[ XIX ]

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Ahora no creo en el cielo ni en el infierno; me parece un destino poético para seres insulsos como los humanos, que nos confiere demasiada importancia; ¿de verdad nunca paramos de centrar absolutamente todo alrededor nuestro? Incluso la muerte debe tener un significado para nuestras vidas, de lo contrario, ¿para qué existe? Así que no me convence el argumento religioso sobre que nuestro comportamiento debe regirse bajo los buenos principios si deseamos ir al paraíso a disfrutar de un descanso eterno.

Para mí, la gente muere y no hay nada más. Pero, en el hipotético caso de que me tragara ese cuento, supongo que describiría mi lenta condena al infierno empezando con lo que le hicimos al profesor Williams.

Llovía a cántaros el día que consumamos el plan. El ambiente lúgubre a falta de sol sumado al examen de Literatura habría sido la excusa perfecta para nuestra inquietud. Simon no levantó la vista de las hojas y mucho menos abrió la boca, seguro de que en cualquier momento soltaría la verdad. Luke mantenía la calma, pero no había respondido una sola pregunta y su lápiz se hallaba garabateando. En vista de que ninguno se mostraba confiado ante lo que haríamos, yo lo hice. Me encargué de transmitirles seguridad.

Recuerdo que me dije: Nadie quiere a Williams, no es un buen profesor y tampoco la mejor persona con nosotros, ¿qué le debemos? Terminé mi examen sintiéndome un libertador, el héroe que marcaría el cambio en Bertholdt, porque en un futuro tal vez los jóvenes podrían gozar de profesores que no los humillaran. Metí basura en mi cerebro que no motivaba en realidad mis decisiones, sino que inflaba mi ego.

Al levantarme de la silla y entregar mis hojas, tenía una mueca burlona. Era el último día de Williams ahí y él ni siquiera se lo esperaba.

—Puede retirarse si quiere —me dijo él, de brazos cruzados y vigilando que los demás no copiaran.

—Gracias.

Tomé mis pertenencias y antes de enderezarme por completo, Simon me tomó de la manga, arrugando mi camisa. Un par de alumnos repararon en el gesto suplicante, atribuyéndolo, seguro, a que me pedía las respuestas. "Se lo merece y lo sabes", silabé, entonces me soltó.

Sé que mi amigo se habría negado igual que Michael de haber creído que Williams merecía ese puesto, pero, ya sea por la degradación constante o porque la mayoría lo detestaba con vehemencia, a Simon lo único que le detenía era, ya lo he mencionado, ser un idiota. Tenía compasión por aquellos que no la merecían, a pesar de querer infligirles daño.

Esperé en el pasillo que conectaba a dos de los edificios donde se impartían clases y que daban acceso por ambos lados a un pequeño patio. Vi cómo los estudiantes salían pasado el tiempo, gritando para hacerse escuchar, pues la tormenta no cesaba. Algunos alumnos eran de primer año y la diferencia se notaba; sus cuerpos se encontraban en el limbo del desarrollo, donde la forma de los hombres suele ser graciosa.

Casi instantes antes de que tuviera que marcharme a mi segunda clase, Luke apareció. Ni rastro de Simon.

—Tres compañeros aparte de mí vieron que se quedó con Williams para terminar el examen —mencionó.

Sacó del interior del saco un cigarro y encendedor. Tardó más en prenderlo que dándole una calada para luego aplastar la punta contra la columna donde se recargaba. El olor lo delataría.

—¿Cuál es tu siguiente clase?

—Química. —Revisó su reloj—. Y ya debería irme a menos que desee un castigo. Te recomiendo hacer lo mismo; le dije a Simon que al menos se entretuviera con Williams diez minutos.

—Sí, lo haré.

Solté un suspiro. Lo que tenía que pasar, pasaría o no, ya no era asunto mío. Bromeé conmigo mismo respecto a la situación.

Hasta los Dioses se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora