Capítulo 33

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Releo por tercera vez el último párrafo. No me doy concentrado. Y no es por el barullo de la terraza en la que me he sentado, la misma de los últimos días. Ni por el calor sofocante. Es porque no puedo dejar de ver para la puerta. Como si estuviese esperando a alguien. ¿A quién? A Pol. No soy capaz de parar de imaginármelo entrando por esa puerta a esta diminuta terraza al lado de la cala. ¿Va a aparecer aquí? Está claro que no. Pero... eso díselo a mi delirante corazón. En su lugar, quién entra al cabo de un rato, es Noé. Entra y con toda su naturalidad, se sienta en la silla vacía de mi mesa. Me saluda simplemente con la mirada y se enfrasca en su lectura. Sonrío. Hemos congeniado bien. Compartimos tiempo en el jardín de la urbanización, o donde nos encontremos aleatoriamente, como ahora. A ratos hablamos, a ratos leemos, a ratos compartimos silencios. Levanta la cabeza cuando el camarero se acerca y pide un colacao frío, cosa que hace que recuerde a Pol.

—Noé —lo saco de su lectura —. ¿Cómo elegimos de quién nos enamoramos?

Levanta la vista del libro y sus pupilas me analizan.

—Eso no se elige, Sara.

—Ya. Pero... ¿Dé que depende? ¿Porqué de una persona y no de otra?

Cierra su libro y lo apoya en la mesa. Se cruza de brazos y me da una respuesta segura.

—Creo que es cuestión de chispa. De magia. ¿A ti qué te enamoró de Pol?

Lo medito unos segundos.

—Que me hacía sentir viva y libre. Podía ser yo misma. Me impulsaba a ser mejor.

—Te enamoraste por cómo te hacía sentir —concluye.

—¿Y a ti de Ava?

—Que estaba loca. Muy loca. Yo siempre fui cuadriculado y organizado. Ella era un huracán atrapado en el cuerpo de una mujer de metro sesenta.

Sonrío, imaginándomela como si la conociera.

—El amor entonces es entender las canciones de amor —sentencio.

—El amor es casualidad y causalidad —añade él.

—Y es una puta mierda cuando se acaba.

—El que es de verdad, nunca se termina. Solo evoluciona. 

Volvemos juntos a la urbanización tras un paseo agradable y nos despedimos.

Llevo aquí diez días. No quiero volver. Pero sé que tendré que hacerlo. Tengo un trabajo que me espera, un gato que maúlla cada vez que Nacho dice mi nombre y unos amigos que necesito abrazar. Pero... quizás unos días más. La grieta de mi corazón sigue ahí. Firme, palpable. El tiempo la suaviza. Y el mar también. Pero no hay tiritas suficientes para unir los pedazos de un corazón roto. Aunque mis días aquí son reconfortantes, mi cabeza aún juega en mi contra por momentos. Estoy duchándome e intentando adivinar dónde estará Pol. Lavo los platos y me preguntó si quizás tuve las señales de nuestra ruptura delante de mí y no supe verlas. Estoy leyendo y se me viene a la cabeza la imagen de Pol besando otros labios. ¿Y si había otra? ¿Y si yo nunca fui suficiente? ¿Y si nada fue real?

Demasiados "¿y sí...?". Demasiados interrogantes para tan pocas respuestas. He dejado de llamarlo. Pero sigo mandándole whattsaps. Más para desahogarme que por otro motivo, ya que sé que no les llegan. Pero aun así no puedo dejar de rezar a algún Dios desconocido y aleatorio, para que decida coger su teléfono y llamarme. Por eso, cuando mi móvil comienza a sonar en la cocina, primero me quedo paralizada y luego echo a correr. Al ver el nombre en la pantalla me desilusiono, aunque en el fondo sabía que el chico de los ojos color café no me deleitaría marcando mi número. Aunque reconozco que tampoco me esperaba a este interlocutor.

La magia de dos corazones en movimiento [Parte 2 Bilogía]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora