CAPÍTULO 39

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Día de Pascua, Domingo 13 de abril

No había visto a Elizabeth desde mi visita a la parroquia, pero la ví esta mañana en la iglesia. Se veía muy bien. El sol temprano había coloreado sus mejillas, y puesto brillo en sus ojos.
Después del servicio, Lady Catherine se detuvo a hablar con los Collins. Mr Collins sonreía cuando ella caminó hacia él.

"Su sermón fue demasiado largo", dijo Lady Catherine. "Veinte minutos es un tiempo suficiente para que instruya a su congregación".
"Si, Lady Catherine, yo-"
"No hizo mención de la sobriedad. Debería haberlo hecho. Ha habido demasiados borrachos últimamente. Es el deber de un rector atender los cuerpos de sus parroquianos tanto como su alma".
"Por supuesto, Lady_"
"Hubieron demasiados himnos. No me gusta escuchar más de tres himnos en el servicio de Pascuas. Soy muy apegada a la música y disfruto del canto, pero tres son suficientes".

Ella comenzó a caminar hacia el carruaje, y Mr Collins la seguía.
"Si, Lady Catherine, yo -"
"Uno de los bancos tiene polillas. Lo noté cuando me lo crucé. Deberá Usted verlo".
"Al momento, Lady-" dijo.

"Y vendrá a cenar con nosotros esta noche. La señora Collins vendrá con Usted, como así también Miss Lucas y Miss Elizabeth Bennet. Haremos una mesa de naipes". "Es tan buena" respondió, haciendo reverencias y uniendo sus manos.
"Le enviaré el carruaje para ustedes".La seguí hasta el carruaje y el cochero cerró la puerta. Me encontré ansioso por la visita de Elizabeth en Rosings, pero inmediatamente disolvi ese sentimiento por que conocía el peligro de hablar con ella.

Su grupo arribó puntualmente, pasé la mayor parte del tiempo conversando con mi tia. Hablamos de varias relaciones, pero no pude evitar que mis ojos fueran adonde estaba Elizabeth. Su conversación era más vivaz que nunca. Estaba hablando con el coronel Fitzwilliam, y al ver la animación en su rostro me fue difícil quitarle los ojos de encima.

Mi tía, también, los miraba, hasta que al fin dijo: "¿De qué están hablando? ¿Qué le estás diciendo a Miss Bennet? Déjenme oír de qué se trata".
El coronel Fitzwilliam respondió que estaban hablando de música. Mi tía se unió en la conversación, alabando las habilidades de Georgiana en el pianoforte y luego mortificándome al invitar a Elizabeth a practicar en el pianoforte de la habitación de la señora  Jenkinson. ¿Invitar a una huésped a tocar el piano en la habitación de la dama de compañía?Nunca pensé que mi tía pudiera ser tan mal educada.

Elizabeth miró sorprendida, pero no dijo nada, sólo su sonrisa mostraba lo que pensaba.
Cuando terminamos el café, Elizabeth comenzó a tocar, y recordando el placer que tuve en su performance anterior, caminé hacia su lado. Sus ojos brillaban con la música, y me situé en una posición desde la que podía ver la emoción sobre su rostro.

Ella lo notó. A la primera pausa en la música se volvió hacia mí con una sonrisa y dijo: "Intenta Usted asustarme, Mr Darcy, viniendo de esta forma a escucharme. Pero no me alarmará, aunque su hermana toque tan bien. Hay una obstinación en mi que me impide asustarme a voluntad de los demás. Mi coraje siempre aumenta con cada intento por intimidarme".

"No diré que está Usted en un error", repliqué, "porque realmente no puede usted creer que me entretiene algún deseo de alarmarla; y he tenido el placer de conocerla lo suficiente para saber que se divierte Usted en ocasiones al profesar opiniones que en realidad no son suyas".
De dónde vino este discurso, no lo sé. No acostumbro a participar de estos intercambios juguetones, pero hay algo en el carácter de Elizabeth que aliviana el mío. Elizabeth rió con entusiasmo, y yo sonreí, sabiendo que ambos disfrutábamos del intercambio. Tanto lo disfrutaba yo que olvidé mis cuidados y me permiti apreciar el momento.

"Su primo le dará una bonita impresión de mi", le dijo al coronel Fitzwilliam. Volviéndose hacia mi ella dijo: "Es muy poco generoso de su parte que mencione todo lo que Usted conoce de mis desventajas en el condado de Hertford - y, déjeme decir, muy arriesgado también - porque está provocando una represalia, y algunas cosas podrían salir a la luz, que espantarían a sus relaciones si las oyeran".

Sonreí. "No le tengo miedo a Usted". Sus ojos brillaron ante mi comentario. El coronel Fitzwilliam rogó que le contara cómo me comportaba yo entre extraños.
"Lo oirá entonces", dijo Elizabeth. "Pero prepárese para algo muy feo. La primera vez quelo vi en el condado de Hertford, debe Usted saber, fue en un baile, y ¿qué piensa Usted que él hizo? ¡Bailó sólo cuatro bailes!".

A sus ojos, mi rechazo a bailar se veía ridículo, y así lo vi yo también, por primera vez. Ocultarme tras todo mi orgullo, en lugar de disfrutar como cualquier caballero bien educado habría hecho. ¡Absurdo! De ordinario no toleraría tales bromas, pero aún así había algo en sus maneras que quitaba cualquier maldad y en su lugar lo hacia causa de risa.

En ese momento me di cuenta que ha habido pocas risas en mi vida últimamente. Tomé las responsabilidades de un hombre cuando murió mi padre, y me sentía orgulloso de haberlas conducido bien, como habría hecho mi padre. Había atendido mi estancia, vigilado el bienestar de los tenientes, la salud, felicidad y educación de mi hermana, visitar los beneficios de mi patronazgo y manejar los negocios fielmente. Hasta que conocí a Elizabeth eso había sido
suficiente, pero ahora vi cuán vacía estaba mi vida. Había sido demasiado ordenado. Muy bien regulado. Sólo ahora comencé a verlo, y a sentirlo, ya que los sentimientos adentro mío eran totalmente diferentes de los que conocía. Cuando me reía, mi disposición se aligeraba.

"En ese momento no tenía el honor de conocer a ninguna dama en la fiesta además de las de mi propio grupo", pontifiqué, imitando su tono.
"Verdad: y nadie puede ser introducido en un salón de baile".
"Tal vez habría sido juzgado mejor, si me presentaba a los demás, pero no estoy bien calificado para recomendarme a mí mismo ante extraños".
Ella ironizó, preguntándose cómo un hombre sensible y educado no podría hacerlo, y el coronel Fitzwilliam se le unió, diciendo que no me daría el problema. "Ciertamente no tengo el talento que algunas personas poseen, de conversar con facilidad con quienes no he visto nunca. No puedo imitar el tono de su conversación, ni fingir interés en sus asuntos, como frecuentemente he visto hacer", agregué.

"Mis dedos no se mueven sobre este instrumento de la manera magistral que he visto a muchas mujeres hacerlo, poro siempre supuse que era por mi propia falta - porque no me tomé el trabajo de practicar". Sonrei.

"Está Usted en lo cierto".
En ese momento, Lady Catherine nos interrumpió.
"¿De qué están hablando, Darcy?"
"De música", dije.

Lady Catherine se nos unió en el pianoforte. "Miss Bennet no tocaría mal, si practicara más, y pudiera tener la ventaja de un maestro en Londres", declaró mi tía. "Tiene una buena noción de la música, aunque su gusto no es como el de Anne. Anne habría sido una ejecutora deleitante, si su salud se lo hubiera permitido".

Apenas la escuché. Estaba observando a Elizabeth. Ella enfrentaba los comentarios de mi tía con cortesía remarcable, y ante el pedido del coronel Fitzwilliam y mio, se mantuvo en el instrumento hasta que el carruaje estuvo listo para que el grupo se retirara a su casa. Pensé que había superado mi admiración por ella. Pensé que la había olvidado. Pero estaba equivocado.

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