Prologo

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Aquel día un hombre conducía de vuelta a su casa después de un largo día de trabajo, estaba un poco estresado, su escritorio ese día estuvo lleno de muchas carpetas que debía revisar y terminar de clasificar antes de irse a casa, tanto que no veía la hora de que el día acabara, cuando el reloj marco la hora de salida fue uno de los primeros en irse, necesitaba relajarse, apretó el acelerador subiendo hasta el límite de velocidad, conduciendo por aquellas concurridas calles, una sonrisa adornaba sus labios, ya tenía en mente que hacer para relajarse por completo.

Condujo hasta llegar a su hogar, metió el auto en el garaje y siguió la rutina de todos los días, quitarse los zapatos en la puerta de entrada, dejar la chaqueta sobre el respaldo del sofá, las llaves en la mesa de al lado y su bolso al pie de la misma, la diferencia de ese día, es que esa vez no iría directo a tomar un baño después de un día pesado, se dirigió hacia la puerta que siempre permanecía cerrada en aquella estancia, bajo una serie de escaleras que lo llevarían al sótano con una sonrisa pintada en sus labios.

Allí escucho un suave gemido que era como música para sus oídos —Buenas noches Sara Madison—. Allí, atada a una mesa de metal estaba la culpable de tan placenteros sonidos —He estado esperando todo el día para hacer esto—. Los gemidos se hicieron más fuertes, ella estaba intentando escapar, pero lamentablemente no lo lograría.

Ella temblaba sin poder hacer ni decir nada, la mordaza y las correas que sujetaban sus brazos no la dejaban, era una visión de lo más hermosa, lo mejor que habia visto ese día; le dio la espalda y se fue hacia un carrito que tenía en el lugar cubierto con una tela negra, volvió a darle una mirada sobre su hombro, para luego con una sonrisa depredadora decirle:

—¿Empezamos? —. Quito aquella tela negra revelando varios cuchillos de diferentes tamaños y otros objetos cortantes.

Las lágrimas comenzaron a correr por el rostro de la chica, se estaba ahogando con sus propia saliva y gritos que no serían escuchados, la mordaza estaba haciendo su trabajo, trato desesperadamente de levantarse, liberar sus manos, moviendo su cabeza de un lado a otro, cosa que no le importo a aquel hombre que simplemente se encogió de hombros y se dedicó a mirar las diferentes herramientas que tenía a su disposición y que podía usar con ella.

Decidiéndose por un cuchillo carnicero, lo tomo del mango, examino su filo y miro de nuevo a su víctima, la cual ahora tenía los ojos cerrados, llorando en silencio, tenía la cabeza baja, todo lo que aquella posición le permitía, la mesa de metal que utilizaba para inmovilizar a sus víctimas era su mejor adquisición, nadie levanto una ceja cuando lo hizo, aquel era un artilugio utilizado en el mundo de sadomasoquismo, así que solo pensaron que tenía gustos exóticos, nada que ver con su verdadero propósito.

—No puedo creer que estes llorando de esa manera, ni siquiera hemos comenzado—, dijo algo distraído mientras seguía examinando el cuchillo.

Se acerco lentamente a ella, dejando que la luz brillara sobre su cuchillo, en la ventana de aquel sótano se podía ver como el sol iba escondiéndose; una ventana que solo estaba allí con el fin de no levantar ninguna sospecha, ¿quién iba a pensar que sucedía algo malo en aquel lugar si habia una ventana?, nadie se acercaría a mirar y mucho menos sabiendo quien era él, se paró justo al lado de la chica, la observo por un momento hasta que ella abrió los ojos.

—Guarda tus lagrimas para cuando comience la verdadera diversión—. Arrastro el cuchillo a través de su mejilla haciendo un pequeño corte, consiguiendo que los sollozos se intensificaran, cosa que solo lo hizo reír con alegría.

Paseo ahora aquella hoja afilada desde su mejilla hasta su garganta, deteniéndose para mirar su obra de arte, no sangraba tanto como le gustaría, pero estaba bien para comenzar, solo eran pequeños cortes los que habia hecho hasta ahora, acaricio la piel libre de cortes deleitándose con la suavidad de aquella mejilla —Tienes un rostro muy lindo Sara—. Escucho fascinado un gemido de aquellos labios —Estoy seguro que odiarías si le pasara algo—. Sonrió con suficiencia para tomar nuevamente el cuchillo y esta vez dejar una cicatriz que iba desde su ojo izquierdo hasta su mejilla.

Lo Que Nadie VeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora