá algo cansada por dar cientos de conciertos, pero siempre estabas así en mi mente: como un jardín eterno de creatividad, una fuente infinita de armonías, un eco incesante de todo lo que es bello en este universo.

Me emocionaba mucho dar fin a la misión para volver a ser testigo de tu magia, para descubrir cuántas canciones tenías ahora en tu repertorio. Estaba ansioso por hablar contigo otra vez; de verdad deseaba ver tu sonrisa durante días enteros. Por esa razón, a mi regreso, decidí visitarte a ti antes de reportarme con la Academia Oficial. Cuando por fin llegué a tu departamento en el Barrio Amarillo, sencillamente no soporté verte de aquella manera.

Lo sé, tú no eres culpable. Probablemente mi estado sería el mismo de haber permanecido en la Tierra durante los últimos cincuenta años. Por favor no me malentiendas. Esto no es un reclamo; yo nunca te reprocharía nada. En todo caso, sólo podría culparlos a ellos. El gobierno rompió su promesa. Ellos mismos prohibieron el desarrollo de los cerebros de litio; no sé en qué momento la humanidad decidió depositar su confianza en las mentes algorítmicas. No sé por qué la gente vio al mundo poblarse de tantas ideas sintéticas sin protestar, sin hacer algo al respecto.

Tu y yo tuvimos una conversación al respecto ¿lo recuerdas? Nos burlamos de las supuestas obras de las máquinas. Reímos al escuchar sus piezas musicales y al leer aquellos bizarros textos fabricados en cuestión de segundos. En dicha ocasión, después de divertirnos un rato, sentimos miedo. Nos preguntamos cómo se vería un mundo donde solo ellos tuvieran permitido crear. Fue interesante pensar en esa idea, pues vivíamos en un punto de la historia donde nada parecía imposible, y donde las barreras físicas de la tecnología por fin comenzaban a borrarse.

Nuestra generación siempre estuvo rodeada de robots simples, ejecutores de tareas muy sencillas. No obstante, nuestros padres y nuestros abuelos crecieron con la sospecha de que las máquinas podrían sustituir a la fuerza laboral. Eso nunca ocurrió. El destino de la humanidad resultó ser mucho peor. Ellos, con su infinita inspiración artificial, sustituyeron el genio inventivo de nuestra especie.

No puedo adaptarme a un planeta así. Todos actúan de forma muy extraña. No hay músicos, no hay escritores, nadie pinta ya. En su lugar, durante mi más reciente estancia en la Tierra he escuchado las sinfonías más perfectas, he leído los mejores poemas jamás creados, todos ellos carentes de espíritu. Es una locura; los telerreceptores, así como las computadoras de mano, proyectan millones de obras creadas específicamente para cada individuo a una velocidad impresionante. Casi me dejo seducir por su encanto embriagador. Después te vi a ti: inexpresiva, indiferente, vacía por dentro, un muerto en vida.

No logro comprenderlos. Las personas pasan la mitad del día en las minas o en los campos, y el resto del tiempo son esclavos de sus tele-receptores.

No soporto verte así. Debí estar contigo todo este tiempo. Tal vez, de haber permanecido juntos, las cosas ahora serían diferentes.

Ya he dicho, no volveré a poner un pie en la Academia Oficial. No obstante, me siento obligado a darte el reporte final de la misión. Oh, Mirna, querida. Si algún día escuchas esto, si algún día tus sentidos deciden recobrar la cordura, puedes sentirte orgullosa de mí, pues mi viaje a ZIERRA 4-B fue todo un éxito. La colonia humana se ha desarrollado en el nuevo planeta sin contratiempos. A pesar de ello, me evitaré la pena de convivir con las almas perdidas de la Tierra. Aquí ya no hay lugar para mí.

En este momento estoy viajando de vuelta hacia la comunidad que recién implanté en aquella lejana galaxia. Tomé suficientes provisiones como para volvernos autosuficientes en cuestión de unos pocos años, y cortaré comunicación con el resto de la humanidad para siempre. Al no oír de mí, el nuevo gobierno simplemente asumirá mi trágico deceso, que fue el destino de tantos otros pilotos en el ambicioso intento de colonizar el universo.

Mirna, querida, no te preocupes por mí. Vamos a estar bien. No hay cerebros sintéticos en mi nuevo hogar. Traje una guitarra conmigo. Mi gente y yo tocaremos las más hermosas e imperfectas melodías para celebrar nuestra independencia.

Planeta misterio [relatos cortos de ciencia ficción]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora