CAPÍTULO 55

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Martes 5 de Agosto

No puedo creerlo. He visto a Elizabeth. Apenas y sé que estoy escribiendo. Fue tan extraño.

Estábamos de camino a Pemberley, Bingley, sus hermanas, Mr. Hurst, Georgiana y yo cuando nos detuvimos para la merienda en una posada. El día era caluroso y las damas estaban cansadas. No deseaban viajar más lejos, y de hecho, le había dicho a mi ama de llaves que no llegaríamos sino hasta mañana. Pero estaba inquieto. Decidi adelantarme, deseando ver a Johnson y poner algunos asuntos del cuidado de la propiedad fuera del camino antes de que mis invitados llegaran.

Cabalgué a Pemberley. Era una tarde hermosa, y disfruté del paseo. Estaba saliendo de los establos, y caminando hacia el frente de la casa cuando me detuve en seco. Me pregunté si estaba alucinando. El día era caliente, y dudaba si me había afectado el sol. Pues estaba enfrente de mí una figura que conocía bien. Era Elizabeth. Estaba caminando por el prado hacia el rio, en la compañía de dos personas a quienes no conocía. En ese momento ella volteó para ver hacia atrás. Me vio. Me quede plantado en el suelo.

Estábamos a veinte yardas de cada uno. No había forma de evitarla, aunque lo hubiera deseado.
Nuestros ojos se encontraron y la vi sonrojarse. Sentí mi propio rostro ponerse rojo. En fin, me recuperé. Caminé hacia el grupo. Ella había instintivamente volteado hacia otro lado, pero deteniéndose con mi cercanía, recibió mis saludos con gran azoramiento. Lo sentía por ella, y lo habría hecho más fácil para ella si hubiera podido. Mientras le hablaba no podía evitar preguntarme qué estaba haciendo ahí. ¡Estar en Pemberley! Parecía tan extraño, pero al mismo tiempo tan correcto.

-¿Espero que este bien? - pregunté.
-Si, gracias-respondió, ruborizándose, e incapaz de verme a los ojos.
-¿Y su familia?

Tan pronto como lo dije, la vi ruborizarse aun más, y sentí un sonrojo en respuesta en mi rostro. No tenía ningún derecho de preguntar por su familia, habiéndolos criticado tan tajantemente en su cara, pero respondió educadamente.

-Están bien, gracias.
-¿Hace cuanto que dejó Longbourn?
-Casi un mes. -¿Ha estado viajando?
-Si.
-¿Está disfrutando el viaje, espero?
-Si.

Repetí lo mismo tres veces, preguntándole si se había divertido, hasta que pensé que era mejor permanecer en silencio, pues no tenía nada sensato que decir. Después de un momento me repuse y me despedí. Encontrar a Elizabeth, aquí, ¡en Pemberley! Y encontrarla dispuesta a hablar conmigo. Había estado avergonzada, pero no me había ignorado. Había contestado cada pregunta que le hice con más educación de la que merecía.

¿Qué estaba pensado? Me pregunté. ¿Estaba complacida al haberme encontrado? ¿Mortificada? ¿Indiferente? No, no lo último. Se había sonrojado cuando me acerqué. Había estado enojada, tal vez, pero no indiferente.
La idea me dio esperanzas.

Entre a la casa, pero en lugar de dirigirme al cuarto del mayordomo, me vi yendo al salón. No había estado tranquila, al menos eso estaba claro, y no había hecho nada para ayudarla. Había estado envuelto en sorpresa, y en un montón de otras emociones a las que no me atrevo poner nombre, y había sido incoherente.

Un caballero la habría calmado. Un caballero la habría hecho sentirse en casa. Un caballero le habría pedido que le presentara a sus compañeros. ¡Qué tan lejos de ser un caballero estaba yo!. Decidí de pronto corregir mis errores. Saliendo a los jardines, le pregunté a uno de los jardineros en qué dirección se habían ido los visitantes, y fui en busca de ellos. Los vi abajo, cerca del río, Me fui acercando. Nunca se me había hecho una caminata más larga.

¿Estaría complacida de verme? Yo esperaba, por lo menos, que no estuviera disgustada. Me acerqué a ella. Ella empezó a hablar, con un poco mas de tranquilidad que en nuestro encuentro previo.

-Mr Darcy. Usted tiene una hermosa propiedad aquí. La casa es encantadora, y los jardines son muy placenteros-.

Parecía que iba a seguir, pero entonces se sonrojó. Creo que ambos pensamos lo mismo: la casa podría ser ahora suya, si hubiera aceptado mi mano.
Para ayudarla en su apuro, dije -¿Me haría el honor de presentarme a sus amigos? -Parecía sorprendida, y entonces sonrió. Había un rastro de travesura en su sonrisa, y me di cuenta de cuánto la había extrañado.

-Mr Darcy, permítame presentarle a mi tía y mi tío, el señor y señora Gardiner- dijo. Entendi la razón de su traviesa sonrisa. Estos eran los parientes a quienes habia criticado, y había estado equivocado al despreciarios. Ellos no eran las bajas conexiones que me había temido. En realidad, antes de que me los presentara, los había tomado como gente elegante. -Estábamos regresando hacia la casa- dijo el señor Gardiner-La caminata ha cansado a mi esposa-
-Permitanme caminar con ustedes.
Tomamos camino.

-Tiene una hermosa propiedad aquí, Mr Darcy-.
-Gracias. Creo que es una de las más hermosas en Inglaterra - pero mi juicio es parcial. El señor y la señora Garginer se rieron.
-Su criado nos ha estado mostrando las truchas en el rio- dijo el señor Gardiner.

-¿Le gusta la pesca?-.
-Si, cuando tengo la oportunidad.
-Entonces debe de venir aquí tanto como usted desee.
-Es muy amable de su parte, pero no he traído mi caña para pescar.
-Hay suficientes aqui. Puede usarlas cuando venga.- Me detuve. -Ese es un buen trecho del río- dije, apuntando uno de los mejores tramos para pescar la trucha. Vi a Elizabeth y a su tía intercambiando miradas, y no pude evitar darme cuenta la mirada de asombro de Elizabeth. ¿Me creía incapaz de ser educado? Quizás. Había dado muy poca muestra de ello en Hertfordshire.

No pude evitar mirarla, aunque hablara con su tío. Su rostro, sus ojos; su boca, todo me cautivaba. Pensé que se veía bien, y aunque parecia avergonzada, no vi ningún rastro de hostilidad en su expresión.
Después de un tiempo la señora Gardiner tomo el brazo de su esposo, por lo que fui a caminar con Elizabeth.
-No sabía que usted estaría aquí- dijo inmediatamente- Mi tía tenía el antojo de ver Pemberley. Vivía en el vecindario cuando era una niña. Pero nos habían dicho que no regresaría sino hasta mañana-

Entonces había descubierto eso, y solo había venido bajo el conocimiento de que no me vería. Mi ánimo se hundió, pero se volvió a levantar al darme cuenta que el destino había jugado sus cartas a mi favor. Si no me hubiera decidido a atender los asuntos de mi propiedad, estaría con Georgiana en la posada, en lugar de aquí con Elizabeth.

-Esa era mi intención, pero un asunto que tenía que arreglar con mi mayordomo me trajo aquí unas cuantas horas antes de mis acompañantes. Se me unirán mañana temprano, entre ellos hay algunos que usted conoce: Mr Bingley y sus hermanas.

No pude evitar pensar en todo lo que había pasado en relación con Bingley, y supuse que sus pensamientos se dirigieron en la misma dirección. Me pregunté si debía decir algo; darle algún indicio de mi cambio de opinión en el tema; pero no sabía cómo empezar. En lugar de eso, dije: -Me permitiría, o pido mucho, el presentarla a mi hermana durante su estancia en Lambton?.
-Me encantaría-. Había una calidez en su voz, y en la sonrisa que acompañaron esa expresión, que alivio mis temores.

Seguimos caminando en silencio, pero más tranquilos que antes. El ambiente no estaba tan tenso, y había, si no una confianza entre nosotros, por lo menos no más azoramiento. Llegamos al carruaje. Su tío y su tía venían atrás, algo más retrasados. -¿Le gustaria entrar a la casa? ¿Le gustaría tomar un refrigerio?. Pregunté

-No, gracias- respondió. -Debo esperar a mi tía y a mi tio- Estaba decepcionado, pero no la presioné. Traté de pensar en algo que decir. Quería decirle lo equivocado que habia estado. Ella, también, parecía que quería decir algo, pero que era, no lo sabía. Al fin ella comenzó, pero solo para decir: -Derbyshire en una región muy hermosa.
-¿Ha visto mucho de ella?.
-Si. Hemos estado en Matlock y en Dove Dale.
-Vale la pena verlas.

Mi conversación era fútil. La suya era mejor. Había tanto que quedaba sin expresarse entre nosotros, pero no había tiempo. Quizás, en unos días, cuando nos conociéramos un poco mejor...

Su tía y su tio se acercaron. Los invité a tomar algunos refrigerios, pero rechazaron la invitación. Ayude a las damas a subir al carruaje y se fueron. Los vi irse por el mayor tiempo posible, evitando que mi atención pareciera especial, y entonces caminé lentamente hacia la casa.
No dije ninguna de las cosas que quería decir, pero saber que vería a Elizabeth otra vez me animaba. Estaba de mucho mejor humor del que había estado en mucho tiempo.

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