Capítulo 9

3 2 1
                                    

Llegaron cerca de la hora del almuerzo y una chica muy parecida a Tony, solo que ella tenía el cabello azul más oscuro al igual que los ojos, se acercó a ellos cuando cruzaban las puertas.

— Hey, ¿Dónde estaban? La directora los ha estado buscando toda la mañana. —El cabello azul de la chica estaba amarrado en un moño alto con cintas de color celeste. Vestía un uniforme de color verde, con la misma insignia que las demás prendas. El escudo de la academia.

— Sí, Anto, estábamos mostrándoles los alrededores de la academia a los nuevos. ―Dean fue quien habló.

—Oh, ya veo, pero qué tonta soy, mucho gusto. Antonia Tucker, hermana de Tony y secretaria de la directora Masen —respondió alegremente la recién llegada.

—¿Antonia y Antonio? Creo que sus padres no tenían mucha imaginación —acotó Lizzie extendiéndole la mano—. Elizabeth Viera. —Se presentó.

—Siempre he pensado lo mismo —dijo Tony riendo.

—¿Qué decías de Masen? —los interrumpió Roy.

—Ah, sí, la directora quiere reunirse con Darien, el resto es libre de seguir con su día.

A pesar de que al chico no le gustaba la idea de dejar a su hermana sola, le dio una mirada para tranquilizarla y siguió a Antonia hasta la oficina que habían ido el día anterior.

Una vez que Darien y Antonia se hubieron perdido por las escaleras, los chicos se giraron hacia Roy, aún faltaban unas dos horas para el almuerzo.

—Quedan todos libres —dijo el coronel, todos hicieron un gesto militar y dijeron a coro:

—Sí, señor. —Dieron media vuelta y cada uno se fue.

Elizabeth quedó ahí, mirando aún hacia las escaleras, una voz familiar la despertó de su ensimismamiento.

—Hey, Lizzie, si quieres podemos ir a conocer las otras caras de la academia; te puedo mostrar la zona industrial, la zona de cultivos, la escuela o los demás campos de entrenamiento, la biblioteca es un lugar enorme y fantástico, o podemos ir al momentum, es una especie de museo con cosas del pasado. Algunos tienen el privilegio de que pueden sacar ciertas cosas. Hemos aprendido mucho acerca de cómo vivían nuestros antepasados antes de la guerra. —Keylha hablaba con tanto entusiasmo que Elizabeth la miró con una sonrisa.

—La verdad es que solo me gustaría estar sola un momento, ¿hay algún lugar lejano, donde pueda estar tranquila?

—El campo de tiro al blanco es el más alejado. A esta hora debe estar desocupado, Oliver da clases en la tarde —respondió la teniente y le indicó cómo llegar.

El campo de tiro al blanco, tal y como le dijo Keylha, estaba completamente vacío. Se sentó en medio del campo, allí todo era verde, en medio de los árboles había blancos, algunos tenían flechas a su alrededor.

Elizabeth abrió su mochila y sacó su libro, allí estaba también su daga, el último regalo hecho por su padre, la sacó de la mochila y la abrazó.

Cuando despertó la mañana de su cumpleaños, jamás imaginó que sería el último cumpleaños que pasarían juntos como familia, que nunca más comería la comida de su madre, sentada ahí, en medio de ese campo, en ese lugar extraño para ella, rodeada de algo extraordinariamente familiar, pero a la vez desconocido. Se sintió sola, por primera vez se sintió sola y lloró, lloró como nunca antes.

No supo cuánto tiempo pasó así, ni en qué momento se quedó dormida en posición fetal, abrazando la daga, pero unas voces la despertaron, eran las voces de unos niños.

—¿Está muerta, hermano?

—Claro que no, Patrick, solo esta desmayada.

—¿Estás seguro?

DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora